Tokyo!, de Michel Gondry, Leos Carax y Joon-ho Bong
¿Se puede hacer una fenomenología sentimental, una psicogeografía de los sentimientos, de un lugar en el que jamás se ha estado y, en realidad, no se conoce de forma profunda? Si nos apegamos a la tradición más pseudo-realista, por no decir ortodoxa, la respuesta sería contundentemente negativa: es imposible hablar de aquello que no se conoce; sólo la mirada que construye el lugar puede definir el imaginario real de ese lugar. Esto obviaría cualquier noción de imaginación que nos daría la capacidad de transposición, de ponerse en el lugar de otro físicamente sin estarlo realmente, lo cual eliminaría cualquier posibilidad de que la imaginación sea algo sustancialmente real. Pero si consideramos que el arte debe ser un ir más allá de lo real, un hacer presente que hay más allá de la primera patina inmanentista del mundo, entonces es perfectamente lógico hablar de lugares que jamás se han visto para intentar identificar una fenomenología en ellos. Aunque sólo sea por una inmanencia común del pensamiento.
No sería descabellado en tal caso que con una combinación de lo sabido sobre ese lugar y las ideas constantes que se dan más o menos en común en todos los hombres se pueda conformar una mímesis de realidad sustancialmente real que sea ficción pero represente la realidad. Más aun si es una urbe con tanta carga simbólica como lo es Tokyo.