En literatura no siempre se llaman a las cosas por su nombre. Por ejemplo, cuando un escritor se masturba en medio de la página, no lo llamamos sexo, sino «ejercicio de auto-ficción». No es baladí señalar esa clase de jerga profesional. Ayuda a dar contexto. A fin de cuentas, sólo así podríamos entender por qué, al abrir el grueso de los libros de autores que toman su propia vida como material primordial de su trabajo (sea de ficción o no ficción), todo lo que se puede apreciar es la costra lechosa de un efluvio vital que ni nos importa ni nos aporta nada.
¿Qué hay de malo en la masturbación? Que es el vano intento de hacer pasar por real, por relevante, algo que, en el mejor de los casos, debería quedarse en la intimidad de aquel que lo exhibe. En el peor, retrata al que se masturbe como un idiota o como un miserable. Ahí radica lo malo. En que masturbarse no es hacer literatura, en que imitar la vida no significa escribir bien.