Secrets Behind the Wall, de Koji Wakamatsu
Aunque mi libertad acabe donde empieza la del otro, mi cuerpo nunca termina de acabar donde empieza el del otro. La carne del mundo se expande hacia el infinito devorándolo todo mientras la nuestra propia se encuentra con la del otro; es imposible determinar donde acaba mi propio cuerpo porque, si estoy realmente conectado con el mundo, estoy siempre determinado por el cuerpo ajeno. Es por eso que si toda herramienta no es más que una extensión de mi propio cuerpo —porque somos de facto cyborgs; desde el móvil hasta el bastón, pasando por la ropa o el bolígrafo, nuestro cuerpo se expande artificialmente haciendo carne de los objetos del mundo — , los otros están perpetuamente entrando en contacto con nosotros: el otro me ve, me oye, me siente. Toda herramienta se convierte en una extensión de nuestro cuerpo, de nuestros órganos. Incluso algo tan (aparentemente) inocuo como la escritura se convierte en contacto íntimo con el otro; es imposible escapar del otro, del contacto con el otro, porque nuestros cuerpos están conectados en la pegajosa red de carne que llamamos mundo.
Sabiendo lo anterior, Koji Wakamatsu crearía la obra de toda una vida a través de la excitación de la carne del mundo. Literal y metafóricamente. Es por eso que pretender ver en él sólo un ejemplo más del incipiente pinku eiga es quedarse muy atrás de todo aquello que expone sus películas; Secrets Behind the Wall nos habla de los pequeños dramas cotidianos, del panóptico de frustración sostenido en el presente, de la necesidad eternamente postergada del contacto de la carne.