La vida nuestra, la vida entera está allí
como… como un acontecimiento excesivo.
— Herberto Hélder
Existen libros concebidos para originar discusiones. No para disfrutarlos o pensar con ellos —aunque, en última instancia, también sea posible hacerlo — , sino para discutir, abiertamente, ante lo irreconciliable de sus ideas con los supuestos esenciales que tenemos al respecto de un determinado tema. Pero está bien que así sea. El cerebro, como cualquier otro músculo, necesita de su propia forma de gimnasia si no quiere atrofiarse. Y si bien la reflexión es un buen modo, la discusión es otro incluso mejor. Porque cuando nos vemos en la obligación de refutar los argumentos de otro, por peregrinos o extravagantes que puedan resultarnos, necesitamos estructurar un relato coherente a partir del cual descubrimos en qué no estamos de acuerdo con el otro. Y también en lo que sí. Porque no siempre pensamos lo que creemos que pensamos.