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  • construye tus mitos en el seno de las mitologías de tu tiempo

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    Misfits 3ª Temporada, de Howard Overman

    Las se­ries de te­le­vi­sión, por su ca­rác­ter epi­só­di­co, son las trans­mi­so­ras de mi­tos más pro­fun­das que exis­ten en nues­tros días. Absolutamente cual­quier no­ción, po­si­bi­li­dad o for­ma de pen­sa­mien­to que se es­té apli­can­do hoy por hoy en el mun­do que­da re­tra­ta­do, más o me­nos ex­pli­ci­ta­men­te, en al­gu­na se­rie de te­le­vi­sión. Este mé­to­do de con­ge­lar los mo­men­tuum his­tó­ri­cos se ba­san en el he­cho de ar­ti­cu­lar cier­tas co­ti­dia­ni­dad en la cons­truc­ción del re­la­to; en las se­ries no nos en­con­tra­mos con per­so­na­jes que son con­cep­tos en­fren­ta­dos a su apli­ca­ción a un as­pec­to par­ti­cu­lar del mun­do ‑que se­ría, en cual­quier ca­so, al­go más cer­cano al cine‑, los per­so­na­jes de las se­ries son un con­cep­to y su pro­pia re­vo­lu­ción con res­pec­to de los cam­bios afec­ti­vos de su pre­sen­te. En las se­ries, a di­fe­ren­cia del ci­ne, no hay una en­se­ñan­za mí­ti­ca esen­cial que de­mos­trar de un mo­do pre­cla­ro ‑o, al me­nos, no es su fun­ción primaria- sino que es­ta­ble­ce un pa­ra­dig­ma mi­to­ló­gi­co pa­ra­le­lo al del mundo.

    En su pri­me­ra tem­po­ra­da Misfits era la his­to­ria de co­mo unos jó­ve­nes chavs con po­de­res ‑que son a su vez hi­pér­bo­le de su pro­pia per­so­na­li­dad, también- se en­fren­ta­ban con­tra su nue­va con­di­ción que li­te­ra­li­za­ba en el mun­do quie­nes son. A par­tir de ese pun­to, el cual se se­gui­ría avant la let­tre en la se­gun­da tem­po­ra­da, se iría con­for­man­do al­gu­nos tics par­ti­cu­la­res que se irían ori­gi­nan­do co­mo for­mas in­ci­den­ta­les de mi­to­lo­gía. De és­te mo­do el ase­si­na­to, o la au­sen­cia del mis­mo, de los agen­tes so­cia­les que los vi­gi­lan es un ele­men­to tan im­por­tan­te pa­ra com­pren­der el con­tex­to en el que se ven su­mer­gi­dos los per­so­na­jes co­mo su con­fron­ta­ción, siem­pre más ac­ci­den­tal que bus­ca­da, con­tra otros in­di­vi­duos con po­de­res que in­ten­tan des­truir­los. Todo es­to se de­fi­ne en el he­cho de que aquí no hay hé­roes de nin­gu­na cla­se, los po­de­res son só­lo un es­pe­jo don­de mi­rar­se que les re­ve­la­rán aque­llas con­di­cio­nes de si mis­mos que los de­fi­nen en un ni­vel más pro­fun­do que el cons­cien­te; las dos pri­me­ras tem­po­ra­das son la crea­ción de una mi­to­lo­gía in­ter­na a tra­vés de la cual dis­po­ner de un mun­do con sus pro­pias re­glas que es, en úl­ti­ma ins­tan­cia, el mis­mo que el nues­tro.

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  • yo, yo mismo, yo otro

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    En oca­sio­nes ol­vi­da­mos que los su­per­hé­roes an­tes de una en­ti­dad con unos po­de­res su­pra­hu­ma­nos son, esen­cial­men­te, per­so­nas con una vi­da más allá de la con­di­ción mis­ma de tal po­der. Aunque pue­de ser in­tere­san­te ver co­mo lu­chan con­tra el mal o des­cu­bren co­mo fun­cio­nan sus po­de­res, al fi­nal, siem­pre se aca­ba re­dun­dan­do en los lu­ga­res co­mu­nes pro­pios de una pro­duc­ción de ca­si un si­glo de có­mics de su­per­hé­roes. Sin em­bar­go Misfits no es só­lo una se­rie de gen­te con po­de­res, tam­bién es una fan­tás­ti­ca co­me­dia dra­má­ti­ca que re­dun­da en la pro­ble­má­ti­ca del yo; de la identidad.

    En Misfits nos en­con­tra­mos la his­to­ria de cin­co jó­ve­nes que, mien­tras ha­cen sus tra­ba­jos pa­ra la co­mu­ni­dad por di­ver­sas in­frac­cio­nes me­no­res, son al­can­za­dos por un ra­yo du­ran­te una ex­tra­ña tor­men­ta; es­te pe­cu­liar ac­ci­den­te me­teo­ro­ló­gi­co les brin­da­rá de po­de­res su­pra­na­tu­ra­les. Contra to­do pro­nós­ti­co la se­rie no nos na­rra­rá co­mo se con­vier­ten en los hé­roes que sal­van el día de su co­mu­ni­dad ni mu­chí­si­mo me­nos la his­to­ria de unos jó­ve­nes ván­da­los con po­de­res; es­ta es la his­to­ria de una ge­ne­ra­ción per­di­da que lu­cha por so­bre­vi­vir en un mun­do que les cru­ci­fi­ca pe­ro no les da opor­tu­ni­dad de des­ta­car. Como no po­dría ser de otra ma­ne­ra sus po­de­res son, ade­más, un re­fle­jo de la per­so­na­li­dad de ca­da uno de los per­so­na­jes, pues quien pue­de con­tro­lar el tiem­po es por su ob­se­si­va ne­ce­si­dad de cam­biar lo pa­sa­do y quien se vuel­ve in­vi­si­ble es por sen­tir­se eter­na­men­te ig­no­ra­do. Aquí no hay he­roís­mo, el bien y el mal se di­fu­mi­nan en ca­da enemi­go al cual se en­fren­tan pues, le­jos de ser ar­que­tí­pi­cos vi­lla­nos de ope­re­ta, son per­so­na­jes con­di­cio­na­dos por una per­so­na­li­dad que lle­va­da al ex­tre­mo les con­di­cio­na a ser lo otro opues­to a mi.

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