Etiqueta: gore

  • entre el amor y la obsesión hay un nombre de mujer

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    La co­la­bo­ra­ción co­rre a car­go hoy de mi no­via Rak Zombie la cual nos de­lei­ta­rá ha­blán­do­nos de al­go de que lo sa­be mu­cho, de ci­ne de te­rror. Además pue­den en­con­trar­la en su tumblr de te­rror, co­sas mo­nas y pas­te­li­tos Ghouls and Cupcakes.

    Todo ser hu­mano ha sen­ti­do ra­bia de­bi­do al re­cha­zo de aque­llos que quie­re. Normalmente uno se re­sig­na y si­gue con su vi­da nor­mal, en The Loved Ones las co­sas no se ha­cen así.

    Brent es un jo­ven trau­ma­ti­za­do por la muer­te de su pa­dre, de la cual se cul­pa de­bi­do a un ac­ci­den­te de co­che cau­sa­do por la apa­ri­ción de una pre­sen­cia ex­tra­ña en la ca­rre­te­ra. El amor de su no­via le ha­ce se­guir en pie ca­da ma­ña­na y acu­dir al ins­ti­tu­to don­de pró­xi­ma­men­te se va a ce­le­brar el bai­le de fin de curso.

    Pero hay una co­sa que él no sa­be y es que al­guien más for­ma par­te de su vi­da. Será el mo­men­to en el que Lola apa­re­ce­rá en es­ce­na. Lola, una chi­ca tí­mi­da y re­traí­da, pi­de a Brent que va­ya al bai­le con ella pe­ro él la re­cha­za co­me­tien­do un gran error. La chi­ca y su pa­dre se­cues­tra­rán a Brent, lo lle­va­rán a una ca­sa dón­de se en­con­tra­rá un am­bien­te muy pa­re­ci­do al de La ma­tan­za de Texas y co­men­za­rán a ven­gar­se por ig­no­rar a su ad­mi­ra­do­ra secreta.

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  • detrás del machete se encuentra lo que es justo

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    El con­cep­to de que to­do en ex­ce­so es ma­lo se ha lle­va­do qui­zás de­ma­sia­do li­te­ral­men­te en nues­tra so­cie­dad y, so­bre­to­do, ha si­do muy mal en­ten­di­do. En un mun­do don­de se in­ten­ta im­po­ner lo des­ca­fei­na­do, don­de se be­be la coca-cola sin ca­feí­na y el ta­ba­co men­to­la­do, el ex­ce­so es la úl­ti­ma for­ma de re­bel­día. Y Machete es un ex­ce­so de otro tiempo.

    Un ofi­cial de po­li­cía co­no­ci­do co­mo Machete, por su pre­di­lec­ción por tal ar­ma, es trai­cio­na­do por su je­fe y ven­di­do al ma­yor ca­pó de los nar­cos del país. Aunque su fa­mi­lia mue­re mi­se­ra­ble­men­te an­te sus ojos el con­si­gue so­bre­vi­vir du­ran­te 3 años en el otro la­do de la fron­te­ra con tra­ba­jos de mier­da. Todo da un gi­ro ra­di­cal cuan­do se ve en­vuel­to en los tur­bios ne­go­cios de un se­na­dor que in­ten­ta ser re-elegido pa­ra ce­rrar las fron­te­ras, al­go que el je­fe de los nar­cos me­xi­ca­nos quie­re apro­ve­char pa­ra con­se­guir el mo­no­po­lio de la dro­ga en EEUU. Traicionado y per­se­gui­do por to­dos, Machete so­bre­vi­vi­rá y trae­rá la muer­te a to­dos cuan­tos se cru­cen en su ca­mino. Y con to­do es­to se des­ata la con­sa­bi­da y es­pe­ra­da or­gía de vís­ce­ras de lo más es­pec­ta­cu­lar. El prin­ci­pal pro­ble­ma que se le acha­ca es que no da lo que pro­me­te, que es­to no es se­rie B de los 70’s-80’s. Nada más le­jos de la reali­dad, es­to es jus­to lo que de­be­ría ser. Quizás las elip­sis en las es­ce­nas de se­xo in­co­mo­den a al­gu­nos pe­ro eso es al­go que ya ocu­rría en el ci­ne trash dé­ca­das atrás. Los com­ba­tes, aun­que po­drían ser más con­ti­nua­dos, son de­li­cio­sa­men­te cons­cien­tes y pro­du­cen car­ca­ja­das pa­ra na­da in­vo­lun­ta­rias des­de el sin­ce­ro ca­ri­ño. Y si con es­to no les va­le, aun tie­nen más car­ca­ja­das con los im­pre­sen­ta­bles me­xi­ca­nos ile­ga­les a fa­vor de ce­rrar las fron­te­ras o de los guar­dias de se­gu­ri­dad con du­das antropológico-existenciales.

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  • el asesino siempre es llamado tres veces

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    Con las le­yen­das siem­pre exis­te cier­ta in­cer­ti­dum­bre de cuan­to de ver­dad ha­brá en ellas, aun cuan­do sean cla­ra­men­te fan­tás­ti­cas. Pero po­ner a prue­ba una de ellas en una ca­ba­ña per­di­da en el bos­que con dro­gas y pro­mis­cui­dad de por me­dio es ten­tar a la suer­te más de lo de­sea­ble. Si no lo creen así pre­gún­ten­le a Jonathan Prévost y François Simard los di­rec­to­res del cor­to go­re Le Bagman — Profession: Meurtrier.

    Una chi­ca se ve ase­dia­da por los en­vi­tes de un slasher lla­ma­do Bagman que apa­re­ce pa­ra ma­tar­te si pro­nun­cias su nom­bre tres ve­ces se­gui­das. Su hui­da ya em­pie­za des­pués de la muer­te de to­dos sus ami­gos y se pro­lon­ga en una per­se­cu­ción que aca­ba cuan­do am­bos cho­can con un gru­po de ma­fio­sos de me­dio pe­lo. Estos, con muy po­ca in­te­li­gen­cia, lo in­vo­can pro­nun­cian­do tres ve­ces su nom­bre. A par­tir de aquí te­ne­mos el grue­so del cor­to que es una hi­la­ran­te con­se­cu­ción de eje­cu­cio­nes a ca­da cual más abe­rran­te so­lo sua­vi­za­das por las pin­ce­la­das hu­mo­rís­ti­cas. Y es que con Bagman, to­do es ex­ce­si­vo. Cuerpos con un par de de­ce­nas de san­gre en el cuer­po y unos cuan­tos ór­ga­nos de más son ob­je­to de san­grías y evis­ce­ra­cio­nes crea­ti­vas a‑gó-gó. Todo al mo­do old school, pres­cin­dien­do de CGI y ma­rra­na­das in­for­má­ti­cas que tien­den a em­bo­rro­nar la ca­li­dad glo­bal. Aquí to­do es or­gá­ni­co, no hay más que tru­cos bien eje­cu­ta­dos y mu­ñe­cos mu­ti­la­dos que dan un as­pec­to in­fa­me y gro­tes­co, pe­ro di­ver­ti­do, al con­jun­to final.

    Partiendo de un un cli­ché y con mu­chas ga­nas de ha­cer las co­sas bien lle­ga el ase­sino de la bol­sa de pa­pel en la ca­be­za. Y es que, ¿cuan­do po­dre­mos ver en otra oca­sión un es­pec­ta­cu­lar des­cuar­ti­za­mien­to vía in­tru­sión anal? Solo os que­da re­cor­dar no lla­mar nun­ca al hom­bre cu­yo nom­bre no de­be ser ja­más pronunciado.

  • la risa inocente es la cura del zombie precoz

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    Quizás Keiji Inafune no es­té to­do lo fino que de­be­ría en los úl­ti­mos tiem­pos, des­de lue­go el trash se ba­sa en el can­dor y la ino­cen­cia de sus hi­la­ran­tes lo­gros y una bue­na pe­lí­cu­la de vi­deo­jue­gos so­lo pue­de na­cer des­de el amor y la com­pren­sión de los có­di­gos de es­tos. Precisamente to­do es­to y mu­cho más aca­ba ani­dan­do en la fan­tás­ti­ca a la par que de­men­cial Zombrex: Dead Rising Sun de Keiji Inafune.

    Como un mo­do de pro­mo­cio­nar la se­gun­da en­tre­ga de la sa­ga Dead Rising en Capcom de­ci­die­ron ha­cer es­ta pe­lí­cu­la, ca­pri­cho de Inafune. Y le­jos de ser una de­cep­ción ab­so­lu­ta con­si­gue apro­ve­char con bas­tan­te sol­ven­cia los ele­men­tos de los que dis­po­ne. La his­to­ria no po­dría ser más sim­ple, dos her­ma­nos en ple­na epi­de­mia zom­bie bus­can un re­fu­gio pe­ro nin­guno les aco­ge por ser uno de ellos pa­ra­lí­ti­co e ir en si­lla de rue­das. Al in­ten­tar res­guar­dar­se en al­gún lu­gar du­ran­te la no­che aca­ben en un al­ma­cén don­de un gru­púscu­lo de ya­ku­zas ha­cen de su ley el or­den. Encerrados en­tre los zom­bies y los ya­ku­zas la su­per­vi­ven­cia se vuel­ve cru­da y di­fi­cul­to­sa. Sin ser na­da nue­vo ba­jo el sol en cuan­to ar­gu­men­to su ma­yor lo­gro es co­mo sol­ven­ta uno a uno los pro­ble­mas téc­ni­cos. Con un pre­su­pues­to mí­ni­mo am­bien­tan ca­si to­da la ac­ción en un al­ma­cén sin aca­bar por dar sen­sa­ción de te­dio gra­cias a la ayu­da de unos flash­backs bien po­si­cio­na­dos que di­na­mi­zan el rit­mo. Además el uso de la ma­yor par­te del tiem­po de una cá­ma­ra en pri­me­ra per­so­na des­de el her­mano en si­lla de rue­das es otro de los gran­des lo­gros de la cin­ta. Desde el mis­mo mo­men­to en que se in­si­núan mu­chas más co­sas de las que real­men­te se ven has­ta que nos da un pun­to de vis­ta pe­cu­liar de to­da la ac­ción, siem­pre des­de un cen­tro de gra­ve­dad ines­ta­ble y, ade­más, ba­jo. Desde lue­go no re­vo­lu­cio­na­rá el ci­ne es­ta pe­lí­cu­la pe­ro sí que nos en­se­ña que no ha­cen fal­ta pre­su­pues­tos abul­ta­dos si las ideas y la dis­po­si­ción es buena.

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  • los nazis son malos, los noruegos son raros

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    Es fá­cil de­jar­nos en­ga­ñar por el en­vol­to­rio del ci­ne de gé­ne­ro y una apa­ren­te pro­vo­ca­ción pa­ra des­pre­ciar una pe­lí­cu­la. Dejarnos en­ga­ñar por nues­tros pre­jui­cios y juz­gar el to­do por el en­vol­to­rio es una muy ma­la co­sa. Aun más si nos en­fren­ta­mos a la obra de Tommy Wirkola, Dead Snow. 

    Un gru­po de jó­ve­nes van a una ca­ba­ña en me­dio de nin­gu­na par­te de un mon­te no­rue­go y, co­mo es na­tu­ral, se des­ata una bru­tal ma­sa­cre al des­per­tar los na­zis que aso­la­ron la zo­na, aho­ra con­ver­ti­dos en zom­bies. La bru­tal or­gía de san­gre que uno es­pe­ra co­mien­za con los es­te­reo­ti­pos que uno es­pe­ra, sin sor­pre­sas ni nin­gún gi­ro es­pe­cial que le ha­ga al­go más allá de lo tí­pi­co. Y es que ya nos avi­sa­ba Absence, los no­rue­gos son gen­te muy ex­tra­ña. Los de­men­tes su­per­vi­vien­tes de la ma­sa­cre ini­cial, en­tre sus in­ten­tos de hui­da, se de­di­can a ex­ter­mi­nar vil­men­te uno por uno a los muer­tos vi­vien­tes. A pe­sar de que los zom­bies son ca­pa­ces de co­rrer y tie­nen una con­si­de­ra­ble fuer­za van ca­yen­do co­mo mos­cas en­tre mar­ti­llos, mo­to­sie­rras y me­tra­lle­tas en mo­tos de nie­ve. Así, du­ran­te la par­te más in­ten­sa de la pe­lí­cu­la, no hay unos no­rue­gos en­ce­rra­dos con unos zom­bies de los que no pue­den es­ca­par, hay unos zom­bies en­ce­rra­dos con unos no­rue­gos sin es­ca­pa­to­ria po­si­ble. Al me­nos has­ta que el ofi­cial na­zi se po­ne fir­me, sa­ca al ejer­ci­to y por fin, co­mo el mo­ti­vo de su muer­te ya de­ja­ba in­tuir, se re­ti­ran pa­ra des­can­sar al re­cu­pe­rar su co­di­cia­do tesoro.

    El que aquí los muer­tos sean na­zis o no es­tá le­jos de ser una cues­tión de pro­vo­ca­ción, es una de­ci­sión ar­gu­men­tal per­fec­ta­men­te cohe­ren­te con la his­to­ria que pre­ten­den con­tar. Pero lo que los na­zis nun­ca tu­vie­ron en cuen­ta es lo que ya sa­bían los sue­cos, que los no­rue­gos son muy ra­ros. Y es que los no­rue­gos es­tán locos.