la percepción es aquello que está entre las cosas que podemos percibir

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El pro­ble­ma de la per­cep­ción hu­ma­na, en tan­to lí­mi­te co­mo en re­pre­sen­ta­ción, ha si­do de­ba­ti­da de for­ma fe­roz du­ran­te to­da la his­to­ria de la fi­lo­so­fía sin lle­gar a unas mí­ni­mas con­clu­sio­nes ra­zo­na­bles a su res­pec­to. Y, aun­que la cien­cia po­dría echar luz so­bre el asun­to, no pa­re­ce que nin­gu­na otra dis­ci­pli­na pu­die­ra dar­nos la res­pues­ta más cer­te­ra con res­pec­to a ello; el pro­ble­ma de la per­cep­ción es pu­ra­men­te hu­ma­nís­ti­co. Pero si de al­go no ca­be du­da es que hay co­sas que se en­tien­de me­jor por una ana­lo­gía per­cep­ti­va de cual­quier cla­se que por el he­cho mis­mo del uso de esa per­cep­ción, o de su re­pre­sen­ta­ción. Es por ello que I Touch A Red Button Man, el úl­ti­mo cor­to­me­tra­je de David Lynch con mú­si­ca de Interpol, es cla­ri­fi­ca­dor en al­gu­nos con­cep­tos bá­si­cos que ten­de­mos a ob­viar con res­pec­to al fun­cio­na­mien­to de nues­tra in­te­li­gi­bi­li­dad del mundo.

En el ví­deo ve­mos a un su­je­to crip­to­zoo­grá­fi­co, el Red Button Man, que lo úni­co que ha­ce es apre­tar de for­ma in­ce­san­te un bo­tón ro­jo una y otra vez; el úni­co cam­bio de plano es pa­ra en­se­ñar­nos con­fu­sa­men­te el ros­tro de es­ta en­ti­dad des­co­no­ci­da. En los cam­bios con­ti­nuos de cá­ma­ra nues­tra per­cep­ción se ve dis­tor­sio­na­da, hay tan­to que ve­mos co­mo que no ve­mos. Con es­te res­pec­to nos con­ver­ti­mos en ob­ser­va­do­res que a su vez son ob­ser­va­dos por una en­ti­dad ‑que en teo­ría no pue­de ver- cuan­do el cam­bio de plano nos po­ne sú­bi­ta­men­te su ros­tro en pri­mer plano; so­mos clí­ni­ca­men­te es­cru­ta­dos por aque­llo que he­mos observado.

Siguiendo el ar­gu­men­to an­te­rior la vis­ta fun­cio­na­ría co­mo cual­quier otro ras­go de per­cep­ción de los se­res hu­ma­nos: exis­te una bi­di­rec­cio­na­li­dad de los mis­mos. Esto se ve de for­ma muy cla­ra cuan­do yo to­co a al­guien pues a la vez que es­toy to­can­do una per­so­na es­toy sien­do to­ca­do a su vez por esa per­so­na; no pue­do to­car (ni ver) al otro sin ser to­ca­do (ni vis­to) por el mis­mo. ¿Cuales son los lí­mi­tes del es­pa­cio del ser yo en el mun­do cuan­do mi per­cep­ti­bi­li­dad es­tá su­je­ta siem­pre a la con­duc­ción bi­po­yé­ti­ca de és­te mis­mo ser? El ser co­mo pro­yec­ción en lo per­ci­bi­do; yo exis­to en el mun­do con res­pec­to de aque­llo que me ro­dea, con ne­ce­si­dad. De és­te mo­do David Lynch no ha­ce que to­que­mos al Red Button Man sino que, co­mo di­ce al fi­nal del ví­deo ya sí de for­ma cris­ta­li­na, he­mos si­do no­so­tros mis­mos los que he­mos to­ca­do el bo­tón ro­jo. Porque por los lí­mi­tes de nues­tra per­cep­ción no­so­tros es­ta­mos yux­ta­pues­tos en la con­di­ción de ser ob­ser­va­dos por lo que ob­ser­va­mos; de ser to­ca­dos por lo que to­ca­mos. No exis­te rin­cón en el mun­do que no pue­da de­vol­ver­nos la mirada.

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