La diferencia, la otredad, rara vez busca ser comprendida. Creemos conocer el trasfondo vital de los otros, poder comprender por qué actúan como lo hacen —especialmente cuando no hacen lo que nosotros querríamos; reducimos sus motivaciones a alguna clase de brújula moral absoluta, sea esta política o moral — , como si no fueran entidades que siempre están, al menos en cierta medida, en un plano umbrío a nuestros ojos; no vivimos sus vidas, no son nosotros, por lo cual su experiencia del mundo siempre será más compleja de lo que supongamos a priori. Las personas no son arquetipos, plantillas, comportamientos predefinidos. Si son otredades, algún otro, es porque tienen un Yo que se define a través de la experiencia personal que no podemos delimitar, de forma estricta, a través de patrones preestablecidos. Las personas son algo más que sus ideas o la totalidad de sus experiencias, porque también son dependientes del valor que confieran a cada una de ellas.
Entre las otredades, la femenina es la más sistemáticamente maltratada. Con un sistema creado por hombres y para hombres, las mujeres en nuestra sociedad son siempre ciudadanas de segunda clase; la experiencia de sus cuerpos se invisibiliza, se pretende que esté ahí sólo como complemento de lo masculino. Como si lo femenino emanara de lo masculino. En esa pretensión inconsciente en la cual somos educados, Kyusaku Yumeno encuentra la posibilidad de retratar no sólo la tragedia cotidiana de la mitad del género humano, sino también de la imposibilidad de penetrar en la experiencia vital de otra persona: sus chicas son víctimas, pero no débiles, ya que hacen todo lo que está en su mano para no naufragar en un mundo hecho a imagen y semejanza del infierno. Infierno no porque sea un castigo por haber nacido del género equivocado, sino porque está formulado a través de la subordinación absoluta de su existencia.
Dado el concepto, es lógico que las chicas tengan que volverse más inteligentes de lo que necesitaran ser nunca sus compañeros. De este modo, Yumeno desentraña personajes femeninos complejos, que nunca terminan de desentrañar sus intenciones o pensamientos, en contraposición con unos hombres que, sin llegar nunca a ser planos —nunca cae en el sexismo inverso, representando lo masculino como se ha venido caracterizando lo femenino hasta el momento: por oposición — , sí muestran motivaciones mucho más simples; mientras sus hombres son personas acomodadas de clase media nacidas en un mundo hecho a su medida, personas a las que les han regalado todo, sus mujeres son entes abisales, nacidas en medio del abismo de la pobreza y un género que delimita sus posibilidades. Sus hombres pueden permitirse ser naïf, sus mujeres no.
Ninguna de sus chicas tiene las cosas fáciles. Ya sea porque deben vivir una vida de engaños para lograr estar en la posición que desean o porque confían en exceso en ser capaces de esquivar la bala de la misoginia impregnada en mayor o menor medida en la cultura, todas ellas deben enfrentarse contra el juicio de las personas de su entorno. No sólo de los hombres, sino también de las mujeres que aceptan de forma tácita ese statu quo como propio. Todo el mundo conspira contra ellas por intentar destacar, por desear una posición para la cual se supone que no han nacido —en definitiva, ser algo más que un bonito objeto de exposición para algún hombre — , cuando se las hubiera colmado de elogios y honores si se hubieran tratado de hombres. El horror de poder ser asesinadas sin motivo, de no poder ascender hasta una posición de relevancia «porque eso es un trabajo de hombres» o tener que suicidarse para que su palabra no se ponga en duda cuando un hombre la niegue son algunas de las cosas que deben vivir en ese infernal tira y afloja que es para ellas la vida.
Esta es una otredad que no podemos comprender desde nosotros mismos. Kyusaku Yumeno se adentra en las mentes y los corazones de esas chicas frágiles, duras, extrañas, que tienen que vivir experiencias demoledoras, a las cuales se les exige lo mismo que a los chicos, pero teniendo que ser siempre diligentes y bonitas; no se conforma con usar estereotipos masculinos con vagina, no pretende glorificar el ímpetu femenino tampoco, sino que nos las muestra en su dimensión última: como seres humanos, con sus defectos y sus virtudes. No existen juicios políticos ni morales aquí, la única ideología que sigue es de género. Son mujeres que se equivocan, se enamoran o actúan de forma perniciosa, en algunos casos les puede la vanidad o se enredan en exceso en sus propias intrigas, pero nunca dejan de parecer aquello que son, seres humanos complejos, con virtudes y defectos.
No siempre nos cuentan ellas sus experiencias. Aunque el género epistolar es el elegido por el escritor, haciendo recaer gran parte del peso estilístico sobre una construcción propia de las novelas policiacas, cuando mejor es capaz de caracterizar esa otredad, esa imposibilidad de conocer al otro, lo femenino, es cuando todo nos es narrado desde el punto de vista de un hombre. La candidez de Toshihira Usuketa, personaje de No tiene importancia, es tal que va caracterizando con un paternalismo tan encantador como risible sus dudas y las situaciones de ridículo en las que se ve envuelto por culpa de Yuriko Himegusa, la cual le utiliza desde un primer momento para intentar llegar hasta su posición deseada: ser doctora. Todas sus mentiras, sus engaños, sus desplantes, tienen un sentido último que podemos comprender —que una mujer, por más enfermera que sea, nunca podría llegar a ser médico en circunstancias normales en el Japón de principios de siglo — , pero que no hacen menos trágica su historia. Ella no es un ejemplo de bondad, un ente inocente sistemáticamente maltratado por la vida, sino una persona que, de principio a fin, busca un modo de lograr aquello que, por haber nacido mujer, le ha sido negado de entrada.
Los otros dos relatos que componen el libro, Asesinatos por relevos y La mujer de Marte, exploran esas mismas temáticas desde perspectivas diferentes, dotando al conjunto de una continuidad lógica que dota de sentido al hecho de que se nos presentan juntos. Tenemos la perspectiva indirecta de los hombres (No tiene importancia), la perspectiva indirecta de las mujeres (Asesinatos por relevos) y la perspectiva directa de las mujeres (La mujer de Marte); más que tres relatos, con tres protagonistas diferentes, parece una novela cuyo subtexto se va desarrollando sólo en tanto es capaz de plasmar la realidad de su objeto de estudio, la otredad femenina, desde todos los puntos, ya sean endógenos o exógenos, existentes.
El infierno de las chicas no es sólo un libro o la sociedad japonesa de principios de siglo, sino también nuestra sociedad heteropatriarcal. Comprender la otredad, aceptarla e intentar darle un espacio propio no mediado por nuestras perspectivas es necesario para que exista una igualdad auténtica, incluso cuando eso sea difícil de comprender. Porque al igual que las mujeres son la otredad más grande que existe, eso no significa que no seamos todos, en mayor o menor grado, la otredad de algún otro.
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