No vas a tener una casa en tu puta vida y lo sabes. La demencial crisis que estamos sufriendo es por culpa, como mínimo parcialmente, de una gestión inmobiliaria, siendo amables, ineficiente. Y la culpa lo es tanto de la gente que se permitía comprar casas que no podía pagar como los bancos que permitían hipotecas que jamás podrían pagar en una sola vida. ¿Qué estarías dispuesto a hacer por la casa de tus sueños? En Dream House de Ho-Cheung Pang, todo lo que sea necesario.
La joven Cheng Li-sheung quiere mudarse a un apartamento propio pero, a pesar de tener dos trabajos, parece que el destino quiere que le resulte imposible mudarse a ese idílico piso con vistas al mar. Ese rascacielos donde se situaba su antigua casa donde su familia vivió siempre, el lugar donde están todos sus sueños y esperanzas de poder algún día tener su propio cuarto. El lugar donde las inmobiliarias, el estado y las triadas vieron negocio en gentrificar una muy buena zona donde todos podrían sacar unas cantidades obscenas de dinero en la edificación. Pero Cheng no se rendirá y aquí comenzarán las escasas horas de terror que desatará sobre el rascacielos para conseguir su casa. Y si para ello tiene que asesinar a cuantos inquilinos se les ponga por delante, bienvenido sea. Ella sólo devolverá la violencia psicológica que han ido aplicando todos ‑su amante casado, su padre, sus jefes, las inmobiliarias, los arrendatarios del piso- contra ella, fuera intencionado o no. Su deseo se cristaliza en una violencia brutal que teñirá de rojo el destino de todo aquel que se interponga con sus sueños; todo para recuperar su pasado.
Pero no se dejen llevar a engaño, si Dream House es algo es una película bellísima. Cada composición de plano está hecho de tal forma que siempre enfatiza la belleza detrás de cada una de las escenas de la película. La majestuosa arquitectura de Hong Kong se va desplegando como milimétricas maquetas preciosistas a la par que nos presentan algunos de los interiores más aberrantemente feos, casi pútridos, que jamás hayamos presenciado. También hay una gran belleza detrás de cada uno de los actores, sobretodo en la actuación de la soberbia Josie Ho que enamora con cada gesto bordeado de su pelo enmarañado, con cada palabra de su voz cantarina que sólo podría ser así hablando chino. Y por supuesto la belleza de la sangre perlando las desnudas pieles níveas de jovencitas empaladas o la carcajeante belleza de los intestinos de un costra sobre un piso mientras se fuma un porro. Toda la película es de una belleza asilvestrada que, sin embargo, está muy bien calculada. La belleza que sólo se puede dar en el contraste de lo sucio y horrendo que hay en el interior en contraste con la belleza que ilumina toda forma exterior. Es la hermosura que se crea en el pliegue al conjugar la interioridad de lo exterior.
Y el final llega como una oleada de tristeza por el camino recorrido pues no hay belleza en el mundo que, aun infinita, no esconda en su seno la semilla de la tristeza. Aun con todos los deseos de nuestra protagonista cumplidos, aun con la casa de sus sueños y aun cuando nosotros hemos disfrutado y padecido con ella en una soberbia película, no podemos abandonar cierta melancolía. Aun en la casa de nuestros sueños, aun cuando hemos conseguido hacer que el interior sea tan bello como el exterior, un precio pagamos por el camino. Ahora somos como aquellos que envilecen el mundo.
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