Ken Ishii (ケン・イシイ) nació en Sapporo, Japón, pero no tardaría en mudarse hasta la metropolitana Tokyo donde se iniciaría en el campo donde ha destacado con luz propia: el techno. Como uno de los dj’s más famosos del mundo, aunque también entre los mejores de su tiempo, ha articulado una evolución con carácter marcadamente nipón del Detroit techno y, lo más importante, con una visión muy enfocada hacia un nuevo mercado audiovisual en auge en la época como son los videojuegos. He ahí la elección de Ken Ishii para articular un discurso sobre el techno, cuestionable como cualquier elección, aunque nos limitaremos al punto más interesante de su obra: la confluencia de la imagen con la música en sus videoclips.
El techno es caótico y desarticulado; su orden interno parece una caprichosa aliteración de movimientos sin aparente orden y concierto. Ahora bien, como el universo, el techno se rige por unas estructuras internas que se pueden controlar ‑o para ser más exactos, matematizar- aun cuando nos parezcan imprevisibles o meramente repetitivas. El continuo disparadero de imágenes se nos presenta como una diáspora de información donde no rige una articulación común, un discurso, sino que intenta transmitirnos una sensación, un flujo, particular.
Esta conformación rizomática, que no se articula en un orden sino que desde cualquier punto se puede saltar a otro mismo, quiebra cualquier noción de orden discursiva de la música: es imposible generar un discurso melódico coherente en el techno; no generar un flujo deseante. Por eso el techno huye de melodías ‑entendiendo la melodía como el discurso de la música- sino que se aferra sin vehemencia al generar sensaciones particulares. No necesita contarnos ninguna historia, sólo intenta transmitirnos un espacio mental que el propio techno ya considera como superado.