Etiqueta: vista

  • Movimientos (totales) en el arte mínimo (XXI)

    null

    Lumines
    Tetsuya Mizuguchi
    2005

    A la ho­ra de re­pre­sen­tar el mun­do siem­pre po­de­mos asu­mir dos po­si­bles ca­mi­nos dis­tin­tos: fi­gu­rar su exis­ten­cia a tra­vés del ma­te­ria­lis­mo o a tra­vés del psi­quis­mo. En el pri­mer ca­so só­lo ten­dría­mos que acep­tar que exis­te co­mo tal aque­llo que sa­be­mos en su fi­si­ca­li­dad, aque­llo que po­de­mos ver y to­car pa­ra ase­gu­rar su exis­ten­cia; en el se­gun­do ne­ce­si­ta­ría­mos po­der ha­cer una sín­te­sis par­ti­cu­lar de co­mo se con­fi­gu­ra en nues­tra men­te, de co­mo exis­te más allá de su com­po­si­ción, hi­po­té­ti­ca­men­te, ob­je­ti­va. En el ca­so de Tetsuya Mizuguchi pa­re­ce sen­tir­se más có­mo­do en es­ta se­gun­da po­si­ción, co­mo nos de­mues­tra en el ca­so de Lumines.

    (más…)

  • El espejo es la recursividad del objeto que se mira a sí mismo

    null

    El es­pe­jo, de Jafar Panahi

    Uno de los ma­yo­res pro­ble­mas al ha­blar so­bre el rea­lis­mo es co­mo la gen­te es in­ca­paz de no re­du­cir to­da pos­tu­ra con res­pec­to de la reali­dad en círcu­los con­cén­tri­cos ba­sa­dos en la pu­ra per­cep­ción. Esto no se­ría un pro­ble­ma sino fue­ra por­que no cual­quier cla­se de per­cep­ción va­le, pues los ani­ma­les ‑sin ir­nos (aun) ha­cia re­trué­ca­nos ontológicos- tam­bién tie­nen per­cep­ción del mun­do y de sí mis­mo, ya que só­lo se ad­mi­te co­mo vá­li­da aque­lla per­cep­ción que con­si­de­ra­mos co­mo su­pe­rior; en cual­quier apre­cia­ción de la reali­dad hay una he­ge­mo­nía de la mi­ra­da hu­ma­na con res­pec­to de cual­quier otra for­ma de per­cep­ción exis­ten­cial. Si Berkeley de­cía que ser es ser per­ci­bi­do no se re­fe­ría tan­to a ser per­ci­bi­do co­mo a ser vis­to; no es vá­li­do que los de­más nos hue­lan, nos sien­tan, nos no­ten o nos sa­bo­reen ‑aun­que, qui­zás, si es vá­li­do has­ta cier­to ni­vel que nos oi­gan, pe­ro in­clu­so en­ton­ces de­be­re­mos ma­ni­fes­tar­nos co­mo vi­si­bles en al­gún momento- por­que se ha es­ta­ble­ci­do que la úni­ca for­ma de aprehen­der la reali­dad es a tra­vés de la per­cep­ción ba­sa­da en la vis­ta humana.

    Esto es un pro­ble­ma. Y es un pro­ble­ma no só­lo por­que nos si­túa a Diderot, y su Carta a los cie­gos, en el lu­gar de un ma­ma­rra­cho que afir­ma que los cie­gos co­no­cen la reali­dad ‑lo cual lo pri­me­ro ya es afir­ma­do ale­gre­men­te por la aca­de­mia y lo se­gun­do es plan­tea­do en el tono con­des­cen­dien­te con el que se tra­ta la ceguera‑, sino que tam­bién lo es en tan­to li­mi­tan to­da po­si­bi­li­dad de con­cep­ción del mun­do ha­cia la ex­tre­ma­da­men­te li­mi­ta­da vi­sión per­cep­ti­va del hom­bre. Es por ello que, de re­pen­te, en­con­tra­mos des­agra­da­bles su­pues­tos on­to­ló­gi­cos de cor­te idea­lis­ta: los cie­gos no per­ci­ben la reali­dad, los ani­ma­les exis­ten fue­ra de la con­for­ma­ción del mun­do y el hom­bre es en el mun­do en tan­to con­for­ma el mun­do; es­ta pers­pec­ti­va idea­lis­ta anu­la cual­quier con­cep­ción fí­si­ca de la reali­dad: el uni­ver­so no exis­te an­tes del hom­bre, aun cuan­do ten­ga­mos evi­den­cias de que así ha si­do. Este pro­ble­ma se mul­ti­pli­ca has­ta el in­fi­ni­to en la in­ter­pre­ta­ción del ar­te co­mo mi­ra­da del objeto. 

    (más…)

  • la percepción es aquello que está entre las cosas que podemos percibir

    null

    El pro­ble­ma de la per­cep­ción hu­ma­na, en tan­to lí­mi­te co­mo en re­pre­sen­ta­ción, ha si­do de­ba­ti­da de for­ma fe­roz du­ran­te to­da la his­to­ria de la fi­lo­so­fía sin lle­gar a unas mí­ni­mas con­clu­sio­nes ra­zo­na­bles a su res­pec­to. Y, aun­que la cien­cia po­dría echar luz so­bre el asun­to, no pa­re­ce que nin­gu­na otra dis­ci­pli­na pu­die­ra dar­nos la res­pues­ta más cer­te­ra con res­pec­to a ello; el pro­ble­ma de la per­cep­ción es pu­ra­men­te hu­ma­nís­ti­co. Pero si de al­go no ca­be du­da es que hay co­sas que se en­tien­de me­jor por una ana­lo­gía per­cep­ti­va de cual­quier cla­se que por el he­cho mis­mo del uso de esa per­cep­ción, o de su re­pre­sen­ta­ción. Es por ello que I Touch A Red Button Man, el úl­ti­mo cor­to­me­tra­je de David Lynch con mú­si­ca de Interpol, es cla­ri­fi­ca­dor en al­gu­nos con­cep­tos bá­si­cos que ten­de­mos a ob­viar con res­pec­to al fun­cio­na­mien­to de nues­tra in­te­li­gi­bi­li­dad del mundo.

    En el ví­deo ve­mos a un su­je­to crip­to­zoo­grá­fi­co, el Red Button Man, que lo úni­co que ha­ce es apre­tar de for­ma in­ce­san­te un bo­tón ro­jo una y otra vez; el úni­co cam­bio de plano es pa­ra en­se­ñar­nos con­fu­sa­men­te el ros­tro de es­ta en­ti­dad des­co­no­ci­da. En los cam­bios con­ti­nuos de cá­ma­ra nues­tra per­cep­ción se ve dis­tor­sio­na­da, hay tan­to que ve­mos co­mo que no ve­mos. Con es­te res­pec­to nos con­ver­ti­mos en ob­ser­va­do­res que a su vez son ob­ser­va­dos por una en­ti­dad ‑que en teo­ría no pue­de ver- cuan­do el cam­bio de plano nos po­ne sú­bi­ta­men­te su ros­tro en pri­mer plano; so­mos clí­ni­ca­men­te es­cru­ta­dos por aque­llo que he­mos observado.

    Siguiendo el ar­gu­men­to an­te­rior la vis­ta fun­cio­na­ría co­mo cual­quier otro ras­go de per­cep­ción de los se­res hu­ma­nos: exis­te una bi­di­rec­cio­na­li­dad de los mis­mos. Esto se ve de for­ma muy cla­ra cuan­do yo to­co a al­guien pues a la vez que es­toy to­can­do una per­so­na es­toy sien­do to­ca­do a su vez por esa per­so­na; no pue­do to­car (ni ver) al otro sin ser to­ca­do (ni vis­to) por el mis­mo. ¿Cuales son los lí­mi­tes del es­pa­cio del ser yo en el mun­do cuan­do mi per­cep­ti­bi­li­dad es­tá su­je­ta siem­pre a la con­duc­ción bi­po­yé­ti­ca de és­te mis­mo ser? El ser co­mo pro­yec­ción en lo per­ci­bi­do; yo exis­to en el mun­do con res­pec­to de aque­llo que me ro­dea, con ne­ce­si­dad. De és­te mo­do David Lynch no ha­ce que to­que­mos al Red Button Man sino que, co­mo di­ce al fi­nal del ví­deo ya sí de for­ma cris­ta­li­na, he­mos si­do no­so­tros mis­mos los que he­mos to­ca­do el bo­tón ro­jo. Porque por los lí­mi­tes de nues­tra per­cep­ción no­so­tros es­ta­mos yux­ta­pues­tos en la con­di­ción de ser ob­ser­va­dos por lo que ob­ser­va­mos; de ser to­ca­dos por lo que to­ca­mos. No exis­te rin­cón en el mun­do que no pue­da de­vol­ver­nos la mirada.