En la vida de toda persona se busca cubrir los huecos que dejan las personas y su cariño que se van encontrando detrás, el encontrar el modo de rellenarlos, o no, puede suponer un duro revés hacia nosotros mismos. Aunque nos dejemos llevar por el pesimismo y temamos los imposibles de nuestro cariño siempre nos quedará una puerta abierta al optimismo. Nuestro guía y portero es Shugo Tokumaru.
Acompañamos en su camino dejando detrás la melancolía a Shugo Tokumaru por las calles de uno de los suburbios de Tokyo gracias a las imprescindibles grabaciones de La Blogothèque. La vida alrededor de la guitarra de Tokumaru sigue intacta, como si el fuera un paseante anónimo más de entre las impolutas calles de esa desconocida calle tokyota. Lo vemos abstraído, fuera de sí, como si caminara automáticamente y no estuviera tocando nada, como si no cantara y solo estuviera contándonos una historia de nuestras vidas, una historia tan tierna que nos resulta familiar. Casi como si él no estuviera allí, casi como si nosotros fuéramos como los que estamos allí, sonriendo bobaliconamente con felicidad apresando cada rayo de sol que se nos acerca. El mundo se detiene y todos los trazos de gris en él asumen los infinitos colores de la dulcísima voz que inunda todo el ambiente que hay alrededor, con sutileza, como si no estuviera ahí. Y después de eso solo quedan los detalles, las pequeñas pinceladas de la guitarra o del xilófono, los pequeños grabados de las ramas desnudas al viento o los muros desgastados por mil historias. Todo lo demás, es tan cotidiano como mentira.
Detrás de cada acto, de cada decisión y pensamiento se esconde la búsqueda del cariño ajeno en cualquiera de sus formas. Quizás la aprobación de un padre, puede ser que el calor y los mimos de una amada o meramente, la admiración por el trabajo de uno mismo. Por lo demás, en los momentos tristes, siempre quedan los retazos de color de un Tokyo iluminado desde las sombras de un rapsoda anónimo.
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