Este texto fue publicado originalmente en noviembre de 2017 en la revista cultural Canino. Ha sido reeditado y remaquetado para la ocasión.
Al hablar de manga hemos incidido siempre en cómo hablamos de ellos exclusivamente basados en la demografía buscada por la revista en la que se publican. ¿Significa eso que no tengan ningún valor orientativo? Por desgracia, es más bien al contrario. Mientras que para los artistas y críticos significan poco, para los lectores las demografías suelen ser indicadores exactos de aquello a lo que están dispuestos a dar una oportunidad y a lo que no.
Y si bien eso significa que el seinen es universalmente aceptado y que el shonen y el shoujo tienen que luchar por su visibilidad fuera de sus nichos, en el caso del josei, la demografía de mujeres adultas, debe luchar hasta por la visibilidad dentro de su propio nicho.
Un género al que se mira por encima del hombro
A pesar de su evidente afinidad con el seinen, el josei ha tendido históricamente a ser visto como un género menor. Como el género menospreciado por excelencia. Apenas sí la versión más despegada, apenas sí más adulto, de las historias románticas que se suelen circunscribir al shoujo. Historias sobre mujeres de treinta o cuarenta años, realizadas laboralmente o no, pero sin suerte en el amor, que o bien descubren al hombre perfecto o bien hacen de sus vidas un rip-off de Sexo en Nueva York.
Algo que, por lo demás, ni siquiera es mentira. A fin de cuentas, algunas de las series más populares de josei de los últimos tiempos caen dentro de esa idea.
Mangas como Happy Marriage de Maki Enjōji, Clover de Toriko Chiya o Tramps Like Us de Yayoi Ogawa bien podrían leerse como re-lecturas más adultas, también con un acercamiento mucho más saludable, de lo que generalmente se ha considerado que es propio del shoujo. Historias románticas, con un punto humorístico, centrando la mirada en la parte femenina de la historia. Algo que también podemos encontrar bien representado en el caso de revistas como Cocohana, que oscilan descaradamente entre el josei y el shoujo de un modo que, en el caso del seinen y el shonen, se observa con muchos menos reparos.
¿Significa eso que las historias mencionadas hasta el momento sean menores o menos dignas que el resto del josei? En absoluto. Todas ellas tienen su público, su popularidad tiene razón de ser y es innegable que, dentro de las historias románticas, están muy por encima de la media.
En el caso de algunas de ellas, incluso podríamos decir que su enfoque está colindante con el feminismo. O que es enteramente feminista.
Porque no debemos olvidar una cosa. Si bien el josei también tiene historias que replican formas poco deseables del amor romántico heteronormativo, eso no significa que la totalidad del género lo haga. Ni lo hacía el shoujo ni lo hace el josei. Por eso, incluso considerando que hay una parte significativa del género que es «estereotipada», sería absurdo considerar que todas sus historias más enfocadas hacia un público consumidor de romances, o ausencia del mismo sin amargura, han de ser, necesariamente, calcos mal hecho de patrones socioafectivos cuestionables.
También porque el josei, como el seinen, es muy diverso.
Una demografía difícil de delimitar (porque no se le para de despreciar)
¿Significa eso que en el josei no haya ninguna revista de referencia? Sí y no. Es cierto que la mayoría de revistas de la demografía tienen unas ventas muy similares, sin grandes diferencias entre ellas, pero también que una de ellas ha tenido la fortuna de dar de forma bastante regular una sorprendente cantidad de series que han logrado atravesar la barrera de su propio nicho. Esa es la revista Kiss.
Siendo la revista que ha publicado clásicos como Princess Jellyfish de Akiko Higashimura, que trata sobre una otaku cuya vida cambia por completo cuando conoce al hijo ilegítimo de un importante político que resulta ser un crossdresser; Nodame Cantabile, de Tomoko Ninomiya, que es la historia de ¿amor? entre dos aspirantes a músicos clásicos; Perfect World de Rie Aruga, sobre el romance entre una decoradora de interiores y un chico en silla de ruedas; o la ya mentada Tramps Like Us, sobre una mujer que decide adoptar a un chico más joven que ella como su mascota; su nómina de obras y autores es tan notable como el de las mejores revistas de seinen. Algo que siguen demostrando con la actual publicación de Tokyo Tarareba Musume, de Akiko Higashimura, sobre un grupo de chicas de treinta años que toman la determinación de casarse antes de las olimpiadas de Tokyo, aunque por el camino se preocupen más por divertirse todas juntas; o con la concluida biografía en formato manga de Steve Jobs por parte de Mari Yamazaki, la cual ha sido celebrada tanto dentro como fuera de las fronteras de Japón.
Significativa esta última obra no sólo por la aparente ruptura que supone con respecto de las demás —porque sea una biografía, por su marcada personalidad en el dibujo y su aparente sobriedad — , sino también porque Yamazaki es la autora detrás de Thermae Romae, un manga sobre viajes en el espacio-tiempo entre las termas del Imperio Romano y los baños japoneses contemporáneo, con un gran énfasis en la arquitectura. Obra que, además, fue publicada en la revista seinen, Comic Beam.
Porque, al final, si algo pertenece a una u otra demografía viene más determinado por donde se publica que por su contenido. Eso es algo especialmente evidente cuando tenemos en consideración una de las revistas más relativamente recientes: la Monthly Comic Zero Sum.
Con especial interés por las obras de género —entendiendo por género la fantasía, la ciencia ficción y el terror — , Zero Sum es, probablemente, la revista de referencia para cualquiera interesado en las obras de esta clase. Casa de las adaptaciones al manga de los videojuegos Fire Emblem y Xenosaga, y habiendo publicado clásicos de culto como Saiyuki de Kazuya Minekura, una reinterpretación muy libre de Viaje hacia el oeste, o Dolls de Yumiko Kawahara, una muy interesante recopilación de historias cortas que giran alrededor de las muñecas y los cuentos clásicos, la revista ha ido enfocándose con el tiempo en un espacio que, de no saber de antemano que es josei, pensaríamos que es una revista shonen por la clase de mangas que publica. Ya sea la recientemente concluida Amatsuki de Shinobu Takayama, sobre un chico encerrado en una reproducción virtual del periodo Edo, Loveless de Yun Kōga, un romance donde hay involucrados conspiraciones y misterios sobrenaturales o la más reciente Battle Rabbits de Yuki Amemiya y Yukino Ichihara, sobre una organización que busca proteger la tierra de ataques demoníacos, toda la revista tiene un distintivo sabor que generalmente asociaríamos con el shonen.
O lo haríamos si las demografías no patearan nuestros prejuicios sobre su contenido una vez tras otras.
Los problemas de ser considerado el sexo débil
A pesar de ese patear inmisericorde que ha dejado nuestros prejuicios, a estas alturas, hechos unos zorros, debemos admitir que el josei tiene unos cuantos problemas de base. En el sentido literal de la palabra. Porque su base de lectores, prácticamente sólo lectoras para vergüenza de todo un género, no puede competir con respecto del de ninguna de las otras demografías. Ni siquiera de los más denostados.
Igual que vimos que el shonen es el rey en lo que corresponde a las tiradas máximas, con el shoujo con picos bastantes grandes y el seinen cifras relativamente modestas en general, pero muy similares entre todas las revistas, el josei tiene la maldición del seinen, pero multiplicada. Todas sus revistas tienen unas ventas similares, sin ninguna revista imponiéndose de forma notable en el mercado, pero todas con cifras más bien modestas para la industria editorial japonesa. Porque incluso las más grandes tienen problemas para sobrepasar los 100.000 ejemplares.
Como señalamos en anteriores artículos, eso puede parecer una cifra desproporcionada. Y lo es, en términos occidentales y japoneses. Pero eso significa también que, ni apilando la tirada de todas las revistas josei de un mes, puede igualarse la tirada de una única tirada semanal de la Shonen Jump.
Algo que sí puede hacer, e incluso puede que llegue a superar, el shoujo y muy especialmente el seinen.
¿Cuál es el problema? Que aunque el josei es tan diverso, rico y vibrante como el seinen, su público tiene en mente una consideración: el seinen es neutro, para hombres y mujeres, mientras que el josei es sólo para mujeres. Es decir, ocurre exactamente igual que con cualquier otro medio. Las mujeres leen igualmente obras enfocadas para hombres o mujeres, pero los hombres sólo leen aquello que está claramente enfocado a ellos.
Eso crea no sólo una evidente distancia en ventas, sino que también hace que muchas obras se pierdan por el camino o se intente obviar el hecho de que son publicadas en revistas josei. Pero mal que les pese a algunos, el josei tiene en su haber algunas de las obras más interesantes que ha dado nunca el manga.
Una demografía que ha sabido reinventar el deporte
A ese respecto, una de las cosas más interesantes del josei es cómo ha sabido rescatar el spokon, los mangas de deportes, del absoluto dominio masculino. Pues si bien el shonen está plagado de mangas de deporte, con el seinen también bien preñado de los mismos, el shoujo apenas sí tiene mangas que hayan destacado tratando algún tema deportivo. Incluso si fuera de un modo más tangencial.
Pero no ocurre lo mismo con el josei. Aunque el deporte femenino no se haya llevado portadas y haya generado un interés comparativamente menor hasta hace relativamente pocos años, algunas autoras han encontrado en el deporte el lugar desde donde hacerse oír. ¿Pero qué clase de deportes? Aquellos por los cuales los hombres no suelen tener interés: los minoritarios.
Chihayafuru, de Yuki Suetsugu, sigue todos los tropos clásicos del spokon. El deseo competitivo, los enemigos que se convierten en amigos, los amigos que se convierten en rivales y el espíritu del compañerismo por encima de la victoria o de la derrota. Incluso si sabemos que todo acabara con la victoria, tarde o temprano. Pero la peculiaridad aquí es que la protagonista, Chihaya Ayase, es una chica. Y lo que es más sorprendente: que no quiere ser la mejor jugadora de fútbol, baloncesto o baseball, deportes mayoritarios en Japón, sino de karuta.
El karuta es un juego competitivo donde se colocan sobre la mesa dos juegos cien cartas ilustradas con un tanka —poemas similares al haiku, sin rima, de composición silábica 5 – 7‑5 – 7‑7— escrito en ellas, cada uno delante de cada uno de los jugadores. El juego en sí consiste en que una tercera persona, el recitador, lee el poema en voz alta y, cuando los jugadores identifiquen de que poema se trata, deben coger la carta que lo contiene del lado del rival. De ese modo, gana el primero que consiga vaciar de cartas el territorio del contrario.
Con un puñado de reglas más implicadas —se pueden bloquear con la mano el acceso, pero no tocar las cartas en sí; si se toca una carta incorrecta, se sufre una penalización; si un jugador toca la carta incorrecta y el otro toca la correcta, entonces la penalización es de dos cartas — , para entender la belleza, pragmatismo e increíble capacidad memorística y atlética de los jugadores de karuta es necesario ver una partida entre profesionales. Porque como nos explica Chihayafuru, los jugadores profesionales de karuta no necesitan nada más que entre la primera y la cuarta silaba de cada poema para reconocerlo.
Algo que Suetsugu transmite a la perfección en duelos tensos, muy vividos y perfectos en su capacidad de transmitir la acción, acompañados de un desarrollo de personajes ejemplar. Porque Chihayafuru es, le pese a quien le pese, uno de los mejores spokon actuales
En el mismo campo, aunque con méritos distintos —dibujo más personal, fabuloso análisis psicológico de personajes complejos— incluido al perfecto retrato de una disciplina deportiva poco conocida, está El león de Marzo de Chica Umino. Siguiendo la vida de Rei Kiriyama, un jugador profesional de shôgi, y su relación con las tres hermanas Kawamoto, Akari, Hinata y Momo, el manga, además de ser un éxito de ventas, es una excelente historia sobre la depresión, el trabajo de cuidados además de, por supuesto, un brillante vistazo al mundo del shôgi, el considerado ajedrez japonés. Juego cuya complejidad escapa completamente a cualquier posibilidad de resumirlo en este artículo.
¿Qué es lo más irónico de todo esto? Que la obra de Umino se considera un seinen. Aunque mantiene el estilo de dibujo de su anterior obra, Honey and Clover, que era un shojo, por publicarse en la revista Young Animal se considera un seinen, incluso si muchas personas no dudan en clasificarlo como josei.
Incluso si la experiencia dicta que, de haberse publicado en una revista josei, no hubiera conseguido el fulgurante éxito que ha logrado.
Una demografía que existe más allá del romance y los deportes
Saliéndonos ya del mundo del spokon, el josei tiene mucho que ofrecernos todavía. Por ejemplo, clásicos modernos. A este respecto nos conformaremos con nombrar la autora de josei más conocida en nuestro país, siendo prácticamente referencia única del género durante muchos años. Hablamos, cómo no, de Ai Yazawa.
Habiendo horadado los terrenos del shoujo y el josei por igual, Yazawa aunque sus trabajos más infantiles como Gokinjo Monogatari y No soy un ángel han tenido cierto eco, serían sus dos últimas obras hasta el momento, Paradise Kiss y Nana las que destacarían de forma más notable entre crítica y público. Con especial énfasis en la amistad entre mujeres, la moda y un marcado interés por las relaciones románticas y sexuales no convencionales, sus obras están circunscritas dentro del drama, desarrollando con ingenio e interés todo un grupo de personajes con problemas que van más allá de lo meramente romántico.
En ese sentido podríamos decir que el josei es un género privilegiado. A fin de cuentas, es difícil encontrar un género, en ningún medio, con tantas obras reflexionando sobre el papel de la mujer en la sociedad.
Un ejemplo de ello sería Kiriko Nananan. Obsesionada con los detalles, la psicología de los personajes y los límites (literales) de la composición de página, comenzaría publicando en la revista Garo para encontrar finalmente éxito de crítica y público a través de dos obras de apariencia sencilla y etérea como son Blue y Strawberry Shortcakes. Dos ejemplos de introspección, más cerca del cine indie que de la mayor parte de los mangas que hemos nombrado aquí, que le han valido un discreto reconocimiento internacional.
En un registro similar, pero más comercial, encontraríamos dos autoras que es difícil separar por las similitudes existentes no sólo en las temáticas de sus obras, sino también en el estilo que han desarrollado: Moyoco Anno y Kyoko Okazaki.
Si bien ambas tratan los temas de la madurez, las dificultades de las mujeres en el mundo del trabajo y la familia y el delicado equilibrio existente entre querer ser percibida como una mujer femenina sin por ello ser considerada un mero objeto, cada una de ellas, con el tiempo, ha ido escorando hacia terrenos muy diferentes. Mientras Anno ha ido variando su estilo a la par que encontraba su mayor éxito en Sakuran, una historia sobre cortesanas —es decir, prostitutas— en el siglo XVII, cambiando radicalmente en obras posteriores como Sugar Sugar Rune (típicamente shoujo) o Insufficient Direction y The Diary of Ochibi-san (obras auto-biográficas en las que narra su vida con su marido, Hideaki Anno, director de Neon Genesis Evangelion), Okazaki se ha mantenido dentro de un estilo duro, tratando siempre temas muy delicados como el deseo, la belleza y como todo ello se circunscribe dentro de ciertas relaciones de poder económicas y sociales, que se hace evidente en su opera magna sobre una chica que se mete a call girl para poder mantener como mascota a un cocodrilo, Pink, y de forma aún más descarnada en una de sus últimas obras, la excelente Helter Skelter.
Las mujeres adultas, tan complejas como los hombres adultos
Nos hemos dejado muchas obras en el tintero. El josei es, a fin de cuentas, tan rico y extenso como el seinen. Igual que tenemos dramas sobrenaturales tratando problemas tan complejos como la infidelidad desde un punto de vista femenino (Angel Nest, de Erica Sakurazawa) también podemos disfrutar de la adorable historia de un grupo de animales que se juntan para hablar de sus vidas en un café regentado por un monísimo oso polar (Shirokuma Cafe, de Aloha Higa) o un encantador pero-tremendamente-problemático slice of drama del subtipo «hombre se encuentra de repente sólo criando a una niña adorable» (Bunny Drop, de Yumi Unita), del cual el seinen tiene varias docenas actualmente en publicación.
Esa la trampa. Lo que ya hemos señalado. Que el josei no se lee por ser de mujeres, incluso si el contenido tiende a ser similar al del seinen. Muchas veces, ni siquiera poniendo un foco especial en el ámbito femenino, aunque suela ser así.
Por eso tampoco debería extrañarnos que las autoras más conocidas y reverenciadas por crítica y público se circunscriban en otros géneros, pero mayoritariamente en el seinen. Autoras como Natsume Ono, Ryōko Kui, Q Hayashida, Kohske, Asumiko Nakamura o las CLAMP. Todas ellas autoras excepcionales, de gran interés, pero que han encontrado el éxito teniendo que moverse a otras demografías de lectores más prestigiosas. Porque si el shonen tiene las ventas, el shoujo puede alardear de clásicos y el seinen es el terreno donde conseguir prestigio, el josei es el lugar donde tienes que trabajar tres veces más duro de lo normal para que siquiera reconozcan tu existencia.
Como hemos repetido veinte veces, josei y seinen son géneros gemelos. Es difícil encontrar verdaderas diferencias entre ellos. Y, cuando no se sabe de qué revista proceden, es fácil confundir el uno con el otro. Pero mientras el público siga teniendo prejuicios infundados hacia el género, pensando en el seinen como un género neutro y en el josei como un género femenino, será imposible que florezca del modo del cual podría hacerlo. Algo que será negativo tanto para las autoras, como para las editoriales y para nosotros, los propios lectores. clasificaciones demográficas tienen poco o ningún sentido. Basados casi exclusivamente en prejuicios de otra época.
¡Gracias por leer mi artículo sobre el josei! Esta es la quinta de una serie de ocho entregas sobre manga que escribí para la tristemente difunta revista Canino. La primera es sobre Osamu Tezuka, la segunda sobre el manga shōnen, la tercera sobre el shōjo y la cuarta sobre el seinen. Si te ha gustado, ¿puedo pedirte que te plantees donar o suscribirte a mi ko-fi? Eso me ayudaría a seguir rescatando y haciendo otros artículos como éste. Y si tienes ganas de más y no sigues mi letter, se llama Extraterrestre entre nosotros y tiene mucho contenido que podrías disfrutar.
Breve guía de lectura para despistados
I. Los josei para quienes aman el shoujo
Happy Marriage, de Maki Enjōji
Clover, de Toriko Chiya
Tramps Like Us de Yayoi Ogawa
II. Los imperdibles de la Kiss
Princess Jellyfish, de Akiko Higashimura
Nodame Cantabile, de Tomoko Ninomiya
Perfect World, de Rie Aruga
Tokyo Tarareba Musume, de Akiko Higashimura
Steve Jobs, de Mari Yamazaki
III. Spokon en el josei
Chihayafuru, de Yuki Suetsugu
El león de Marzo, de Chica Umino
IV. Historias que dan que pensar
Paradise Kiss, de Ai Yazawa
Nana, de Ai Yazawa
Blue, de Kiriko Nananan
Sakuran, de Moyoco Anno
Pink, de Kyoko Okazaki
Helter Skelter, de Kyoko Okazaki
V. Un manga para cada persona
Shirokuma Cafe, de Aloha Higa
Angel Nest, de Erica Sakurazawa
Bunny Drop, de Yumi Unita
Honey and Clover, de Chica Umino
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