I. La chica — Henrique Lage
Habitée d’un grand coeur, mais en pouvoir aimer…
Aimer toute la terre, aimer tous ses fils.
Etre femme, mais en pouvoir créer;
Creér, non seulement procréer.
- Filles du soleil, de N’Dèye Coumba Mbengué Diakhaté.
El cine de terror se fundamenta en un rapto de violencia, en un momento de perturbación que transforma la imperceptible quietud diaria en la realidad más desagradable. El objetivo del cine de terror es, entonces, el de mostrar la indefensión. Desde sus comienzos, esa fragilidad se ha traducido, múltiples veces, en la necesidad de protección de una figura femenina, normalmente secuestrada o amenazada por villano o criatura y con una figura valerosa y masculina a su rescate. Es a partir de los años 70, cuando la mujer se vuelve, bajo el mismo prisma, en protagonista del terror, pero con el matiz añadido de las final girls y su necesidad de salvarse a ellas mismas, resistir o incluso vengarse. Pero, aunque la película de Ti West se sitúe a principios de los 80, hay un enorme salto entre la andrógina y virginal – y por tanto, exenta del castigo que reciben las mujeres abiertamente sexuales en estas películas – Laurie de Halloween (John Carpenter, 1978) y su homólogo en The house of the devil, Samantha. Lo que viene a perturbar la paz de Samantha es la necesidad de infringir los mandatos del género, con la labor de niñera como obligación a un rol maternal pero también como la salida económica a su propia independencia, representada por una casa, un espacio para ella misma, matiz que da el engañoso título de la cinta y que no encontramos en otras películas, como La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968). West no hace exactamente un film feminista, pero sí se molesta en crear un personaje tridimensional, diría que incluso hasta mundano. Mantiene con ello el suspense en torno a una mujer amenazada e inconsciente de la historia que, inevitablemente, protagoniza; y se recrea, con una sensualidad más naïf que explotadora, en los tiempos muertos y la calma antes de la tormenta. Jocelin Donahue se entrega a uno de las interpretaciones femeninas más complejas de los últimos años del género, formando un asidero de normalidad dentro de un mecanismo clásico, y trabajando desde una dignidad eminentemente femenina con las que su rostro y su cuerpo (tanto figurativa como literalmente) son el verdadero corazón de la película, el motor por el cual cada acción es filmada con mimo y detalle, con la distancia de la admiración y la inteligencia de quien ha elaborado uno de los discursos más originales sobre el terror cinematográfico.
II. Lo retro — Mister Arashi
No hay estreno que no tenga carteles alternativos en clave vintage o su parodia en formato 8 bits, casi siempre mas creativos e interesantes que toda la mercadotecnia oficial. Lo retro invade la cultura y por supuesto el cine. Películas como The House of the Devil ademas lo incorporan en su discurso, siendo el equivalente cinematográfico de esos pósters alternativos que atestan la red, muy en sintonía con otras propuestas contemporáneas como Drive de Nicolás Winding Refn, Death Proof de Quentin Tarantino o Amer de Helenne Cattet y Bruno Forzani, directores que se han sumergido en el imaginario de un cine de genero ya fenecido, no tanto con la intención de reanimarlo como de reconstruirlo. De alguna manera imágenes y clichés del cine de terror y la serie b han adquirido un nuevo significado para ellos, re-interpretando su tosquedad como atrevidas muestras de estilo y celebrando una libertad mas refrescante que la del arte y ensayo. En The House of the Devil el espectador cree saber en que territorio se ha adentrado, reconoce la estética y recibe un par de codazos nostálgicos, pero se ve inmerso en una espera muy larga y una trama que no avanza. Tampoco el aficionado al terror mas viciado acaba de situarse, busca referentes y formulas pero no consigue concretar; parece una tv movie perdida de los 80 y su puesta en escena bebe mas de los clásicos de los 70… ¿A que juega? ¿Es Dan Curtis o Polanski? Una trampa conceptual que acaba revelando una versión del genero muy lo-fi y minimalista, que contiene solamente lo que vamos a a recordar de ella y donde el arquetipo de la chica en apuros ha sido arrancado de la rutina argumental para ser insertado en la rutina de lo cotidiano, como si una apática Suzy Bannion (Suspiria de Dario Argento) no sospechara el complot maléfico y tuviéramos que lidiar con la espera. No por casualidad el esperado clímax adquiere una textura digital, revelando la identidad moderna del film. Lo retro en The House of the Devil obedece al homenaje honesto y al gozo estético, pero también es utilizado como sofisticada herramienta para ir desarmando a un espectador resabiado.
III. El ocultismo — John Tones
Leí hace unos días, en pleno proceso de documentación para un proyecto loquísimo, el libro La bestia en la pantalla — Aleister Crowley y el cine fantástico, editado por la Semana de Cine Fantástico y Terror de San Sebastián en 2010, coordinado por Jesús Palacios y rubricado por un colectivo de expertos en cine, esoterismo o ambas cosas (en algunas ocasiones no de forma simultánea sino más bien paralela, por desgracia). Se habla en él de un cine esotérico, mágiko, machacador de conciencias y constructor de rituales inconscientes que funcionan como reflejos, réplicas o respuestas de sortilegios planteados en la vida, digámoslo así por decirlo de alguna manera, “real”. Y ahí se incluyen desde adaptaciones de la figura de Crowley, fidedignas (bueno, eso nunca) o apócrifas (como el soberbio Lord Blackwood del Sherlock Holmes de Guy Ritchie) o películas directamente imbuídas en conocimientos o imágenes mágikas. Ahí entrarían los experimentos audiovisuales de Kenneth Anger, Carlos Atanes o Harry Smith. Para quienes hemos visto muchas de las películas citadas en el libro, una verdad inapelable se nos revela como si el mismísimo Príncipe de las Mentiras nos la cagara en la coronilla: la magia real funciona como componente argumental o novelesco (ese Aleister Crowley al Servicio de Su Majestad que muchos queremos imaginar), pero no tanto como caligrafía audiovisual. Un desconcertante visionado de piezas como Scorpio Rising o Heaven and Earth Magic hacen pensar que son películas con un poderoso interés desde el punto de vista del descifrado mágico, pero mucho menos desde la narrativa convencional.
La relación del ilusionismo con la magia, digamos, auténtica (por favor, no me hagan entrar en combates terminológicos o se nos hace de noche… una noche de dentro de tres semanas, por lo menos) es tan sencilla como, a su manera, esotérica. El ilusionismo muestra una manipulación de las leyes naturales cuyo misterio puede (pero a menudo no es) desvelado. Es decir, en sentido estricto no hay diferencia entre el ilusionismo y el ocultismo: esa diferencia tan solo está en el conocimiento por parte de quien la presencia de que hay una explicación natural (mejor digamos “asumible”, porque nos metemos ahí en una mandanga sobre lo antinatural que para qué) para un fenómeno que en realidad no tiene nada de sobrenatural. El atractivo del ilusionismo es no solo (obviamente) que resulta inofensivo, ya que es una sencilla forma de ficción (y a estas alturas ya sabemos todos que absolutamente cualquier forma de ficción es inofensiva, ¿verdad?), sino que tiene un componente narrativo basado en la maximización del planteamiento, nudo y desenlace. Es decir, y ya pongo el punto y seguido con cuestiones que nada tienen que ver con lo que nos trae aquí: un truco de ilusionismo (o, como decía impropiamente mi abuelo, la magia blanca) es divertido porque tiene algo de magia real, ya que modifica la realidad de forma levemente mistérica, pero lo hace con una estructura clásica, comprensible y con una serie de ganchos narrativos que la hacen atractiva (el suspense, el catapún final, los preámbulos, el humor ‑a menudo- y la eterna tentación de que “se puede” descubrir el truco).
House of the Dead es una película con forma de truco ilusionista. Como un mago que, confiado, se arremanga y enseña las manos por las palmas y el dorso, desde el arranque del metraje, Ti West ofrece una narrativa sencilla, absolutamente centrada en un solo personaje al que sigue sin descanso y del que no se ofrecen más datos de los exclusivamente necesarios para entender sus acciones durante la película. Es casi exhibicionista en su pretensión de ofrecer un argumento lineal, sin derivas, sin más personajes secundarios que los que matan y mueren. Un solo escenario ambienta un guion disparado por un lento caminar hacia un clímax anticipado por el título y el preámbulo: exactamente igual que un truco en el que el espectador sabe que al final va a suceder algo inexplicable, confuso y antinatural, pero no puede anticipar qué. La película pretende hacer creer al espectador que no esconde ases en la manga (entiéndase aquí la metáfora de forma medianamente literal), pero solo lo hace para perturbarle, sorprenderle y baquetearle en su tramo final. Su “nada por aquí, nada por allá” funciona como en el ilusionismo: para favorecer una suspensión de la credulidad que multiplique el efecto de la sorpresa final.
La película tiene, en su gusto por describir rituales y acciones repetitivas, algo de esotérico y críptico (sin entrar en que su inexplicablemente perturbador ritmo tenga algo de la musicalidad de un sortilegio, ahí no entramos porque sería entrar en lo esencialmente nigromántico que resulta el arte del montaje audiovisual, y eso es cosa seria y escapa completamente de nuestras intenciones hoy aquí). Vemos a menudo a la bella Jocelin Donahue deambular por dentro de una casa que cree casi desierta, o por el campus donde estudia, mostrados ambos con sencillez, con montajes musicales, planos repetitivos, un sentido del ritmo que tiene algo de letanía y abracadabra. Particularmente, la escena en la que, armada solo con su walkman y su imprudencia juvenil, la niñera improvisada examina cada rincón de la planta baja de la casa, aburrida y ociosa, me recordó a esos cuentos de terror o esas películas de casas encantadas en las que la resolución de un puzzle paranormal consiste simplemente en algo que se ha ido haciendo de forma inadvertida: leer un libro, recorrer una casa o encontrar la clave para un cubo de Rubik demoniaco. Y así, del mismo modo que sucede con la obra maestra satánica de la Hammer Las novias del diablo, lo de menos es que en algún momento la película muestre un ritual ocultista o no (en ambos casos lo hace), sino que es su ritmo el que palpita con cierta concepción estética del esoterismo: cómo se desvela ante los ojos del espectador, de forma continuada y con sosiego. Tengan en cuenta que un conjuro es como un libro de instrucciones, y así funciona The House of the Devil, como una exposición de datos y hechos que desembocan en otros de forma natural y como consecuencia lógica de lo ejecutado. Así, ese tono de inevitabilidad que hace tan especial a la película de Ti West tiene algo de maldición hacia la protagonista, y la película sabe cerrar su círculo perfectamente y con precisión: The House of the Devil está muy lejos de ser una película ocultista (al menos, en el sentido en el que mencionábamos al principio al celuloide inspirado por Crowley), pero respirando al mismo ritmo que un truco de ilusionismo, que a su vez esconde la misma estructura que una narración ocultista “real”, transmite la sensación de fatalismo e inevitabilidad que sobrecoge de forma (anti)natural al asistente a un ritual inexplicable e incomprensible. En el caso de esta película de Ti West, resulta indiferente que la película se vista con la raída túnica del satanismo de chichinabo o acuda a la misma estructura de presentación, exposición y conclusión lógica pero inexplicable de un truco: The House of the Devil resulta magnética y fascinante por motivos absolutamente imposibles de explicar. Y ahí es donde se puede decir que Ti West ha hecho auténtica magia.
IV. La sangre — Rak Zombie
Los lazos de unión son concebidos con síntomas de relación entre individuos que de una u otra manera están destinados a compartir unos momentos determinados en el espacio/tiempo. Ti West desarrolla una trama inconfundible entre las acciones de todos y cada uno de los personajes de The House Of The Devil instándoles a conformar una única unión de caminos que en apariencia externa parecían imposibles. Película articulada en sendas de recorrido ajeno hasta un fin común, un fluido despertar de las razones ocultas y celebradas. Como la sangre, llegarán al corazón de la cábala para decidir de qué modo se puede dar vida a los hechos hasta esa conclusión nefasta, donde las motivaciones encubiertas y la muerte tomarán protagonismo sin pedir permiso, de improviso y generando problemas de afianzamiento.
Los vasos sanguíneos o lo que es lo mismo, los intérpretes de esta película, contarán con áreas de infección delimitadas en el ámbito familiar o amistoso. La total confianza en esas áreas llevará a errores y confusiones fáciles de evitar, obviando que nadie consigue deshacerse de esas trampas o que los fines primarios se anteponen a lo que uno puede llegar a sospechar. Las líneas constitutivas de significado alterno harán que lo externo se doblegue a los fines principales hasta la disolución de la espontaneidad, donde la esclavitud se difunde en un rompecabezas incompleto que se espera saturar con esta sustancia de color púrpura que no se puede dejar de ansiar. A menudo que el tiempo rodea la situación ya preparada, la pureza empieza a desmoronarse obligada a convertirse en una causalidad dispuesta para expirar en el tramo del punto que anteriormente fue definido.
No hay razones para intentar evitar lo fatal, no hay nada que se pueda hacer con una unión desmesurada en la fuerza de la consanguineidad. Cuando no se puede entender cómo salir de un laberinto, solo se puede desandar lo que nunca se debió perpetrar y aceptar que el cambio en la composición y estructura interior propia no podrá ser distinguido nunca más. El origen ya no existe, la sangre lo ha internado dentro de tus entrañas y nada podrá evitar tu destino infernal. Descendencia y ascendencia unificadas en las sentencias que jamás permitirán distanciarte.
V. La casa — Álvaro Arbonés
El hogar como lugar último, como extensión matérica de la propia existencia de las personas, debe ser el lugar donde se cristalice todo aquello que se es de una forma profunda. Así no hay mejor modo de conocer una persona que ver su casa, ya no tanto por la confianza implícita que se da en el hecho de que nos deje explorar libremente su vida, sino en el hecho de poder comprobar la disposición y preferencia de pareceres en sus formas. Cuando en House of the Devil vemos la exploración que hace Samantha de la casa, tranquilo y metódico durante casi una hora de película, fervoroso y desmedido en los últimos veinte minutos, podemos ver como la casa se nos presenta precisamente en su propia exposición; la casa parece lujosa y hogareña, fruto de una familia opulenta sin excesos que se procesan un amor distante pero cerrado, pero oculta detrás de cada pared el secreto maldito de una cuestión sin resolver. Es por ello que esa misma familiaridad, cuando se destruye el velo de maya que engañaba los sentidos de Samantha, se convierte en el matadero que en realidad es: no es hogareño y pacífico, cada uno de sus escalones y grietas es un tenebroso abismo hacia el alma de lo que oculta el white trash medio, el terror último que se esconde tras el yeso y el ladrillo del hombre.
Cada habitación es un secreto y una verdad diferente, una mirada al abismo a ninguna parte, que sólo se entiende cuando comprendemos que en la suma de todas ellas es cuando se entiende el absoluto. En la casa se vive y se engendra una existencia, del mismo modo que una mujer es la casa de la posibilidad de una nueva vida; toda casa es la posibilidad de un hogar, un lugar donde construir nuestro devenir existencial llenando cada rincón de recuerdos que nos digan algo ya no sobre el mundo, sino sobre nosotros mismos. Es por eso que es fascinante como Samantha va encontrando su lugar en la huida, como sus sentimientos tiñen la perspectiva de cada habitación que atraviesa, de cada escalón que trepa, de cada puerta que desvencija, de cada espejo que rompe para no verse en la posibilidad ‑porque toda casa es siempre la posibilidad de- encontrarse como (en) hogar indeseado. Todo lo demás son las siniestras supercherías de esa gigantesca casa que es América cuando decidió volverse loca al unísono.
Esta es una entrada especial del blog en la cual hemos practicado una crítica a cinco manos al respecto de House of the Devil de Ti West. Somos cinco porque cinco son los elementos más importantes de la película y porque en los aquelarres cinco era el número más poderoso al que se podía aspirar; cada uno hace su parte, pero lo importante es el conjunto particular de cada una de sus partes: la chica (Henrique Lage), lo retro (Mister Arashi), el ocultismo (John Tones), la sangre (Rak Zombie) y la casa (Álvaro Arbonés), además de la inestimable colaboración de Mikelodigas con la ilustración. Si el ritual experimental que hemos realizado ha salido bien, es ya sólo decisión del espectador y lo que hayamos evocado ante él con éste.