La articidad del videojuego se encuentra en su diseño, en su mecánica, en su mecanismo de verdad
Extra Life, de VV.AA
Entender un nuevo arte no pasa necesariamente por legitimizarlo, aun cuando de hecho ambos aspectos suelen ir unidos por la delgada linea de la especialización: en tanto parece poder extraerse un sentido profundo de los mecanismos propios de ese arte, parece como sí de él emanara una necesidad de respetarlo. El problema de éste sentido del respeto emana del lugar equivocado, pues lo que se respeta es al experto, aquel que realiza una labor de aprehender lo inaprensible, en vez de al arte, la fuente última de los mecanismos de su articidad — el arte no lo es porque haya gente capaz de discernir los mecanismos propios de su discurso detrás de su aparente inocuidad, sino por los mecanismos propios de su discurso. Es por ello que cualquier pretensión de practicar un acercamiento primero hacia el videojuego como fuente artística debe pasar no por darle una patina de legitimidad cara a la galería, como si de hecho el arte vivo fuera legítimo para la masa, sino en encontrar los mecanismos ónticos que nos permiten descubrir el desvelamiento del ser, la condición ontológica, que le es propia al videojuego.
Es en éste sentido donde Extra Life, el estupendo libro de Errata Naturae —el cual se jacta de ser la primera antología en castellano de análisis de videojuegos, lo cual sólo sería verdad de no existir antes los volúmenes de Mondo Pixel—, acomete su mayor logro y su mayor fracaso: aquellos que utilizan el videojuego para hablar de otra cosa, no legitiman el discurso sino que, de hecho, se pretenden legitimarlo por el mero hecho de hablar (de forma equívoca) de videojuegos; aquellos que utilizan el videojuego para hablar de videojuegos, de como los videojuegos nos hablan de una cierta verdad del mundo a través de su videoludicidad, abren la brecha hacia un sentido más profundo de la comprensión del medio como arte. Incluso cuando no lo explicitan, ni tienen la pretensión de hacerlo, de tal modo.