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  • La inteligencia es la erradicación de la estupidez propia en el mundo

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    Idiocracy, de Mike Judge

    El mun­do en el que es­ta­mos su­mer­gi­dos es­tá ba­sa­do en el más pro­fun­do de los anti-intelectualismos. A tra­vés de és­te se cri­ti­ca de for­ma des­pia­da­da la asun­ción de un dis­cur­so que no sea ra­yano la oli­go­fre­nia, dis­pon­ga de la más mí­ni­ma que­ren­cia por la exac­ti­tud o va­ya más allá de los lu­ga­res co­mu­nes. Esto, que no es ni mu­cho me­nos al­go nue­vo, si se ha vis­to po­ten­cia­do du­ran­te los úl­ti­mos años por una dis­po­si­ción par­ti­cu­lar ha­cia la es­tu­pi­dez, ha­cia la de­mos­tra­ción em­pí­ri­ca y reite­ra­ti­va de es­ta, en un pro­ce­so de des­pre­cio ca­da vez más re­dun­dan­te ha­cia cual­quier for­ma de cul­tu­ra. Hablar o es­cri­bir con cier­ta co­rrec­ción es de es­nobs, te­ner gus­tos que se sal­ga del mains­tream es de ga­fa­pas­tas y creer que no to­das las opi­nio­nes son igual­men­te vá­li­das ‑o que, a te­nor opues­to, no exis­te una ver­dad absoluta- es de na­zis; en la con­tem­po­ra­nei­dad hay una glo­ri­fi­ca­ción ca­si ab­so­lu­ta ha­cia el anal­fa­be­tis­mo fun­cio­nal que pro­du­ce el tierno re­po­so del uso in­dis­cri­mi­na­do de la anu­la­ción de to­do pen­sa­mien­to. Pensar, hoy por hoy, es un sui­ci­dio so­cial pa­ra sí mismo.

    En ese sen­ti­do Idiocracy es la pe­lí­cu­la de­fi­ni­ti­va de la re­pre­sen­ta­ción ra­di­cal de to­da po­si­ble es­tu­pi­dez hi­per­bo­li­za­da en con­for­ma­cio­nes que van más allá de las mí­ni­mas co­he­ren­cias ló­gi­cas. No hay nin­gu­na cla­se de im­be­ci­li­dad, de aten­ta­do con­tra la in­te­li­gen­cia y la ra­zón ló­gi­ca, que no es­té re­tra­ta­do con la cruel­dad pro­pia del que se sa­be que, tar­de o tem­prano, sal­drá pa­ro­dia­do en su pro­pia obra. Mike Judge re­pre­sen­ta en su obra la es­tu­pi­dez ge­ne­ral de la hu­ma­ni­dad en la mis­ma me­di­da que sir­ve co­mo de­tec­tor de gi­li­po­llas: quien se ofen­de al ver pa­ro­dia­da aquí su pe­que­ña par­ce­la de es­tu­pi­dez es por­que, de he­cho, es en sí un es­tú­pi­do. El es­tú­pi­do lo es en tan­to in­cons­cien­te de su estupidez.

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  • la jocosidad ensanchará vuestras almas

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    Algo que ya en­ten­dió en su día Marx es que es más sen­ci­llo rea­li­zar una crí­ti­ca ha­cia la so­cie­dad des­de el hu­mor que des­de el po­si­cio­na­mien­to cru­do a la pro­pia reali­dad. De es­to Banksy nun­ca ha en­ten­di­do lo más mí­ni­mo y Los Simpson siem­pre lo han en­ten­di­do qui­zás de­ma­sia­do li­te­ral­men­te y en el ca­pi­tu­lo ter­ce­ro de la tem­po­ra­da 20 aú­nan fuer­zas pa­ra ello.

    Después de una in­tro ha­bi­tual, so­lo que lleno de pin­ta­das de Banksy a lo lar­go de la ciu­dad, el gag del so­fá nos trans­por­ta has­ta unas imá­ge­nes de una fac­to­ría de Corea. Represión, tra­ba­jo in­fan­til, ga­tos des­cuar­ti­za­dos pa­ra re­lle­nar pe­lu­ches con su pe­lo y uni­cor­nios pa­ra ha­cer agu­je­ros de DVD’s de, co­mo no, la pro­pia se­rie de Los Simpson. Y aquí co­mien­za el des­atino de to­dos, pen­sar que hay una crí­ti­ca abier­ta al mo­do de pro­duc­ción de la se­rie pro­pia­men­te di­cho. Hemos de te­ner en cuen­ta que el gag del so­fá, es­te in­clui­do, es sim­ple y lla­na­men­te un re­cur­so hu­mo­rís­ti­co re­cu­rren­te que, en se­gun­do lu­gar, pue­de te­ner un tras­fon­do político-social, no al re­vés. El pre­cin­tar ca­jas con la ca­be­za de un del­fín o usar un uni­cor­nio de agu­je­rea­dor es al­go có­mi­co en la li­nea cán­di­da y li­ge­ra­men­te ab­sur­da que han ido ca­da vez co­se­chan­do más en la se­rie. ¿Pero hay crí­ti­ca en­ton­ces? Por su­pues­to, pe­ro no con­tra la se­rie, sino con­tra el pro­pio mo­de­lo de pro­duc­ción ca­pi­ta­lis­ta. Probablemente los di­bu­jan­tes co­rea­nos no es­tén en unas cir­cuns­tan­cias per­ni­cio­sas y ho­rri­bles pe­ro no de­ja de ser cier­to que lo que nos en­se­ñan si ocu­rre en otros ca­sos de co­no­ci­das mul­ti­na­cio­na­les. El chis­te no es so­bre Los Simpson, una vez más, es una iro­ni­za­ción de to­da la so­cie­dad se­ña­lán­do­se a si mis­mos, co­mo cuan­do cri­ti­can jo­co­sa­men­te a la FOX por al­gu­nas atro­ces (y fic­ti­cias) ac­ti­tu­des capitalistas.

    Nadie du­da de que Banksy sea de­ma­sia­do ex­pli­ci­to en sus men­sa­jes o que Los Simpson ya no son ni pro­ba­ble­men­te se­rán lo que fue­ron pe­ro en la com­bi­na­ción han vuel­to a la crí­ti­ca mor­daz y po­la­ri­za­do­ra. Y la de­mos­tra­ción de es­to es, pre­ci­sa­men­te, que nin­guno de los gran­des me­dios ha ter­mi­na­do de en­ten­der la crí­ti­ca. Las crí­ti­cas jo­co­sas son ali­men­to pa­ra la ideología.