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Nuestro peor enemigo está siempre dentro de nuestra cabeza. Ya sea debido a la ansiedad, el narcisismo o la enfermedad, por lo que recordamos o por lo que olvidamos, por lo que obviamos o por lo que no podemos pasar por alto, nuestros problemas más graves siempre acaban naciendo del interior. De nuestra incapacidad para lidiar con aquellos aspectos de nosotros mismos que nos superan y nos dan forma. Porque aunque nos pretendamos seres capaces de pensar las cosas de forma objetiva, desprovistos de cualquier condicionamiento externo o interno, estamos, en última instancia, condicionados por nuestro propio pasado.
Si bien lo anterior es de sentido común, ya que la ficción no tendría sentido en cualquier otro caso —pues, si no existiera la posibilidad de ver cómo reaccionan las personas ante un cambio en sus vidas, no habría ni conflicto ni historias — , es algo que solemos pasar por alto. Pues, en nuestra ingenuidad, preferimos creer que, al final, todo se resume en giros y resoluciones en vez de en el juego más evidente de todos: a nuestro cerebro le gusta encontrar patrones. Resolver puzles. Aprender a través de la imitación constante de gestos ajenos.
Incluso si estos son los actos del mundo. O de nuestras propias vidas.
La diferencia, la otredad, rara vez busca ser comprendida. Creemos conocer el trasfondo vital de los otros, poder comprender por qué actúan como lo hacen —especialmente cuando no hacen lo que nosotros querríamos; reducimos sus motivaciones a alguna clase de brújula moral absoluta, sea esta política o moral — , como si no fueran entidades que siempre están, al menos en cierta medida, en un plano umbrío a nuestros ojos; no vivimos sus vidas, no son nosotros, por lo cual su experiencia del mundo siempre será más compleja de lo que supongamos a priori. Las personas no son arquetipos, plantillas, comportamientos predefinidos. Si son otredades, algún otro, es porque tienen un Yo que se define a través de la experiencia personal que no podemos delimitar, de forma estricta, a través de patrones preestablecidos. Las personas son algo más que sus ideas o la totalidad de sus experiencias, porque también son dependientes del valor que confieran a cada una de ellas.