Geometría y angustia. Una posible interpretación de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca
Nada existe más tóxico para las bellas almas que el enfrentarse contra la alienante geometría perfecta de la modernidad. Si algo une definitivamente el capitalismo con el nazismo, el stalinismo con las monarquías ilustradas, es esa necesidad de convertir todo fundamento de realidad en una pura geometrización del sentido de la existencia: la naturaleza está para ser explotada, el hombre para triunfar sobre ella. O, al menos, aquellos que hayan nacido bajo cierto signo. He ahí la toxicidad que para un hombre sensible provocaría que cualquiera de las formas de organización social de la modernidad se introdujeran dentro de su ADN, pues en ellas no podría encontrar más que la perfecta angustia de un mundo que ha rechazo todo aquello que él representa. ¿Acaso hay sitio para el amor, el origen, el mito y la pasión en la geometría, en la falsa geometría que defienden quienes solucionan todo a través de la técnica? En palabras de Federico García Lorca, los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son: arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia..
El sentido de Poeta en Nueva York debería articularse entonces bajo esa lectura de la ciudad, desde una perspectiva geométrica y existencial, como dos fuerzas antagónicas en contraposición que se encuentran sólo en su desencuentro: la geometría no crea ninguna condición existencial, sino la angustia ante su ausencia; la existencia no crea ninguna geometría, sino la posibilidad de creerse en una. Por eso la lectura de los poemas es caótica, angustiosa y extraña; Lorca nos sitúa en medio de una trituradora, deshaciendo nuestro cuerpo en sanguinoliento puré de desidia, para recrear esa absoluta ausencia de asideros a partir de los cuales poder constatar algún sentido para nuestra existencia. O algún sentido que vaya más allá del movimiento del capital.