La teología es una ciencia, pero al mismo tiempo ¡cuántas ciencias contiene! Un hombre es una unidad, pero si se le examina anatómicamente será la cabeza, el corazón, el estómago, las venas, cada vena, cada parte de vena, la sangre, cada humor de la sangre.
Una ciudad, un campo, de lejos es una ciudad y un campo; pero a medida que nos acercamos son casas, árboles, tejas, hojas, hierbas, hormigas, patas de hormiga, hasta el infinito. Todo eso estaba dentro del nombre de campo.
Blaise Pascal
Para hablar de Blaise Pascal acudiremos, de entrada, al rico refranero español: «que los árboles no te impidan ver el bosque». Lo que pretende afirmar el refrán es bastante evidente, que uno no debe obcecarse en los detalles obviando, en el proceso, lo que oculta la imagen general; en sentido contrario, la propuesta de Pascal va desde lo general hasta lo particular: para poder ver el árbol primero debemos conocer el bosque, porque primero lo vemos desde lejos y sólo podemos verlo como totalidad, y al acercarnos lo vemos en sus particulares, apreciando entonces lo más cercano: los árboles. Hasta aquí, nada que no sea evidente para cualquiera con memoria y percepción espacial. El problema llega cuando debemos pensarlo a través de la idea de perspectiva. Para ver el bosque debemos alejarnos y obviar el detalle del árbol, del mismo que el árbol nos impide ver el bosque porque no existe distancia real suficiente para apreciarlo en su totalidad; no existe, por tanto, posibilidad de que nuestra vista quede bloqueada por los elementos constituyentes: es un problema de perspectiva personal.
Supongamos que estamos sobre una colina, debajo hay un majestuoso bosque que deseamos explorar. Lo hacemos. Cuando estamos en él apreciamos sus árboles, pero también al acercarnos hacia algunos en particular vemos más allá: la tierra, las raíces hundiéndose en ella, su tronco y sus ramas, pero también en otro nivel más próximo la corteza, la leña, y si profundizamos encontramos la savia, y a través de ella minerales y oxígeno y anhídrido carbónico y azúcares. Volvemos, una vez satisfecha nuestra curiosidad, a la colina. Vemos el mismo bosque, pero no es el mismo bosque. Ahora es el bosque con aquel árbol donde almorcé, con aquella piedra con la que me tropecé, con aquel gracioso cuervo posado sobre una rama del cual me enamoré. Ya no es «un bosque», es «el bosque organizado a través de mi experiencia», «mi bosque» si se prefiere, y no deja de ser «un bosque».
El bosque lo es porque somos capaces de, a partir de la idea general del mismo, darle una serie de valores particulares que asociamos con sus órganos internos. Si el bosque cambia, nuestra idea del bosque cambia. ¿Por qué, en realidad, no es tan sencillo? Porque no importa que el bosque cambie ciertos aspectos de sí mismo, porque sigue siendo «mi bosque» en tanto lo reconozco como tal: ya no recuerdo el almuerzo y he olvidado el tropiezo, el cuervo murió y la rama ha caído. Pero la identidad del bosque viene determinada por mi experiencia. Si nos obcecamos en los detalles en vez de pretender ver el plano general —los árboles, las ramas, los animales y lo que he vivido a través de ellos: lo que contiene el bosque, los órganos; en vez de la totalidad de experiencias, sentimientos y recuerdos que configuran mi experiencia de él: el bosque en sí, el cuerpo — , lo único que conseguimos es confundir lo inmediato con la realidad sedimentada. El cuerpo es aquello que no cambia una vez configurado, nada ni nadie cambia en cuerpo de forma sustancial, incluso cuando sus órganos cambian. «El bosque organizado a través de mi experiencia» siempre será «mi bosque», incluso si cambia o muere todo lo que creó la experiencia que configuró la posibilidad de posesión personal del mismo. Es mi bosque por bosque, no por lo que contiene.
La dificultad que nos plantea Pascal no es que todo fluya, que todo cambie, sino que toda gradación es una cuestión de perspectiva. Para comprender la totalidad primero debemos perdernos en los acontecimientos particulares de nuestros elementos organizados, de nuestros órganos; para apropiarnos de un bosque no debemos apreciarlo sólo en la distancia, sino vivirlo a través de la exploración particular de sus elementos constituyentes. Si sabemos que tal o cual árbol es tendente al pulgón, que por allí hay un riachuelo y que hay ciervos asustadizos cerca de las lindes del mismo, nuestra experiencia será más íntima que el siempre hecho de verlo a través de la distancia. Conoceremos el bosque. Es necesario cambiar desde una perspectiva general, del cuerpo completo, hacia una perspectiva particular, de los órganos constituyentes, y después volver al plano general, a entender el cuerpo como una totalidad, para comprender las funciones específicas de toda existencia. Los árboles —y cualquier otro elemento constituyente, no exclusivamente el inmediato— son el bosque en la misma medida que los árboles son el bosque, siendo una cuestión de perspectiva focal: debemos aprender a observar ambos niveles como uno sólo. Incluso cuando es imposible hacerlo al tiempo.
Hablamos de bosques, pero podríamos hablar de personas. El despertar sexual —o no necesariamente, la configuración de la sexualidad en un sentido saludable en general— acontece sólo en la medida que se configura en una perspectiva focal: primero es un acercamiento general, sintiendo interés por el ámbito sexual, después es un acercamiento orgánico, explorando nuestro cuerpo y el del otro para descubrir los límites e intereses originados en los mismos, para volver al cuerpo como totalidad, donde el sexo fluye de forma natural. Al conocer nuestro cuerpo sexualizado en un sentido orgánico, habiendo explorado cómo y por qué nos seducen y satisfacen ciertos rasgos sensuales, y volviendo hasta la corporalidad, entendiendo cada interés particular dentro de la totalidad de nuestro cuerpo, es cuando vivimos una sexualidad sana. Y por sana, satisfactoria.
Para entender un cuerpo debemos saber cómo funcionan sus órganos, cuales fallan y por qué —si es que, y es uno de los motivos más acuciantes para analizar los órganos, está fallando lo que antes funcionaba o debería funcionar — , que a su vez son cuerpos organizados; un bosque puede estar enfermo porque un árbol tenga pulgón, pero no podemos juzgar que esté enfermo el árbol y no el bosque. Está enfermo el bosque en tanto uno de sus órganos, un árbol, ha enfermado. Del mismo modo, un árbol enferma porque alguno de sus elementos constitutivos está enfermo: todo análisis es, en última medida, un proceso de análisis por niveles.
Llegados este punto, resulta evidente que Pascal iba mucho más allá de lo que a priori podría parecer decirnos. Todo aquello que se contiene dentro de un cuerpo no es sólo parte constituyente del mismo, sino una forma autónoma que lo trasciende: un árbol es parte del bosque, pero también es el todo que contiene la corteza y las hojas y las raíces y las ramas que lo conforman. La totalidad es, por necesidad, parte de una totalidad mayor. Por esa razón, cuando habla de la teología como «ciencia de ciencias», podemos interpretarlo de forma literal, lo cual nos resultará inútil y restará valor al pensamiento, o podemos interpretarlo en las condiciones presentes del conocimiento, lo cual nos llevaría a excluir una interpretación teológica fuerte. Dios, o la naturaleza, sería nada más que el garante de toda experiencia interior que es posible conocer; en tanto límite superior de toda realidad, no nos es posible observarlo desde fuera de sí: nuestra experiencia de Dios, o la naturaleza, es siempre orgánica. No tenemos distancia real con respecto de ella, por lo cual nuestra experiencia está limitada al conocimiento inmediato de la misma. No podemos asumir perspectiva, que es necesaria para el conocimiento real, en tanto estamos sumergidos en su experiencia y no podemos tomar distancia con respecto de la misma. Sólo podemos conocerlo dando un rodeo.
No podemos situarnos fuera de la experiencia de Dios, o la naturaleza, porque no existe un posible desplazamiento que nos sitúe lejos como para poder observarlo como un todo en sí mismo. Estamos condicionados a interpretarlo desde dentro. Ahora, vayamos un paso más allá: si todo hombre es un dios para sí mismo. ¿en qué situación nos encontramos? En que jamás podemos conocernos a nosotros mismos más allá de nuestra experiencia inmediata, del conocimiento de nuestros órganos aplicado al mundo. Podemos conocer el bosque porque podemos entrar y salir de él, podemos conocer nuestra sexualidad porque podemos sumergirnos en su exploración para después ponerla en perspectiva, pero no podemos salir de nosotros mismos porque somos todo órganos desde nuestra perspectiva; podemos explorar nuestro «yo» íntimo, nuestro subconsciente, para descubrirnos más allá de las formas inmediatas de nuestra experiencia, pero no podemos salir de nuestra experiencia en sí. Somos prisioneros del interior organizado de nuestro cuerpo.
¿Cuál es entonces el problema? Que nuestra perspectiva se configura, por necesidad, en una ausencia de perspectiva creada a través de la imposibilidad de ver el bosque en tanto, como resulta evidente, nosotros mismos somos nuestro propio bosque. Sólo a través de los otros podemos conocernos a nosotros mismos. En tanto las otras personas nos configuran, son también parte de nuestros árboles del bosque: podemos juzgar nuestra vida a través de explorar de forma íntima, y después asumiendo distancia, aquello que podamos conocer de quienes nos rodean de forma más íntima. Incluso cuando son aspectos patológicos. He ahí que seamos seres gregarios, que tengamos relaciones amorosas, que queramos crear familias, que nuestros padres determinen nuestra visión del mundo; en tanto no podemos salir de nuestra propia existencia para tomar perspectiva, todo lo que podemos pensar es a través de pálidos reflejos elegidos a partir de muestras que consideramos representativas —y que, por extensión, no tienen por qué serlo; podemos dar por enfermo lo sano o lo sano por enfermo, consiguiendo nada más que dañar nuestra propia existencia— de lo que son los elementos constituyentes de nuestro bosque.
Nuestra perspectiva se configura, por necesidad, en una ausencia de perspectiva asumida a través de la imposibilidad de ver el bosque en tanto, como resulta evidente, nosotros mismos somos nuestro propio bosque. Sólo a través de los otros podemos conocernos a nosotros mismos. En tanto las otras personas nos configuran, son también parte de nuestros árboles del bosque: podemos juzgar nuestra vida a través de explorar forma íntima, y después asumiendo distancia, aquello que podemos conocer de quienes nos rodean de forma próxima. Incluso cuando son aspectos patológicos en sí mismos. He ahí que seamos seres gregarios, que tengamos relaciones amorosas, que queramos crear familias, que nuestros padres determinen nuestra visión del mundo; en tanto no podemos salir de nuestra propia existencia para tomar perspectiva, todo lo que podemos pensar es a través de pálidos reflejos elegidos a partir de nuestras que consideramos representativas —y que, por extensión, no tienen por qué serlo; podemos dar por enfermo lo sano o lo sano por enfermo, consiguiendo nada más que intervenir sobre nuestra vida sólo para dañarla— de lo que son los elementos constituyentes de nuestro bosque.
La existencia es un mundo, pero al mismo tiempo ¡cuántos mundos contiene! Una persona es una unidad, pero si se la examina existencialmente será su familia, sus amigos, sus amores, sus experiencias, cada experiencia, cada parte de cada experiencia, cada sentimiento, cada emoción de cada sentimiento.
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