The Day the Earth Stood Cool, de Los Simpson
Hacer sátira de la ironía es como pretender hacer del infierno un lugar más hogareño arrojando leña a las llamas, una absoluta estupidez. Partiendo de ésto podríamos entender porque cualquier premisa de serie o película que haya pretendido reírse de los hipsters, aquellos que se caracterizan precisamente por cimentar su vida en el vaciado irónico de todo sentido, ha fracasado en un su misma concepción: ironizar la actitud del hipster, reírse de él, refuerza su identidad de descastado frente a los bien integrados habitantes de un sistema de masas; reírse del hipster no sirve para integrarlo, hacerle sentir mal o hacer ver cuan ridículo es, sino que le da un sentido más profundo a su identidad. O lo hace al menos en tanto se construye el discurso desde una cierta superioridad moral de cultura dominante, con una pretensión colonialista: lo hipster es malo porque es diferente.
En The Day the Earth Stood Cool, después de una crisis de identidad en la cual Homer descubre que nunca ha sido guay, una pareja de hipsters se mudan a la casa adyacente a la de los Simpson, auspiciando así que Springfield se convierta en la nueva meca hipster. Si bien Homer abrazará con auténtica pasión esta nueva formulación de los hechos, adquiriendo una identidad de calvo-guay en contraposición a su antigua identidad de calvo-viejo —lo cual ya nos sitúa en el núcleo profundo de todo sentido hipster, del (des)encuentro de lo antiguo y ajado como nuevo e interesante exclusivamente por ser enfocado desde la perspectiva del interés específico de una comunidad en un momento dado — , la relación se romperá precisamente por la incapacidad de la familia para adaptarse al nuevo contexto: su autenticidad se basa en su inmovilismo, en la incapacidad de aceptar imposiciones ajenas a la comunidad propia (la familia, el presente-mainstream) en favor de aquellas nuevas entelequias que se conjuran como la nueva autenticidad (lo hipster, el presente-pasado irónico). Lo que refleja todo el episodio es la tensión irresoluble entre el que se incomoda ante la vista del diferente, el que necesita apartarlo de sí porque no es uno de los nuestros: el americano medio, y por extensión el occidental medio, no soporta del hipster que sean otra comunidad divergente, el otro —lo cual es, además, uno de los leit motiv principales de muchos episodios donde el conflicto está centrado en la figura de Marge—, pero tampoco los hipsters aceptan a nadie fuera de su círculo de iniciados.
¿Tiene sentido entonces entender este episodio de como una sátira de Lo Hipster, como ya hicieron mucho antes 2 Broke Girls y New Girls? En absoluto, porque para ello tendrían que sostenerse en la cómoda posición de machacar lo divergente, de anularlo de una forma acrítica —el gordo imbécil se vuelve hipster y sale escaldado, ergo todos los hipsters lo son por imbéciles o incapaces de integrarse— cuando, muy al contrario, hacen algo mucho más interesante: contraponen los dos extremos para demostrar que no existe diferencia alguna entre ninguna de las dos formas comunitarias, ya que ambas se basan en unas creencias ridículas basada en toda ausencia de pensamiento crítico. De este modo, que todo el pueblo de Springfield menos los Simpson se conviertan de repente en hipsters no es más que la consecuencia lógica de una cultura de masas basada en el capitalismo; no hay arraigo cultural, sólo interés monetario, por lo cual en el momento en que llega un nuevo colectivo que maneja una gran cantidad de dinero todo el pueblo se amolda a él para así ser participes de una cultura tan poco problemática como la anterior (ningún hipster se involucra en política, y mucho menos crea arte alguno que vaya más allá del entretenimiento irónico) pero que aporta mucho más dinero.
Los únicos que no se dejan arrastrar por la cultura hipster son los descastados, aquellos para los cuales el dinero es un acontecimiento secundario en comparación con una serie de valores que podrían resumirse en uno sólo: el valor de la familia; a través de una búsqueda de una vida auténtica, una basada en algo más allá que en la sistemática carrera de ratas que supone el capitalismo de masas —y lo es en tanto el ocio, el entretenimiento, es, en contraposición al arte, nada más que una extensión del trabajo: parte inherente de la vida inauténtica, de aquella que nos anestesia y nos aleja de nuestra propia existencia — , los Simpson se oponen a la cultura penetrante no por una convicción de preferencia de la cultura anterior, sino porque la cultura anterior es el único paradigma en el cual pueden sostener sus valores particulares. El pueblo de Springfield y los hipsters son lo mismo, adalides de una existencia vacía donada en favor de la perpetuación de una ideología que, en tanto ideología, es necesariamente abyecta: el capitalismo; si éstos son homo economicus no es porque el principio humano sea ese, sino porque ellos han rebajado su existencia hasta encajar en él.
Si los Simpson salen triunfantes contra los hipsters, si consiguen mantener su independencia de valores en todo momento, es porque de hecho (finalmente) aceptan esa cultura divergente sin aun negar la suya propia. Mientras los hipsters viven una vida inauténtica, completamente fuera de todo sentido presente y pretendiendo anular todo aquello que pueda no ser la cultura propia, la familia favorita de América encuentran el sentido de sus propias existencias en el seno de la familia; la comunidad de conforma la relación familiar configura, en último término, un núcleo profundo de valores y evocaciones que da sentido a la existencia de sus personajes y, por extensión, les aleja de la necesidad de imponer su visión del mundo a el otro. Por eso la familia, el primer lugar donde fuimos configurados, como el arte y en tanto comunidad, es uno de los lugares donde es posible encontrar el auténtico sentido de una existencia que irá siempre más allá del vaciado de sentido de la ironía, del consumismo, del entretenimiento.
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