Zodiaco 2000, de J.G. Ballard
El zodiaco es una obsoleta composición mitológica a través de la cual se da la pretensión de leer la psicología de las personas a través de arquetipos preconfigurados en un pasado lejano; la visión del zodiaco acontece entonces como una conformación destinal, como si de hecho nuestra vida estuviera ya escrita a priori de nuestros afectos. En un tiempo donde se ha obliterado la idea del fatalismo, es fantasioso creer la posibilidad de la predicción humana. Es por ello que, aunque el valor de los mitos debería situarse como fuera de toda duda, si queremos poder confiar en sistemas de predicción, por fantasiosos que éstos se nos presenten, deberán a su vez configurarse de forma coherente con nuestro pensamiento presente. Lo mitológico sólo nos es válido en tanto nos habla de un presente en proceso de conformación; todo proceso de pretender traer el zodiaco al presente debe pasar, necesariamente, por refundar el mismo con una simbología mitológica coherente al respecto de nuestro presente
A través de los signos zodiacales del presente, J.G. Ballard, va desentrañando la historia de un paciente psiquiátrico que sin previo aviso un día es puesto en libertad: es (hipotéticamente) curado. A través de él nos vamos moviendo en espiral hacia el infinito comienzo donde siempre se retorna al pasado presente inicial pero, en tanto espiral, volviendo siempre después de haber avanzado en el camino. El viaje de nuestro héroe pasa por el descubrimiento de la nueva carne, la nueva sexualidad y, en último término, la nueva psicología; el loco totalmente vacío a la hora de aceptar los flujos se transforma en proceso creador del nuevo ser como humano. De este modo se sitúa como una proyección mitológica, como una entidad que va más allá de la representación humana, que se desentraña en la mímesis como perpetuo devenir auto-conformante; nada hay que le sea ajeno, ni que pueda llegar a sérselo.
Al final del camino, la nada. El retorno futuro al comienzo, representado por el signo del astronauta, dilucida la auténtica realidad que Ballard persigue con insistencia a lo largo de su obra: la codificación mitológica de los cuerpos sin órganos.
No hay un viaje tecnológico hacia el futuro, porque de hecho no hay posibilidad de otro futuro que no sea el presente, sólo hay necesariamente un ir cada vez más profundo hacia los complejos mesetarios de nuestro más estricto interior. Ballard nos obliga a asistir ante nuestras pasiones clandestinas, abandonándonos lejos de los flujos moleculares que pretenden configurarnos a través del poder constituyente que pretende emanarse de aquel que pretende imponernos su verdad: el estado, la clínica, el poder; nos obliga a aceptar nuestra condición de singularidad psicológica, una singularidad indisociada donde el cuerpo es sólo un momento de la mente.
Y se alejaría volando por los cielos libres de su espacio interior.
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