El concepto de que todo en exceso es malo se ha llevado quizás demasiado literalmente en nuestra sociedad y, sobretodo, ha sido muy mal entendido. En un mundo donde se intenta imponer lo descafeinado, donde se bebe la coca-cola sin cafeína y el tabaco mentolado, el exceso es la última forma de rebeldía. Y Machete es un exceso de otro tiempo.
Un oficial de policía conocido como Machete, por su predilección por tal arma, es traicionado por su jefe y vendido al mayor capó de los narcos del país. Aunque su familia muere miserablemente ante sus ojos el consigue sobrevivir durante 3 años en el otro lado de la frontera con trabajos de mierda. Todo da un giro radical cuando se ve envuelto en los turbios negocios de un senador que intenta ser re-elegido para cerrar las fronteras, algo que el jefe de los narcos mexicanos quiere aprovechar para conseguir el monopolio de la droga en EEUU. Traicionado y perseguido por todos, Machete sobrevivirá y traerá la muerte a todos cuantos se crucen en su camino. Y con todo esto se desata la consabida y esperada orgía de vísceras de lo más espectacular. El principal problema que se le achaca es que no da lo que promete, que esto no es serie B de los 70’s-80’s. Nada más lejos de la realidad, esto es justo lo que debería ser. Quizás las elipsis en las escenas de sexo incomoden a algunos pero eso es algo que ya ocurría en el cine trash décadas atrás. Los combates, aunque podrían ser más continuados, son deliciosamente conscientes y producen carcajadas para nada involuntarias desde el sincero cariño. Y si con esto no les vale, aun tienen más carcajadas con los impresentables mexicanos ilegales a favor de cerrar las fronteras o de los guardias de seguridad con dudas antropológico-existenciales.
El otro gran problema es lo extremadamente explícitamente política que es la película, incluso llegando a lecturas muy burdas y obvias para algunos. Lo cual no deja de ser la misma imbecilidad de siempre sobre la necesidad de que el cine sea un medio de «evasión». Con Machete nos plantean un problema político serio, hiperbolizado hasta el extremo, pero que es un problema obvio y contundente en la actualidad. La inmigración ilegal y su conveniencia para la economía sumergida del país es un debate delicado con muchas implicaciones a todos los niveles. La película, radicalizando el mensaje hasta el punto de ironizar haciendo que Machete sea el Jesucristo de los mexicanos y su rival, el Jesucristo del Tea Party, consigue transmitir muy bien donde está el meollo de la cuestión. Sí, el mensaje es claramente a favor de los inmigrantes ilegales, pero nos desgrana uno por uno los puntos de vista de los diferentes espectros políticos de la sociedad. Desde el humor, por supuesto, pero creo que ya dejamos claro que esa es la mejor manera de llegar a las personas. Para algunos una película no debería ser jamás una reivindicación política, menos aun siendo heredera del cine trash de los 80’s. Pero toda creación humana tiene una carga ideológica detrás imposible de eliminar u ocultar, explicitarla es el modo más sincero de abrazar unos ideales en los que se creen. Más aun si se hace con tanto estilo y de un modo tan trash como Machete.
Ese inmigrante ilegal que te quita el trabajo, según tu opinión de nazi, puede que fuera en su país un noble agente de la ley que impidió que terroristas hastiados de una realidad tortuosa atacaran tu ciudad en un ataque suicida. O quizás fue un político que intentó eliminar las injusticias de su país que favorecían un clima de odio contra el primer mundo. O simplemente, puede que él hiciera las cómodas zapatillas que llevas ahora. Con exceso y estilo exploit.
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