Sin tiempo no puede germinar amor alguno. Necesitamos su transcurrir, arrojarnos al futuro para permitir la posibilidad de que algo surja, como condición esencial para poder descubrirnos en los sutiles enredos del amor; en tanto todos cargamos un pasado que debemos entender en el otro, sólo viviendo el tiempo a través del presente nos es posible conocer los sentimientos ajenos. O incluso los nuestros propios. No existen certezas, sólo dudas, porque todo depende del momento exacto en que ocurren los acontecimientos: la adecuación o no de un sentimiento depende de esa extraña alquimia la adecuación o no de un sentimiento depende del momento exacto en que acontece. Aunque es innegable que físicamente vivimos en el espacio, nuestro interior siempre se define a través del tiempo.
La obra de Wong Kar-wai está atravesada por el amor, el tiempo y las consecuencias que tienen ambos sobre las personas y el espacio que ellos ocupan. Ese es el punto radical cero de su obra. Su trilogía informal —que constituye una continuidad narrativa, pero no se considera una trilogía de forma explícita, compuesta por Days of Being Wild, In the Mood for Love y 2046, sirve como ejemplo perfecto para rastrear las constantes estilísticas de la cinematografía del hongkones; no sólo en los aspectos temáticos, sino también en los formales. Aunque resulta evidente la importancia que tiene el amor romántico para él, sería absurdo quedarse en ese punto exacto, como si el amor no pudiera tener múltiples formas de manifestarse. Su mirada erotiza, acaricia y saborea diferentes amores, haciendo de la cámara y el montaje otra forma romántica en sí misma: el amor por la narrativa y las posibilidades cinematográficas.