Este texto fue publicado originalmente el 27 de julio de 2017 en la revista cultural Canino. Ha sido reeditado y remaquetado para la ocasión.
Todos tenemos una idea bastante clara de cómo debe ser un manga. Línea gruesa, ojos grandes, uso exagerado de tramas, dibujos en blanco y negro, tendencias de folletín y el drama siempre al once. Nada de eso es falso, en términos generales, pero es absurdo pretender que con eso podemos definir todos los mangas que existen en el mundo.
El manga es otra cosa. El manga es muchas cosas. Pero así y con todo, no resulta difícil situar un punto concreto como su origen; el momento en que pasó de ser un concepto nebuloso, no del todo fijo, a tener los rasgos que acabarían dando forma al medio tal y como lo conocemos. Porque aunque es mucho más que eso, es todo eso, y hay un nombre propio a quien le debemos una influencia y una popularidad tal que es imposible pensar el manga si no es a través de su figura. Ese nombre es el de Osamu Tezuka.
Los nombres significan
Cuando decimos que Tezuka es el origen del manga no queremos decir que fuera el primero en producir obras de estética manga. Ni siquiera que fuera el primero en producir cómics en Japón. Queremos decir que, aun existiendo todo ese caldo de cultivo previo, él fue el primero en darle forma. Porque, como en el caso del cómic occidental, podemos retrotraer el título de «primer manga de la historia» tan atrás como queramos.
Si consideramos como manga cualquier dibujo japonés vagamente narrativo, secuencial o que su autor denominara manga —algo particularmente ambiguo, si consideramos que el término se compone con los kanjis de «dibujo» y «sin límites» — , entonces tenemos infinidad de obras que merecen ese tratamiento. Podemos decir que el primer manga aparece en el siglo XIX y pertenece al maestro Hokusai, que nombraría Manga a unos cuadernos de dibujos que definiría como trazos volviéndose salvajes, o si nos gusta la salsa, podemos retrotraernos hasta el siglo XIII y declarar así al Chōjū-giga del monje Kakuyū. Pero, igual que con el cómic occidental, habría que ser muy amable para considerarlas manga, ya que estas obras no son ni estética ni narrativamente lo que hoy consideramos como propias del medio.

Para encontrar los primeros indicios de diseño manga tal y como lo conocemos tendríamos que hablar ya del siglo XX. Del trabajo de ilustradores como Yumeji Takehisa o, muy especialmente, Junichi Nakahara. Pero así y con todo, no puede considerarse que sean el origen del manga. No cuando eran ilustradores, no mangakas, y por extensión aún falta un elemento importante del medio: el narrativo.
Pero tanto antes como después de la Segunda Guerra Mundial, con Japón abriéndose a EEUU, podemos encontrar ya ejemplos de animación con una estética cercana a lo que consideraríamos anime, además de tiras periódicas de influencia americana, pero no algo similar a la idea de historia larga y autoconclusiva en la cual entraría una parte significativa del manga actual. Y antes y después porque ambos momentos marcarían la vida de un joven Tezuka: su infancia antes de la guerra y su entrada en la vida adulta después de ella.
Antes todo esto era Disney
Osamu Tezuka nace en 1928 en Toyonaka, una ciudad mediana de la prefectura de Osaka. Y su mayor influencia, durante la infancia y la adolescencia, no será ningún artista japonés, sino una multinacional japonesa: Disney. Fue a causa de su padre que le ponía las películas de pequeño, haciendo que él las viera en bucle una y otra vez, llevando ese ámbito más allá de la infancia. Pues se dice que Tezuka llegó a ver Bambi (1942), la película original de David Hand, no menos de ochenta veces.
Esa misma obsesión sería la que le llevaría a dibujar desde muy pequeño con el estilo que es conocido: redondeado, mono y con una querencia especial por los toques cartoon. Hábito de dibujo que ya nunca abandonaría.
Pasaron los años y, ya en el instituto, fue reclutado para trabajar en una factoría para contribuir en los esfuerzos del país durante la guerra. Pero ni siquiera eso fue suficiente para que dejara de dibujar. Simultaneó su trabajo con el dibujo demostrando así algo que, con el tiempo, comprobaría todo Japón: cuando se trata de sacar adelante una obra, no hay nadie con tanta disciplina y buen hacer como Osamu Tezuka.
Con la guerra recién terminada, Tezuka fue aceptado en la prestigiosa Universidad de Osaka, donde estudió medicina. Y lo que no pudo separar la guerra, no lo separó la medicina. Graduado seis años después, fue en ese periodo en el que comenzaría a publicar sus primeros mangas como profesional, aunque todavía con un éxito más bien discreto. Centrándose en obras de ciencia ficción, entre las que se cuentan las estimables Lost World, Metropolis y Next World, su primer éxito notable fue uno particularmente singular: una adaptación de La Isla del Tesoro de Stevenson realizada junto con otro mangaka, Shichimi Sakai.
En cualquier caso, todo esto no sería más que el prólogo de lo que sería su meteórico ascenso a la fama. Porque no fue hasta 1951, año de su graduación, cuando se empezó a cocinar su primer gran éxito.
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El chico de las estrellas toma Japón por asalto
Ambassador Atom iba a ser otro manga más. Otra obra de ciencia ficción, esta vez publicada ya habiendo terminado la universidad. Y aunque la recepción fue más bien tibia, Tezuka no tardó en darse cuenta de que uno de los personajes era extremadamente popular entre los chicos jóvenes: un robot humanoide llamado Atom. Escuchando a sus jóvenes fans, publicaría en 1952 el primer capítulo de Astro Boy en las páginas de Shōnen Kobunsha. Y el éxito fue automático.
Astro Boy no es la típica serie shōnen en prácticamente ningún aspecto. Astro, pues su nombre cambio durante el proceso, es creación del Dr. Tenma, un brillante científico que, al morir su hijo en un terrible accidente de tráfico, decide crear un robot a su imagen y semejanza al cual introducir sus recuerdos para no tener que lidiar con la pérdida. Como era de esperar, al principio sirve para fingir que la pérdida nunca tuvo lugar, pero pronto descubre que no hay soluciones fáciles contra la pérdida y quien paga los terribles errores del Doctor es el propio Astro, en todos los sentidos un dulcísimo niño humano. Asqueado de su existencia, Tenma repudia a Astro y lo vende al dueño de un circo, el repugnante Hamegg, que además resultará ser un villano recurrente en la serie, asumiendo papeles tan diversos como el de mafioso o el de cirujano asesino.
De principio a fin, toda la serie está marcada por ese destino cruel. Astro es un personaje adorable de ojos grandes, mofletes sonrosados y pelo pincho, una combinación de rasgos entre Disney y lo que consideraríamos el manga contemporáneo, pero nada de eso le impide tener una vida de penurias. Al menos hasta que el Profesor Ochanomizu lo descubre y, tras adoptarlo y comprobar su potencial heróico, decide espolearlo para que luche contra el crimen.

Esa es la premisa del manga. Atom combatiendo el mal con sus poderes. Y el mal por lo general son robots malvados, invasiones alienígenas o, en no pocas ocasiones, personas confusas que, en un momento de debilidad o locura, se vieron en el lado malo de la historia y sólo necesitan un poco de compresión y empatía. Algo de lo que Atom va sobrado.
Con 23 tomos publicados entre 1952 y 1968, Astro Boy es, probablemente, el primer manga que fue un gran impacto no sólo en Japón, sino también en EEUU y Europa. Adaptada cuatro veces en formato serie, con una película xino-americana homónima estrenada en el 2009 y varios spin-off que transcurren en su universo o que adaptan libremente sus aventuras, entre los que destacan Pluto de Naoki Urasawa y Atom: The Beginning de Tetsuro Kasahara, la vida de este niño robótico ha sido tan convulsa como plena.
¿Qué tienen en común una princesa y un fénix?
Tras el éxito de Astro Boy lo normal hubiera sido que Tezuka decidiera relajarse. Dibujar veinte páginas a la semana es algo que pone al límite físico y mental a cualquier artista, incluso aquellos que sólo pueden definirse como talentos generacionales. Pero si algo demostró Tezuka a lo largo de su carrera es que su capacidad de creación sería la envidia de cualquier línea de producción moderna.
Aún con el éxito de Astro Boy presente y convertido de la noche a la mañana en el autor de manga más importante del país, en 1953 decidió dar otro golpe sobre la mesa publicando uno de los mangas shōjo más influyentes de la historia en las páginas de Shōjo Club: La Princesa Caballero.

La Princesa Caballero es una historia peculiar desde su misma concepción. Transcurriendo todo en un contexto de fantasía medieval europea, nos narra la historia de la Princesa Zafiro, una chica que, desde su nacimiento, toda su familia ha pretendido que en realidad es un hombre para que así pueda heredar el trono que por haber nacido mujer le ha sido vedado. Además, debido a un accidente divino provocado por el ángel Tink, Zafiro tiene otra particularidad aún mayor: tiene dos corazones. El corazón azul de un chico y el corazón rosa de una chica. Y dado que Tink no puede volver al cielo hasta recuperar el corazón azul, algo a lo que Zafiro no está dispuesta en tanto considera que tan suyo es el corazón de chico como el de chica, se convertirá en el sidekick en las aventuras de la princesa intentando erradicar el mal de su reino.
El manga fue revolucionario. Obviamente. De un sólo golpe Tezuka puso sobre la mesa la subversión de los roles de género dentro de la fantasía, redefinió el shōjo al demostrar que no todo tenían porqué ser historias breves autoconclusivas y, al mismo tiempo, demostró que su talento no era flor de un día. Que tenía mucho que decir más allá de Astro Boy.
Y vaya que si lo dijo.
Sólo un año después de comenzar La Princesa caballero y todavía con Astro Boy en publicación, comenzó a publicar en las páginas de la Weekly Shonen Magazine lo que él consideraba la mayor obra de su vida: Fénix.
Realizada durante más de veinte años y recopilada en doce tomos, Fénix es una historia tan inmensa que resulta casi imposible pretender abarcarla completa. Transcurriendo cada uno de sus tomos en una época diferente, abordando un género particular cada vez, aquí podemos encontrar algunas de sus páginas más brillantes. Experimentando con el formato, la narrativa y el dibujo, si hay un único elemento que las cohesiona todas, dándoles un hilo común, es que todas ellas transcurren en el mismo mundo en el que el fénix titular tiene un importante papel en la historia.

Y si bien no es su serie más popular, ni la más conocida, es innegable que es en la que puso mayor esfuerzo y cariño de todas las que llegó a realizar. Incluso si no hay ninguna donde falte ninguna de esas dos cosas.
Si inventas el manga, ¿por qué no inventar también el anime?
Tras inventar el manga contemporáneo, era lógico que Tezuka intentará ir más allá.Y la oportunidad le llegó cuando en 1958 la rama animada de la Toei le pidió adaptar su manga El Mono Son Goku, algo a lo que Tezuka aceptó poniendo una condición: que él dirigiera la película. Ese fue su debut dentro de la animación. Pero debido a problemas con la Toei no acabó muy satisfecho con la experiencia. Eso provocó que, ya en 1961, decidiera crear su propio estudio de animación: Mushi Productions.

Produciendo animes de sus propias obras y las obras de algunos de sus protegidos después, seguramente el papel más importante que tuvo fue la dirección de la serie Kimba, el león blanco (1965−1966). Serie que Disney plagiaría descaradamente en 1994 en El Rey León cerrando de ese modo el círculo que comenzó años antes: igual que Disney sirvió de inspiración a Tezuka, Disney robó descaradamente ideas de Tezuka.
El mayor fracaso de Tezuka: una revista que quiso competir con el underground
Anime aparte, Tezuka no siempre tuvo éxito. Su estudio produjo un buen número de series y películas, pero tuvo que cerrar en 1973 a causa de la bancarrota. Y del mismo modo, sólo un año antes, tuvo que cerrar la que era su otra gran aventura empresarial: COM.
COM fue una revista de manga creada por Tezuka en 1967 donde él y otros mangakas de su círculo pudieran publicar obras más personales. Más experimentales. Y si bien funcionó durante unos años, acabaron hincando la rodilla. ¿Ante quién? Ante la revista que inspiró a Tezuka: la revista Garo.
Fundada por Katsuichi Nagai junto con Sanpei Shirato, Garo nació en julio de 1964 para cubrir el espacio de manga experimental que ninguna otra revista estaba cubriendo. De entre sus páginas surgió buena parte del manga radical de izquierdas, el manga abstracto y el ero-guro; durante los 80’s fue un promotor entusiasta del punk y durante los 90’s buena parte de los diseñadores gráficos japoneses estaban ya tan influido por los artistas de la revista que, a su cierre en diciembre del 2002, ya se consideraba una de las mayores revistas de culto de la historia no sólo del manga, sino del arte en general.

Incluso si, para ser justos, nunca llegó a ser considerada una de las grandes. Ni siquiera cuando, en su mejor momento, logró colocar alrededor de 80.000 ejemplares mensuales. Cifra monstruosa para los cánones occidentales, pero muy discretas para Japón: en aquella época, la Weekly Shōnen Jump tenía unas ventas superiores a los dos millones de ejemplares.
Con todo, su importancia es incontestable. Entonces y ahora. Siendo la revista que fue el origen del gekiga, considerada la primera verdadera muestra de manga adulto con autores como Yoshihiro Tatsumi y Yoshiharu Tsuge; de nombres muy conocidos fuera de Japón, como Suehiro Maruo; y nombres muy poco conocidos pero que deberían serlo, como Nekojiru; Garo es, haciendo una comparación ridículamente burda, el Osamu Tezuka de la revistas.
Tanto fue así, que ni Tezuka pudo competir. Cuando COM cerró en 1971, fue cuando Garo consiguió su mayor apogeo. Algo que nos enseña una valiosa lección: un sólo hombre no hace todo un medio.
El Tezuka más adulto
Tezuka nunca consiguió generar a su alrededor un aura de autor revolucionario, en un sentido político-estético, que si consiguieron otros artistas del medio. Y es lógico: él era el establishment. Incluso si era un francotirador del manga: su obra está muy lejos de limitarse a sus obras infantiles, mucho menos a las tres obras mayores que ya hemos comentado.
Para empezar, Tezuka tuvo una obra tan vasta que ni siquiera en Japón existen unas obras completas como tal: sus obras completas implican una selección dentro de su vasta bibliografía, tan extensa, que es dudoso que haya más de un puñado de coleccionistas que realmente tengan unas obras completas como tal. Porque no hablamos de vasta en términos de «decenas de tomos». Hablamos de vasta en términos de «más de setecientas series, la mayoría con dos o más tomos». Su monstruosa productividad hace imposible comentar todas sus obras. O la mayoría. Siquiera una parte significativa. Si nombráramos Black Jack, Buddha, Dororo o Don Dracula, sólo por nombrar algunas de las más conocidas o celebradas, apenas sí estaríamos rascando una parte mínima, y aun así significativa y absolutamente necesaria, de lo que supone toda su obra.
Pero eso,fracaso de COM aparte, no significa que toda su obra se ciña a la influencia que haya tenido sobre el shonen y el shōjo. Al considerado manga infantil. Porque en lo que trata de manga mal llamado adulto, Tezuka también fue el rey.

Obras como Adolf, Oda a Kirihito o La canción de Apolo son obras adultas que oscilan entre la influencia pulp, la crítica social y unas tramas complejas e intrincadas donde nunca nada es lo que parece y ni los buenos son santos ni los malos son meros demonios sin corazón. Algo que se puede apreciar particularmente en MW, la serie que sería la respuesta de Tezuka al gekiga.
Con una historia de pasados entrelazados, relaciones homosexuales explícitas, terrorismo de estado y un asesino en serie como protagonista, MW fue la respuesta en forma de thriller por parte de Tezuka a los que pensaban que su estilo, influido por Disney, era demasiado blando como para contar historias más adultas. Algo que demostró no sólo no ser cierto, sino que además sirvió para influenciar, en mucha mayor medida que todo el trabajo de los autores de gekiga, en lo que hoy se consideraría el manga adulto. Lo que hoy llamamos seinen.
No por nada, el gekiga ha resultado ser un camino sin salida. Obras de culto, pero todavía sólo de autor. Y, en tanto, las obras de Tezuka en Big Comic, junto a autores como Shotaro Ishinomori, Takao Saito y Jiro Taniguchi, han conseguido marcar el camino a seguir del manga considerado mainstream.
Que la muerte te coja trabajando
Podríamos seguir glosando los méritos de Tezuka días enteros. Y no acabaríamos nunca. Por eso hay que elegir un punto donde acabar.
Habiendo revolucionado el manga, redefinido lo que sería el shōnen, el shōjo y el seinen, y dando un puñetazo sobre la mesa en el mundo del anime —aunque, en este caso, no revolucionándolo completamente — , Tezuka falleció en Tokio el 9 de febrero de 1989. Sus últimas palabras, dedicadas a la enfermera que le estaba cuidando, fueron lo que cabría esperar de alguien que trabajó con la intensidad y pasión que él lo hizo: «Te lo suplico, ¡déjame seguir trabajando!».
A casi treinta años de su muerte, se hace evidente que sin Tezuka es probable que no existiera la industria editorial del manga tal y como la conocemos. Tal vez ni siquiera existiría. Pero su ritmo de trabajo desenfrenado, su atención a los autores más jóvenes y su incapacidad de dejar de trabajar en varios proyectos a la vez sirvió para crear todo un telón de fondo a partir del cual poder definir unos rasgos y un estilo particular para el medio.
Esos ojos grandes. Esa línea gruesa. Las tramas, el blanco y negro, el entintado sobre el lápiz. Y también los diseños aniñados, kawaii, donde prima lo mono sobre lo realista, incluso para lo truculento, lo extraño o lo siniestro.
La herencia que nos deja un hombre llamado Osamu Tezuka
Como es obvio, no todo el manga empieza y acaba en Tezuka. Existen infinidad de otros autores que han ayudado a definir los géneros, las fronteras y, especialmente, derribar esas fronteras cuando han constreñido en exceso la creatividad de los autores.
De hecho, otro de los grandes méritos de Tezuka fue saber rodearse de otras personas con talento y saber promocionar sus carreras. Es por eso que dos nombres propios tan relevantes para el shōnen de corte más clásico como son Go Nagai, creador de obras como Mazinger Z o Devilman, o Shotaro Ishinomori, que tiene en su haber obras inmortales como Sabu e Ichi o Kamen Raider, fueron sus protegidos. Más enfocados en el erotismo, la violencia, el drama y el tokusatsu, siendo dos personas muy diferentes y muy afines de un modo difícil de explicar en pocas palabras.

Pero como ya hemos señalado, ni siquiera su obra murió con él. Astro Boy continúa de varias maneras. También Black Jack. Y no hay año que no haya mangaka que no rescate alguna de sus obras para insuflarles una segunda vida.
Incluso alguien tan conocido e importante como Akira Toriyama, creador de Dragon Ball, siempre afirmó que tenía una deuda infinita con Tezuka. Y eso no es decir poco. Porque siendo aún tras su fallecimiento el mascarón de proa de la Shōnen Jump, la revista de manga más vendida de todo Japón, es como decir que Tezuka es el santo patrón de todos aquellos que amamos el manga.
Y como tal, era imposible empezar a hablar de manga sin dedicar nuestros respetos al padre de todo lo que vendrá después
Breve guía de lectura para despistados
Tezuka (básico)
La Princesa Caballero
Oda a Kirihito
MW
Astro Boy: The Greatest Robot in the World.
Tezuka (avanzado)
Black Jack
Dororo
Fénix
Revista Garo
El hombre sin talento, de Yoshiharu Tsuge
Una vida errante, de Yoshihiro Tatsumi
La sonrisa del vampiro, de Suehiro Maruo
Protegidos de Tezuka
Relatos de Sabu e Ichi, de Shōtarō Ishinomori
Kamen Rider, de Shōtarō Ishinomori
Mazinger Z, de Gō Nagai
Devilman, de Gō Nagai
¡Gracias por leer mi artículo sobre Osamu Tezuka! Esta es la primera de una serie de ocho entregas sobre manga que escribí para la tristemente difunta revista Canino. Si te ha gustado, ¿puedo pedirte que te plantees donar o suscribirte a mi ko-fi? Eso me ayudaría a seguir rescatando y haciendo otros artículos como éste. Y si tienes ganas de más y no sigues mi letter, se llama Extraterrestre entre nosotros y tiene mucho contenido que podrías disfrutar.
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