La seudofiesta del consumo nos incita a consumir ofreciéndonos una esencia perdida que nos elevara a una metafórica divinidad pero el resultado es siempre el mismo: la decepción. Tras la seudofiesta del consumo solo se esconde una cruel y brutal decepción que se sostiene en la falsa esperanza y necesidad de seguir consumiendo en busca de esa euforia pasajera. Necesitamos el nuevo chute que nos haga sentir lo mismo.
Una vez más para ver como ejerce la sociedad espectacular un control ¿casi? mesiánico a través del consumo solo tenemos que ver el producto de consumo más popular en los últimos tiempos de una forma casi unánime, Lost. Prometida al espectador como un zeitgeist cultural se afianzó después de una primera temporada de misterios, sorpresas y giros insospechados como un imprescindible, un must have, de lo que se debe ver y lo que debe ser la televisión. La cobertura mediática lo ensalza y convierte en un hito generacional a través de las temporadas y sus fans ven religiosamente cada capítulo como una suerte de catarsis colectiva. Si el capítulo es bueno o malo es algo absolutamente irrelevante, lo que si es relevante es la comunión que se crea, las expectativas, el falso dialogo y comprensión que los eleva a un nuevo entendimiento ficticio. No ven la serie para disfrutar de cada capítulo, ven la serie en búsqueda de una iluminación final que aclare todo lo que ocurre en la isla, en sus mentes, en su vida espectacular. Ven la serie para ser entes superiores, los mejores de los consumidores posibles. Y así, llegó la season finale.
No se resolvió absolutamente ninguno de los misterios de la serie. Los lloros y la rabia fueron algo unánime, se sentían decepcionados, vendidos y absolutamente maltratados por la serie a la que habían dedicado años de su vida. Otros, los menos, justificaban el final con asobinadas frases del estilo «en la vida tampoco se llegan a conocer todos los misterios» para justificar el hecho de que, en verdad, todo había sido un gran montón de nada. Y justamente en eso consiste el final de un producto, la auto-perpetuación del hype mediante la decepción, catártica o lastimera, de sus consumidores. Los seguidores de Lost no veían Lost para disfrutar del producto en si, sino que la seguían en búsqueda de una iluminación final que los satisfaga de un modo absoluto y preclaro. Querían tener el santo grial del espectáculo, cosa que les prometieron continuamente, y al final se encontraron con la decepción. ¿Y qué se consigue decepcionando al consumidor? Que continué consumiendo en búsqueda de ese santo grial, esa experiencia extática que les lleve a los cielos del consumo donde ya no necesiten a nada ni nadie más por el resto de los días. El hype crea unas expectativas espectaculares de la llegada de un mesías imposible que, finalmente, causa una decepción a quienes lo esperaban que siguen esperando, muy pacientemente al siguiente. No importa cuantas decepciones se lleve, el consumidor no puede renegar de lo espectacular y siempre volverá en búsqueda de la siguiente obvia decepción con la ilusión y creencia férrea de que en esta ocasión si será lo que espera. Pero las expectativas siempre son muchísimo más altas que la realidad.
A raíz de esto surge la mayor arma del hype para promocionarse, el afirmar que el producto x es el nuevo producto y. Cualquiera que le digan ahora mismo, después de leer todo lo anterior, que x serie es la nueva Lost sospecharía y lo vería como algo negativo ya que le están prometiendo un engaño, una redención espectacular ficticia. Pero con esta frase no es eso lo que promete el hype al espectador. Cuando se afirma que x producto es el nuevo producto y se refiere a que es la versión mejorada, es todo lo que pudo ser pero no fue el producto y, creando unas expectativas descomunales que jamás podrá cumplir absolutamente ningún producto. Si decimos que una serie x será la nueva Los Serrano quizás no cree una expectativa entorno suyo ni favorable ni de gran calado. Pero si afirmamos que esa misma serie que será la nueva Lost las expectativas del consumidor se disparan y, aunque la decepción sea casi inmediata al darse el consumo de tal serie, habremos conseguido vender, aunque sea, los posos de nuestro nuevo hype. Y no solo eso, habremos creado una nueva decepción que, lejos de cansar al espectador, solo engrandece la decepción del hype original lo cual hace cada vez más y más difícil que el consumidor se sienta satisfecho ante absolutamente nada. Las expectativas del consumidor contemporáneo son infinitamente superiores a la calidad del producto a consumir.
La sociedad espectacular se encarga muy convenientemente de crear una continua decepción que eleve nuestras expectativas hasta cuotas que jamas podrán ser saciadas por ningún producto por excelente que este sea. Ya sea Lost o ya sea la victoria en el mundial el cumplir unos altísimos estandartes de calidad no supone solo, ni mucho menos, una satisfacción del consumidor a corto plazo. En realidad significa una inmunización a la calidad, una subida del nivel de exigencia del consumidor a largo plazo. El nuevo producto y no solo tiene que ser bueno, sino que tiene que ser mejor que el producto x que ya les ha decepcionado.