Valmouth, de Ronald Firbank
Una de las peculiaridades inherente a la alta sociedad es siempre ser objeto de la fascinación de aquellos que no pertenecen a ella; sea para bien, imaginando fantásticos mundos de virtud y belleza, o para mal, fabulando la absoluta abyección escondida tras sus lujosas paredes, el común de los mortales se acerca al alto mundo de la distinción como quien embebe su realidad a través de los mitos. La clase alta son las figuras mitológicas del presente.
Siendo Ronald Firbank parte de esta sociedad, aunque a su vez completamente abyecto a la misma, su retrato es aquel que ni idealiza ni crea una condición mitológica del mismo: lo observa con una admiración bobalicona, de preciosista deseo, que le sumerge en los intermitentes flujos de sus banales cuchicheos. Ahora bien, Firbank es un bicho raro — homosexual, cristiano y amante de las razas negras, entre esos tres aspectos hila lo que para él sería la realidad ideal de Valmouth; todo el mundo es eternamente joven y voluptuoso, cristiano hasta el sangrar de las generosamente impías almas y deseoso de escuchar magníficas historias de los selváticos mundos lejanos de la negra, de cambiante gradación en su negritud, Yajñávalkya. Es por eso que más que el retrato de un balneario parece el retrato de un carnaval obscenamente camp donde la aparición de una Cher on cocaine no hubiera sido más que la hilarante culminación de aquello que refleja en su texto a cada instante Firbank; retrato de la alta sociedad, pero pasado por el multicolor tamiz de una intrusión anal consentida.