Categoría: Colores prohibidos

  • Colores prohibidos (X) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Colores prohibidos (X) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Ya es­tá aquí. Ya lle­gó. Es la dé­ci­ma se­ma­na de Colores prohi­bi­dos. Y aun­que pa­ra mu­chos eso no se­ría na­da, ape­nas sí un sus­pi­ro, al­go que se les ha­brá pa­sa­do in­clu­so sin dar­se cuen­ta, lle­var só­lo dos me­ses y me­dio ca­si pa­re­ce po­co: en cier­tos mo­men­tos, sien­to co­mo si lle­va­ra to­da la vi­da ha­cien­do es­tos re­sú­me­nes. Como si ya fue­ran par­te cons­ti­tu­ti­va de la ru­ti­na se­ma­nal. O al me­nos, cuan­do na­da im­pi­de sa­lir al aire. 

    ¿Qué trae­mos es­ta se­ma­na? Poco, pe­ro se­lec­to. Hablamos de ani­me cy­ber­punk a cau­sa del es­treno de Blame!, la adap­ta­ción del clá­si­co man­ga de Tsutomu Nihei que ha lle­va­do ade­lan­te Netflix, nos mar­ca­mos una se­sión do­ble con es­pías tan dis­tin­tos co­mo los de U.N.C.L.E. y Anacleto y con­clui­mos nues­tro vi­sio­na­do de Rebuild of Evangelion. También ha­bla­mos de black me­tal y gos­pel y, en las ta­xi­der­mias con­cre­tas, nos cen­tra­mos en los nue­vos sen­ci­llos de Burial y Cruyff in the Bedroom. Eso por un la­do. Por el la­do de lo que ha­go. Y por lo que se es­tá ha­cien­do trae­mos la ce­le­bra­ción del dé­ci­mo ani­ver­sa­rio del de­but del ya men­ta­do Burial por un la­do y un in­tere­san­te tex­to so­bre 3DCG en el ani­me que vie­ne al pe­lo la se­ma­na del es­treno de Blame!. Especialmente con­si­de­ran­do con los pa­los que ya le es­tán ca­yen­do por no ha­ber si­do ani­ma­do de for­ma tradicional.

    Hasta aquí el re­su­men de la se­ma­na. Hasta aquí Colores prohi­bi­dos. El es­pa­cio don­de, an­tes de ir di­rec­ta­men­te al con­te­ni­do, te lo re­su­mi­mos y pe­di­mos dis­cul­pas, por­que siem­pre te­ne­mos al­gún én­fa­sis neu­ró­ti­co del que ha­cer­nos car­go. Por ejem­plo, re­cor­da­ros que la lis­ta de Spotify, Banzai! Banzai! Banzai! si­gue cre­cien­do con no­ve­da­des, ra­re­zas y can­cio­nes que me gus­tan sin más. Eso por no de­cir que, ¿se­ra es­ta se­ma­na en la que ten­dre­mos nue­vo ar­tícu­lo del blog? ¡Quién sa­be si ha­brá tiem­po! Pero só­lo el tiem­po lo di­rá. Y ese tiem­po es la se­ma­na que vie­ne. El do­min­go. En Colores prohi­bi­dos.

    Lo que hago

    10 animes cyberpunk que deberías ver antes de ‘Blame!’ | Cinemania

    El ani­me tie­ne una lar­ga tra­di­ción de obras cy­ber­punk. No por na­da, Japón ya era cy­ber­punk cuan­do William Gibson, Bruce Sterling y Ridley Scott se sa­ca­ron el gé­ne­ro de la man­ga. Por eso, apro­ve­chan­do el es­treno de la adap­ta­ción ani­ma­da de Blame! por par­te de Netflix, he­mos he­cho una lis­ta de los pro­duc­tos de ani­ma­ción ja­po que me­jor ma­ri­dan con la obra de Tsutomu Nihei. Pero co­mo tam­po­co era cues­tión de re­pe­tir ob­vie­da­des, se­ña­lan­do otra vez lo gran­des que son Ghost in the Shell o Akira, he­mos de­ci­di­do ha­cer otro en­fo­que. Buscar otros ani­mes. Algunos añe­jos, otros po­co co­no­ci­dos, otros, sim­ple­men­te más mo­der­nos. Y es­tos son los diez ani­mes que han pa­sa­do nues­tra criba.

    Evangelion: 3.0 You Can (Not) Redo | Letterboxd

    Y es­ta­lló la bomba.

    Tras la an­te­rior pe­lí­cu­la de Rebuild of Evangelion era evi­den­te que es­to no era un me­ro re­ma­ke. Que si bien la se­rie tie­ne su pro­pia iden­ti­dad, las pe­lí­cu­las no iban a ser un me­ro la­va­do de ca­ra. Principalmente, por­que ni si­quie­ra lo necesita. 

    Anacleto, de Javier Ruiz Caldera | Letterboxd

    Anacleto es un te­beo con cier­to en­can­to. Su hu­mor, ju­gan­do con los lí­mi­tes del pro­pio me­dio —plás­ti­co, car­toon, di­bu­ja­do — , me­jo­ra cuan­to más ale­ja­do se man­tie­ne de los in­ten­tos de ser otro pro­duc­to Bruguera más. A fin de cuen­tas, no es Mortadelo y Filemón. Su ma­yor ba­za es­tá en el gag vi­sual y en la tro­pe­lía, no en la sa­cu­di­da cons­tan­te de chis­tes, me­ta­chis­tes y re­fe­ren­cias. Humor que, fue­ra de su me­dio, del có­mic, es prác­ti­ca­men­te irre­pro­du­ci­ble. Salvo, tal vez, pa­ra di­rec­to­res que ten­gan una con­si­de­ra­ción or­gá­ni­ca, plás­ti­ca y no mi­mé­ti­ca del ci­ne. Algo prác­ti­ca­men­te im­po­si­ble de en­con­trar en el mun­do. E in­exis­ten­te en nues­tra in­dus­tria fílmica.

    Es por eso que Anacleto, la pe­lí­cu­la, no es más que una cu­rio­si­dad desaprovechada.

    The Man from U.N.C.L.E., de Guy Ritchie | Letterboxd

    Existen con­di­cio­nes muy es­pe­cí­fi­cas pa­ra que al­go sea pop. Hace fal­ta que sea co­lo­ri­do, ac­ce­si­ble, pe­ro tam­bién que ten­ga per­so­na­li­dad, sea ex­tra­va­gan­te, pe­ro de al­gún mo­do fa­mi­liar, sin de­jar, en to­do mo­men­to, de re­sul­tar cer­cano y, en apa­rien­cia, ágil e inteligente. 

    En otras pa­la­bras, es di­fí­cil crear un buen pro­duc­to pop. 

    Blame!, de Hiroyuki Seshita | Letterboxd

    Blame! es una ra­re­za. Publicado a fi­nal de los 90’s, co­mo man­ga cy­ber­punk es, tal vez, el úni­co que lo­gró ca­rac­te­ri­zar las for­mas más en­fer­mi­zas y fe­bri­les del ci­ne. El im­pac­to vi­sual. El rit­mo opre­si­vo. El va­cío. El cons­tan­te di­ri­gir­se ha­cia la muer­te sin sa­ber có­mo ni por­qué. Y por esa mis­ma ra­zón, fue un man­ga de cul­to sin de­ma­sia­da con­ti­nui­dad en el tiempo. 

    Pero en­ton­ces lle­gó Knight of Sidonia.

    Zeal & Ardor – Devil is Fine (2017) | Studio Suicide

    Como mú­si­ca de van­guar­dia, el black me­tal es­tá des­apro­ve­cha­do. Detrás de to­da su cru­de­za, hay un gé­ne­ro que, co­mo ba­se pa­ra fu­sio­nes e in­ter­pre­ta­cio­nes sui ge­ne­ris, re­sul­ta ex­ce­len­te. Por eso re­sul­ta ri­dícu­lo lo po­co apro­ve­cha­do que es­tá en cier­tos cam­pos te­má­ti­cos. Pues si su prin­ci­pal cam­po de ba­ta­lla es el at­mos­fé­ri­co, el rui­dis­ta y el sa­tá­ni­co, ¿por qué no ex­plo­rar esos mis­mos cam­pos des­de otras ópticas? 

    Eso de­bían pen­sar Zeal & Ardor. Mezclando black me­tal con gos­pel, can­tán­do­le al dia­blo co­mo le can­ta­rían a dios, con­si­guen en Devil is Fine un de­but no só­lo sor­pren­den­te, sino mu­si­cal­men­te arriesgado. 

    Taxidermias concretas vol. III | Studio Suicide

    Burial si­gue dán­do­nos lan­za­mien­tos a cuen­ta go­tas. Casi co­mo si qui­sie­ra que vea­mos su evo­lu­ción ar­tís­ti­ca a cá­ma­ra len­ta. Algo que se ha­ce no­tar en Subtemple / Beach Fires en un acer­ca­mien­to fa­mi­liar, pe­ro di­fe­ren­te, a su pro­pio so­ni­do. Pues aquí cae más cer­ca del am­bient que del dubs­tep. Es por eso que, mien­tras que Subtemple se sien­te pe­sa­da, una opor­tu­ni­dad per­di­da de ha­ber he­cho al­go di­fe­ren­te, Beach Fires sí cum­ple su pro­pó­si­to. Siendo es­tric­ta­men­te am­bient, su acer­ca­mien­to sin­gu­lar ha­cia el cor­pus del ar­tis­ta re­sul­ta tan ex­tra­ño, pe­ro de al­gún mo­do cohe­ren­te, que jus­ti­fi­ca la exis­ten­cia de es­te sen­ci­llo. Al me­nos, has­ta que vea­mos en dón­de desem­bo­ca cuan­do, por fin, vuel­va al ca­mino del lar­ga duración.

    Y lo que se está haciendo

    Burial turns 10: The roots of a dubstep masterpiece | Fact Magazine

    «Burial’s self-titled de­but al­bum was re­lea­sed on May 15, 2006, and it felt li­ke it had been a long ti­me coming.

    We’d al­ready di­ges­ted the mys­te­rious South London Boroughs EP and we­re des­pe­ra­te for mo­re. Burial pro­vi­ded the fix, and without gi­ving away any per­so­nal de­tails about William Bevan, who­se na­me hadn’t even been re­vea­led yet. There we­re pre­cious few in­ter­views, and we ne­ver got to see him stan­ding behind a pair of decks on an ele­va­ted sta­ge at so­me cor­po­ra­te fes­ti­val or other. We just got han­ded vi­bes, and that’s all we really needed».

    Embracing the 3DCG menace, ambitious action — Girls und Panzer: The Movie | Sakuga Blog

    «We must uni­te against 3DCG sin­ce it’s the enemy of hand drawn ani­ma­tion! And all ani­me CGI is com­ple­te gar­ba­ge! – But is it though?»

  • Colores prohibidos (VIII+IX) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Colores prohibidos (VIII+IX) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Cof, cof. Corramos un tu­pi­do ve­lo so­bre los he­chos in­sig­ni­fi­can­tes, co­mo que ten­ga­mos que re­pe­tir do­ble­te, y ale­gré­mo­nos de que ya ha­ya vuel­to Colores prohi­bi­dos. Esta vez con en­tra­da doble. 

    ¿Qué te­ne­mos es­tas dos úl­ti­mas se­ma­nas? Pues la lis­ta de los ani­mes de pri­ma­ve­ra, bue­nas do­sis de Evangelion, no po­cos có­mics y un gran en­tu­sias­mo con pe­lí­cu­las tan pa­sa­das de vuel­tas que no nos ca­bía sino ce­le­brar­las. También, y muy es­pe­cial­men­te, dos es­tre­nos: en Studio Suicide he­mos em­pe­za­do una sec­ción de crí­ti­cas bre­ves, Taxidermias Concretas, que se pu­bli­can ca­da sá­ba­do. Ya lle­va­mos dos en­tre­gas y de mo­men­to fun­cio­na a la per­fec­ción. Por otro la­do, he co­men­za­do una lis­ta de Spotify, lla­ma­da Banzai! Banzai! Banzai! don­de iré su­bien­do la mú­si­ca que des­cu­bra, me gus­te o sim­ple­men­te lo que me ha­ya dan­do por ahí in­tro­du­cir. La lis­ta pue­de cam­biar, ser re­or­ga­ni­za­da, que can­cio­nes des­apa­rez­can y otras sean reor­de­na­das. Esa es la ma­gia de Banzai! Banzai! Banzai!, esa es la ma­gia de mi imprevisibilidad. 

    Y con eso ya he­mos he­cho el su­ma­rio ge­ne­ral de lo que han da­do de sí es­tas dos se­ma­nas. ¿Si hay más co­sas? Por su­pues­to. Estupendas crí­ti­cas de li­bros. Acongojantes con­se­jos li­te­ra­rios. Maravillosas en­tre­vis­tas. Algunos con­te­ni­dos pro­pios, otros aje­nos. Porque de eso tra­ta Colores prohi­bi­dos. De mos­trar lo que ha­go y lo que se es­tá ha­cien­do. Semana a se­ma­na. Al me­nos, cuan­do el tiem­po lo per­mi­te. Y has­ta el do­min­go que vie­ne, aquí que­da la lec­tu­ra de la oc­ta­va (y la no­ve­na) en­tre­ga. (más…)

  • Colores prohibidos (VII) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Colores prohibidos (VII) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Colores prohi­bi­dos vuel­ve in­clu­so cuan­do es puen­te. Tras la ri­ma bo­chor­no­sa, po­de­mos ir di­rec­ta­men­te a lo im­por­tan­te: a lo que trae­mos es­ta se­ma­na. Por ejem­plo, mu­cho ka­waii, por­que Kirby cum­plió ha­ce unos días vein­ti­cin­co años, in­clu­so si pa­ra él no pa­san los años. También te­ne­mos un do­cu­men­tal so­bre Arnold Schwarzenegger an­tes de ser el ac­tor fa­mo­so que es hoy, un re­pa­so de por­qué es tan bri­llan­te el pri­mer ca­pí­tu­lo de la se­rie Sherlock y por­qué Guardianes de la Galaxia vol. 2 po­dría ha­bér­se­lo aho­rra­do Marvel. Como bá­si­ca­men­te ca­si to­das las pe­lí­cu­las que han pro­du­ci­do, por otra par­te. Para re­ba­jar eso te­ne­mos una bue­na se­lec­ción de man­gas (y una no­ve­la) y, pa­ra aca­bar, Studio Suicide si­gue en la bre­cha y, es­ta se­ma­na, trae­mos una com­bi­na­ción de post-rock con mú­si­ca folk co­rea­na. O no. No exactamente. 

    En tex­tos aje­nos tam­po­co ha si­do una ma­la se­ma­na. Aunque con me­nos ví­deos de lo nor­mal. Tenemos una en­tre­vis­ta al es­cri­tor Gonzalo Torné, un ar­tícu­lo so­bre la dra­ma­tur­ga Sarah Kane y pa­ra aca­bar el anun­cia­do pri­mer acer­ca­mien­to (pú­bli­co, al me­nos) a la no-ficción por par­te de Cormac McCarthy. Para aca­bar, na­da co­mo un po­co de vi­deo­jue­gos y có­mo las com­pa­ra­cio­nes no son só­lo odio­sas, sino per­ni­cio­sas pa­ra el arte. 

    Con eso con­clu­ye por hoy Colores prohi­bi­dos. O em­pie­za. A par­tir de aquí, to­dos los links y los ex­trac­tos pa­ra bu­cear por es­ta tí­mi­da, pe­ro co­que­ta, se­lec­ción se­ma­nal. ¿Y qué ca­be es­pe­rar la se­ma­na que vie­ne? Quién sa­be. Quizás, in­clu­yo ha­ya al­gu­na pe­que­ña sorpresa.

    Lo que hago

    25 años de Kirby – ‘Kirby’s Dream Land’ y el sueño de un sólo botón de Masahiro Sakurai | Canino

    Kirby, 25 años des­pués de la sa­li­da de Kirby’s Dream Land, si­gue en ple­na for­ma. No hay na­die más ka­waii que él. Comiéndole tam­po­co pue­de ga­nar­le na­die. Y si bien la gran mas­co­ta de Nintendo es Mario, en po­pu­la­ri­dad no le an­da de­ma­sia­do le­jos. Por eso, ¿qué me­jor for­ma de ce­le­brar su cum­plea­ños que ha­blan­do de sus orí­ge­nes y su creador?

    Cuando los dioses bajaron a Varsovia y alrededores: Baladinas y romances, de Ignacy Karpowicz | Goodreads

    Thomas Pynchon tie­ne una no­ta­ble in­fluen­cia so­bre la li­te­ra­tu­ra con­tem­po­rá­nea. Y no es pa­ra me­nos. Maestro de la pa­la­bra pre­ci­sa, ar­te­sano de la fra­se in­trin­ca­da y fi­ló­so­fo sin tí­tu­lo, no hay pá­gi­na de Pynchon que pue­da con­si­de­rar­se des­apro­ve­cha­da. No en lo téc­ni­co, da­da su ten­den­cia a ti­rar pá­gi­nas y pá­gi­nas en be­llí­si­mos equi­li­bris­mos no ne­ce­sa­ria­men­te co­nec­ta­dos con la na­rra­ti­va glo­bal de sus novelas.

    Hasta aquí na­da ma­lo. De la be­lle­za del ar­te­sano tam­bién se vi­ve. Pero el pro­ble­ma lle­ga cuan­do sus imi­ta­do­res no en­tien­den que los de­fec­tos del maes­tro sin sus vir­tu­des no sir­ven pa­ra nada. 

    El Multiverso, de Grant Morrison | Goodreads

    A Grant Morrison le pe­sa su ob­se­sión. Su ne­ce­si­dad de vol­ver cons­tan­te­men­te al con­flic­to me­ta­tex­tual, al he­cho de in­vo­lu­crar al lec­tor ac­ti­va­men­te en la lec­tu­ra —ha­cien­do que sus tra­mas trans­cu­rran en los in­ters­ti­cios en­tre el mun­do del có­mic y el mun­do real — , ha­ce que, al­gu­nos de sus me­jo­res tru­cos, aca­ben pa­re­cien­do ago­ta­dos no por­que ya no sean efec­ti­vos, sino por­que ya los ha usa­do más ve­ces de los que nues­tra cre­du­li­dad nos permite.

    Algo tris­te, por­que Morrison es­tá le­jos de ser un pe­rro de un só­lo truco. 

    Sherlock: Estudio en rosa, de Jay | Goodreads

    Toda adap­ta­ción im­pli­ca ir al nú­cleo de la idea. No que­dar­se con la tra­duc­ción li­te­ral, sino in­ten­tar apro­ve­char el me­dio al cual se es­tá adap­tan­do pa­ra ha­cer al­go que, al ser di­fe­ren­te, sea igual. Pero eso no sig­ni­fi­ca que sea ne­ce­sa­rio que la adap­ta­ción no sea fiel al ori­gi­nal. En oca­sio­nes, la ex­tre­ma fi­de­li­dad al ori­gi­nal es el me­jor mo­do de ex­plo­rar las par­ti­cu­la­ri­da­des del medio.

    Plinivs 1, de Mari Yamazaki | Goodreads

    Gayo Plinio Segundo, au­tor de la hoy nin­gu­nea­da Naturalis his­to­ria más co­no­ci­do co­mo Plinio El Viejo, es un au­tor muy po­co leí­do hoy en oc­ci­den­te. Su com­bi­na­ción de es­tu­dio cien­tí­fi­co de la cien­cia, mi­to­lo­gía, his­to­rias per­so­na­les y anéc­do­tas le han otor­ga­do el pa­pel de fuen­te his­tó­ri­ca irre­le­van­te, sin que mu­chos pue­dan en­ten­der dón­de ra­di­ca su va­lor úl­ti­mo: es un escritor.

    Pumping Iron, de George Butler y Robert Fiore | Letterboxd

    Existen mun­dos com­ple­ta­men­te aje­nos al nues­tro. Auténticos mi­cro­cos­mos don­de las cla­ves que he­mos asu­mi­do co­mo ab­so­lu­tas va­rían de tal mo­do que re­sul­tan esen­cial­men­te in­in­te­li­gi­bles pa­ra cual­quie­ra que no per­te­nez­ca a ellos. Y de vez en cuan­do, esos mun­dos im­pac­tan con­tra el nuestro.

    Pumping Iron in­ten­ta trans­mi­tir­nos eso. Cuál es la poé­ti­ca de­trás del fi­sio­cul­tu­ris­mo. Qué lle­va a un hom­bre a in­ver­tir ho­ras de gim­na­sio en ser una mo­le mus­cu­lar per­fec­ta­men­te de­fi­ni­da cu­yo vo­lu­men y si­me­tría es tan in­men­sa co­mo per­fec­ta. Y pa­ra ha­cer­lo, nos ha­ce se­guir los pa­sos del sie­te ve­ces cam­peón del Mr. Olympia: Arnold Schwarzenegger.

    Sherlock – A Study in Pink, de Paul McGuigan | Letterboxd

    Hay obras que ya es­tán que­ma­das. Clásicos de la li­te­ra­tu­ra que, des­pués de cien­tos, mi­les de adap­ta­cio­nes, cual­quier po­si­bi­li­dad de dar­les una vuel­ta de tuer­ca no es só­lo ab­sur­da, sino que re­quie­re de­trás un ar­tis­ta real­men­te bri­llan­te pa­ra do­tar­les de una vi­da que ya só­lo tie­nen en su obra original. 

    Ahora bien, ¿qué ocu­rre cuan­do la obra ori­gi­nal es tan de­pen­dien­te de un con­tex­to que es im­po­si­ble adap­tar­la? Que en­ton­ces só­lo ca­be in­ven­tar­se al­go di­fe­ren­te. Y eso ha­cen Steven Moffat y Mark Gatiss: Inventarse A Study in Pink .

    Guardians of the Galaxy, vol. 2, de James Gunn | Letterboxd

    No bas­ta con te­ner ta­len­to. Ni si­quie­ra con te­ner una gran idea. A ve­ces, in­clu­so con una téc­ni­ca im­pe­ca­ble es in­su­fi­cien­te. Es ne­ce­sa­rio sa­ber man­te­ner la co­he­ren­cia, sa­ber ca­li­brar to­do ello y dar­le la for­ma ade­cua­da, in­ten­tan­do que las in­ter­fe­ren­cias, per­so­na­les o co­mer­cia­les, no aca­ben las­tran­do el con­jun­to. Porque in­clu­so cuan­do se es un ar­tis­ta ima­gi­na­ti­vo y un ar­te­sano im­pe­ca­ble eso no sig­ni­fi­ca que no pue­da aca­bar sa­lien­do to­do re­ma­ta­da­men­te mal.

    En Guardianes de la Galaxia 2 to­do sa­le mal. Pero sa­le mal del mo­do más ex­tra­ño, des­qui­cia­do y bo­chor­no­so: por pu­ra sa­tu­ra­ción de bue­nas ideas. 

    Jambinai – Différance (2012÷2017) | Studio Suicide

    Existen ar­tis­tas que de­sa­fían to­da ca­te­go­ri­za­ción. Hacen mú­si­ca tan per­so­nal, tan des­co­nec­ta­da de la ex­pe­rien­cia co­mún, que pre­ten­der usar eti­que­tas con ellos re­sul­ta ab­sur­do. Si es que no in­sul­tan­te. A fin de cuen­tas, ¿es po­si­ble de­fi­nir aque­llo que va más allá de to­do lo que conocemos? 

    Lo an­te­rior pue­de so­nar pre­ten­cio­so. Incluso ab­sur­do. Pero es nor­mal po­ner­se fi­lo­só­fi­cos pa­ra ha­blar de Jambinai

    Y lo que se está haciendo

    Sarah Kane y las encías de Antonin Artaud | El Estado Mental

    «Si, co­mo Artaud pen­sa­ba, los sue­ños, pa­ra ser li­bres, pa­ra ser re­co­no­ci­dos co­mo ver­da­de­ros sue­ños, han de es­tar im­preg­na­dos de cruel­dad y ho­rror, si la ver­da­de­ra sen­sa­ción es una mor­de­du­ra ve­ne­no­sa, el tea­tro de Sarah Kane es el tem­plo de­fi­ni­ti­vo de la con­fron­ta­ción con to­do lo que nos ha­ce ani­ma­les sen­si­bles y te­me­ro­sos. Una mu­jer co­rrien­do ba­jo una tor­men­ta, una mu­jer gri­tan­do, una mu­jer que no mi­ra atrás, una es­cri­to­ra al en­cuen­tro de la muer­te sin va­ci­la­cio­nes, que de­ja po­de­ro­sas hue­llas en un fan­go que aca­ba­rá por tra­gár­se­la viva».

    Entrevista a Gonzalo Torné | Vicente Luis Mora. Diario de lecturas

    «Bien mi­ra­do hu­bie­se po­di­do ci­tar otros trein­ta no­ve­lis­tas que ten­go pre­sen­te cuan­do es­cri­bo. Aspiro a “dia­lo­gar” con tan­ta tra­di­ción co­mo sea ca­paz de ab­sor­ber. Es muy di­fí­cil hi­lar fino, de­pen­de un po­co del li­bro, y, en cual­quier ca­so, lo in­tere­san­te es ver dón­de nos se­pa­ra­mos de los “maes­tros” y no don­de los se­gui­mos a pies jun­ti­llas. Si es que lo lo­gra­mos, claro».

    Picture in a Frame | Medium

    «I think a lot about how we fra­me things. The way we pre­sent sub­jects can im­me­dia­tely chan­ge its per­cep­tion. A chan­ge in head­li­ne can be the dif­fe­ren­ce bet­ween so­meo­ne en­ga­ging em­pathe­ti­cally or tur­ning away in dis­gust. It’s so­mething that con­ti­nually reap­pears within cul­tu­ral dis­cus­sions, and its im­por­tant to hel­ping de­fi­ne cul­tu­ral attitudes».

    The Kekulé Problem | Nautilus

    «I call it the Kekulé Problem be­cau­se among the my­riad ins­tan­ces of scien­ti­fic pro­blems sol­ved in the sleep of the in­qui­rer Kekulé’s is pro­bably the best known. He was trying to arri­ve at the con­fi­gu­ra­tion of the ben­ze­ne mo­le­cu­le and not ma­king much pro­gress when he fell as­leep in front of the fi­re and had his fa­mous dream of a sna­ke coiled in a hoop with its tail in its mouth — the ou­ro­bo­ros of mytho­logy — and wo­ke ex­clai­ming to him­self: “It’s a ring. The mo­le­cu­le is in the form of a ring.” Well. The pro­blem of cour­se — not Kekulé’s but ours — is that sin­ce the un­cons­cious un­ders­tands lan­gua­ge per­fectly well or it would not un­ders­tand the pro­blem in the first pla­ce, why doesnt it simply ans­wer Kekulé’s ques­tion with so­mething li­ke: “Kekulé, it’s a bloody ring.” To which our scien­tist might res­pond: “Okay. Got it. Thanks.”».

  • Colores prohibidos (VI) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Colores prohibidos (VI) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Otra se­ma­na más, otra en­tre­ga de Colores prohi­bi­dos. Y si bien en es­ta oca­sión vie­ne sen­si­ble­men­te más exigua, to­da­vía hay bas­tan­te de lo que ha­blar. Por ejem­plo, de Death Note. También so­bre un pu­ña­do de pe­lí­cu­las de cul­to y, de pa­so, de una pe­lí­cu­la re­cién es­tre­na­da que tie­ne to­das las pa­pe­le­tas pa­ra con­ver­tir­se en fu­tu­ra re­fe­ren­cia uni­ver­sal. Pero lo más im­por­tan­te es que ha re­gre­sa­do Studio Suicide, el blog mu­si­cal don­de va­mos cri­ban­do lo me­jor (y a ve­ces, lo sim­ple­men­te in­tere­san­te o la no­ve­dad que to­que de­fe­nes­trar) del ám­bi­to mu­si­cal con­tem­po­rá­neo. Especialmente de esos már­ge­nes, ya sean por ex­tre­mos o por no an­glo­sa­jo­nes, que otros sue­len ol­vi­dar­se de trillar.

    Por otro la­do, ha si­do una se­ma­na de bue­nos tex­tos aje­nos. Ya sea pa­ra ha­blar de vi­deo­jue­gos, pí­xe­les y hos­tias co­mo pa­nes, o pa­ra ha­blar de li­bros, esa fu­tu­ra pe­lí­cu­la de cul­to ya nom­bra­da o el pro­ble­ma del ca­pi­ta­lis­mo en su enési­ma for­ma ad­qui­ri­da, no se­rá es­ta se­ma­na cuan­do nos que­de­mos cor­tos en lec­tu­ras re­co­men­da­das pa­ra quien ten­ga ne­ce­si­da­des más allá de los tex­tos del au­tor de es­te blog. 

    Dicho eso, co­mo siem­pre, da­mos pa­so al re­su­men. No sin re­cor­dar an­tes que, la se­ma­na que vie­ne, vol­ve­rá Colores prohi­bi­dos. Y, con un po­co de suer­te, lo ha­rá con un po­co más de contenido.

    (más…)

  • Colores prohibidos (IV+V) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Colores prohibidos (IV+V) – Resumen semanal (de lo que hago y lo que se está haciendo)

    Ejem. Aunque Colores prohi­bi­dos es un con­te­ni­do se­ma­nal, la se­ma­na pa­sa­da hu­bo pro­ble­mas téc­ni­cos que im­pi­die­ron su pu­bli­ca­ción. Problemáticas com­ple­jas e in­de­sea­das que, de for­ma in­evi­ta­ble, im­pi­die­ron to­da po­si­bi­li­dad de pu­bli­ca­ción. En otras pa­la­bras, se me olvidó. 

    Por ex­ten­sión, es­ta se­ma­na el con­te­ni­do es do­ble. Tenemos bas­tan­te so­bre Makoto Shinkai, que es­tre­nó la se­ma­na pa­sa­da Your na­me., se­gui­mos con las adap­ta­cio­nes in­fa­mes de ani­mes fa­mo­sos e in­clu­so ha­bla­mos un po­co de man­ga y li­te­ra­tu­ra. Todo me­nos va­ria­do que se­ma­nas an­te­rio­res, es­pe­cial­men­te con­si­de­ran­do el mo­no­te­ma del di­rec­tor que ha ocu­pa­do to­das las con­ver­sa­cio­nes ci­né­fi­las de los úl­ti­mos días, pe­ro Your na­me. bien se lo me­re­ce. Porque exis­te vi­da más allá de Hayao Miyazaki.

    En tex­tos aje­nos te­ne­mos una se­lec­ción más mo­des­ta, pe­ro bien ele­gi­da. Desde una guía de ini­cia­ción al uni­ver­so de Mobile Suit Gundam has­ta un par de ar­tícu­los so­bre clá­si­cos que re­tra­tan, de uno u otro mo­do, la ho­mo­se­xua­li­dad, pa­san­do por los siem­pre fas­ci­nan­tes fon­dos del ani­me de Sailor Moon. Porque así es Colores prohi­bi­dos. Nunca sa­bes lo que en­con­tra­rás. O si, a pe­sar de que lo di­ga­mos aho­ra, es­ta­re­mos aquí, una vez más, la se­ma­na que viene.

    Lo que hago

    El universo autoral de Makoto Shinkai | Canino

    Makoto Shinkai, di­rec­tor de la fla­man­te Your na­me., es uno de los gran­des nom­bres del ani­me ac­tual. Al me­nos, cuan­do se tra­ta de lar­go­me­tra­jes. Por eso he­mos de­ci­di­do de­di­car­le un ar­tícu­lo re­tros­pec­ti­vo a su ca­rre­ra. ¿Por qué? Porque las com­pa­ra­cio­nes son odio­sas. Se le ha com­pa­ra­do (y se le va a com­pa­rar) tan­to con Hayao Miyazaki, que de­sea­mos re­co­no­cer­le por sus pro­pios mé­ri­tos. Porque exis­te ani­me de ca­li­dad más allá de Studio Ghibli.

    [Crítica] ‘Plinivs’ – Mirando al mundo con los ojos de un romano excéntrico | Canino

    Mari Yamazaki, au­to­ra del po­pu­lar man­ga Thermae Romae, vuel­ve a la Roma an­ti­gua en un nue­vo man­ga pu­bli­ca­do por Ponent Mon. Pero es­ta vez, con un áni­mo his­to­ri­cis­ta di­fe­ren­te, de­ci­de se­guir los pa­sos de un in­sig­ne per­so­na­je ca­si ol­vi­da­do en la tra­di­ción oc­ci­den­tal: Plinio El Viejo.

    Como una novela, de Daniel Pennac | Goodreads

    Todos co­no­ce­mos las bon­da­des del leer. Cómo nos en­tre­tie­ne. Cómo nos en­se­ña, nos ha­ce más sa­bios y, a ojos de al­gu­nos, in­clu­so más atrac­ti­vos. No es pa­ra me­nos. El le­tra­do siem­pre ten­drá más mun­do in­te­rior que el que no lo es. Y en igual­dad de con­di­cio­nes, más es mejor. 

    El pro­ble­ma es que no sa­be­mos trans­mi­tir ese en­tu­sias­mo. Nuestros jui­cios sue­len ser pre­ci­pi­ta­dos, to­ta­li­ta­rios, de­ján­do­nos lle­var por el gus­to co­mo me­di­ción ab­so­lu­ta o per­mi­tien­do que el ca­non sea una ins­ti­tu­ción ina­mo­vi­ble a la cual só­lo ca­be ple­gar­se con hu­mil­dad y un pun­to de hu­mi­lla­ción. Por ex­ten­sión, so­le­mos con­ce­bir los li­bros o co­mo un en­tre­te­ni­mien­to hue­co de­pen­dien­te del in­di­vi­duo o co­mo una obli­ga­ción an­te la que ba­jar la ca­be­za da­do su po­der cua­si di­vino. En otras pa­la­bras, dis­fru­ta­mos po­co de los li­bros. No de­ja­mos que nos sa­cu­dan. Que nos lle­guen al co­ra­zón. Y de ese mo­do, se abran pa­so de for­ma na­tu­ral a tra­vés de nosotros.

    Cartas de la monja portuguesa, de Mariana Alcofarado | Goodreads

    En el amor no hay re­glas. O pa­ra ser exac­tos, no hay mo­do de ha­cer que se ajus­te a re­glas. Es por eso que, ena­mo­ra­dos, es el mo­men­to en que so­mos más vul­ne­ra­bles. Más hu­ma­nos. No por na­da, en cual­quier otra in­ter­ac­ción so­cial po­de­mos es­ta­ble­cer re­glas. Jerarquías. Amigos, je­fes, su­bor­di­na­dos, pa­dres, hi­jos; to­dos si­guen un pa­trón, más o me­nos ex­plí­ci­to, de quién es­tá al man­do. Pero en el amor las ex­pec­ta­ti­vas so­bre lo que im­pli­ca siem­pre cam­bian de per­so­na a persona. 

    Eso es lo que me­jor re­tra­ta Cartas de la mon­ja por­tu­gue­sa. Esa in­cer­ti­dum­bre. Ese pe­sar. Incluso su pro­pia con­tra­dic­ción: co­mo el amor no es uní­vo­co, o si­quie­ra racional.

    Other Worlds, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    Makoto Shinkai no sur­ge con cen­tí­me­tros, pa­la­bras o nom­bres. Tenía una ca­rre­ra an­tes de to­do eso. Y co­mo sue­le ser ha­bi­tual, in­clu­so en sus pri­me­ros es­ta­dios, to­da­vía in­ma­du­ros y sin re­cur­sos, se pue­den ver los ele­men­tos re­gi­do­res de to­da su obra. Es ahí don­de des­ta­ca Tooi Sekai. En la be­lle­za de sus de­ta­lles. En lo rá­pi­do de su mon­ta­je. En lo su­til de sus sentimientos.

    She and Her Cat: Their Standing Points, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    Makoto Shinkai a la enési­ma po­ten­cia. Continúa con su rit­mo ace­le­ra­do, ya apa­re­cen los tre­nes co­mo uni­dad cen­tral del con­flic­to y ade­más aña­de cier­tas do­sis de hu­mor, es­pe­cial­men­te en su bri­llan­te gi­ro ini­cial —quien eli­ge pa­la­bras de aman­te pa­ra des­cri­bir un pe­re­zo­so día de ve­rano, re­sul­ta ser una mas­co­ta — , lo cual ha­ce que sea mu­cho más li­ge­ro e in­tere­san­te. Sólo pue­de pe­car de ser ex­ce­si­va­men­te naïf en su sub­tex­to, pe­ro, da­da la sen­si­bi­li­dad con la que re­co­ge ese ex­tra­ño des­atino en­tre la me­lan­co­lía, la de­pre­sión y el amar la vi­da pe­se a to­do, po­ner­le pe­gas se­ría lo mis­mo que de­cla­rar que uno mis­mo no tie­ne co­ra­zón co­mo pa­ra entenderlo.

    Voices of a Distant Star, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    (Aparentemente con­fu­sa) obra maes­tra en lo na­rra­ti­vo, Voices of a Distant Star si­gue la his­to­ria de dos ado­les­cen­tes se­pa­ra­dos por el es­pa­cio y el tiem­po (li­te­ral­men­te: él es­tá en la Tierra; ella ca­da vez más le­jos en el sis­te­ma so­lar), don­de la sen­si­bi­li­dad con la que su úl­ti­ma es­ce­na co­nec­ta con la pri­me­ra, dán­do­le un sen­ti­do com­ple­ta­men­te re­no­va­do, con­vier­te un tour de for­ce de pu­ra an­gus­tia y tris­te­za en un op­ti­mis­ta ale­ga­to en fa­vor de la in­so­bor­na­ble fuer­za del amor.

    The Smile, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    Más vi­deo­clip que cor­to mu­si­cal, aquí Shinkai re­gre­sa al es­ti­lo na­rra­ti­vo de She and Her Cat pa­ra con­tar­nos una his­to­ria tier­na y con­mo­ve­do­ra, pe­ro sin mu­cho más ade­más de su cu­quí­si­mo di­bu­jo. Algo que cae­ría en la ca­te­go­ría de «pa­ra com­ple­tis­tas» de no ser por­que son só­lo dos mi­nu­tos ca­pa­ces de ale­grar­le el día a cualquiera.

    The Place Promised in Our Early Days, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    The Place Promised in Our Early Days es una ra­re­za. Ya no só­lo pa­ra el ani­me, sino pa­ra el ci­ne en ge­ne­ral. ¿Y por qué? Porque en­tien­de las re­glas de la narrativa.

    Esto pue­de pa­re­cer una bou­ta­de. Cualquiera po­dría de­cir­me que, con el au­ge de los li­bros de guión, nin­gu­na pe­lí­cu­la es un ab­so­lu­to de­sas­tre. Y por su­pues­to se­ría fal­so. Estamos inun­da­dos de pe­lí­cu­las que no en­tien­den ni los ci­mien­tos más bá­si­cos de la re­cep­ción es­té­ti­ca. Y en­fren­tar­se con una obra tan pu­li­da, tan ob­se­si­va en ca­da uno de sus as­pec­tos, co­mo The Place Promised in Our Early Days, re­sul­ta, en cier­to mo­do, apabullante. 

    Ani*Kuri15: A Gathering of Cats, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    Si She and Her Cat es un pro­di­gio de la na­rra­ti­va las­tra­do por ha­ber si­do ani­ma­do en­te­ra­men­te por Shinkai, A Gathering of Cats ya no tie­ne ese pro­ble­ma. En un só­lo mi­nu­to es ca­paz de con­te­ner tres gi­ros de guión, to­do el de­sa­rro­llo del con­flic­to, más chis­tes que un ca­pí­tu­lo clá­si­co de Los Simpson —o no, pe­ro só­lo por­que eso es fí­si­ca­men­te im­po­si­ble— e in­clu­so una alu­ci­na­ción co­lec­ti­va que in­clu­ye un me­cha com­pues­to por mi­les de ga­tos bus­can­do ven­gan­za con­tra sus due­ños hu­ma­nos. Todo ello pa­ra aca­bar en un có­mi­co eterno re­torno que sin­te­ti­za el ver­da­de­ro sig­ni­fi­ca­do del con­cep­to nietz­schiano: no que la his­to­ria sea cí­cli­ca, sino que hay que vi­vir de tal mo­do que no te arre­pen­ti­rías que tu vi­da se re­pe­ti­rá una y otra vez du­ran­te to­da la eternidad. 

    Children Who Chase Lost Voices, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    A Makoto Shinkai se le co­no­ce por sus his­to­rias lán­gui­das y su di­bu­jo pre­cio­sis­ta. Pero hay otro Shinkai. Aquel que, co­mo en The Place Promised in Our Early Days, nos cuen­ta his­to­rias sen­ci­llas, pe­ro muy ági­les, don­de un con­flic­to en per­pe­tuo mo­vi­mien­to sir­ven pa­ra re­tra­tar un mun­do que, de fon­do, se nos mues­tra vas­to e infinito. 

    Algo de lo que Children Who Chase Lost Voices po­dría ser su epítome. 

    Someone’s Gaze, de Makoto Shinkai | Letterboxd

    Someone’s Gaze tie­ne la cua­li­dad de la be­lle­za pe­re­zo­sa. Aquella que se des­pier­ta con cal­ma, de­ján­do­nos ver sus mo­vi­mien­tos len­tos y tor­pes, has­ta que se ha­ce evi­den­te que no ne­ce­si­ta ace­le­rar­se. Que sus mo­dos ador­mi­la­dos son par­te de una be­lle­za in­trín­se­ca tan bru­tal que no ten­dría sen­ti­do ha­cer­lo to­da­vía más sutil. 

    Your name., de Makoto Shinkai | Letterboxd

    Leyendo al crí­ti­co me­dio, cual­quie­ra di­ría que en ani­me hu­bie­ra dos ver­tien­tes. Por un la­do ten­dría­mos la tra­di­cio­na­lis­ta, aque­lla per­so­ni­fi­ca­da en Studio Ghibli en ge­ne­ral y en Hayao Miyazaki en par­ti­cu­lar, que se per­ci­be co­mo la for­ma se­re­na, in­te­li­gen­te y adul­ta de una ani­ma­ción cui­da­da pen­sa­da en los más al­tos va­lo­res del ar­te. Por otro la­do ten­dría­mos la ani­me —don­de las cur­si­vas de­ben leer­se co­mo un es­cu­pi­ta­jo, una mue­ca de ho­rror, un ges­to de tre­men­do as­co—, per­so­ni­fi­ca­da por la te­le­vi­sión, don­de to­do lo que ca­be es el rui­do, la fu­ria y el di­bu­jo pé­si­mo pa­ra tra­mas in­fan­ti­les. Y si bien esa vi­sión es una ab­so­lu­ta idio­tez, es la do­mi­nan­te en occidente.

    Escape Plan, de Mikael Håfström | Letterboxd

    El hé­roe de ac­ción de los ochen­ta es­tá muer­to. Y no pa­sa na­da. El one li­ne, el múscu­lo co­mo he­rra­mien­ta bá­si­ca de cual­quier for­ma de ac­ción y la go­lo­sa ba­la­se­ra se han per­di­do pa­ra siem­pre en un tiem­po don­de pri­ma la in­te­li­gen­cia y la sen­si­bi­li­dad so­bre el pu­ro es­pec­tácu­lo. Porque, in­clu­so cuan­do la pre­mi­sa es el es­pec­tácu­lo, siem­pre se aca­ba vol­vien­do al «só­lo no pue­des, ¡pe­ro con ami­gos sí!». 

    Miss Peregrine’s Home for Peculiar Children, de Tim Burton | Letterboxd

    Decir que Tim Burton es­tá de ca­pa caí­da re­quie­re su­po­ner que hu­bo un tiem­po en que no lo es­ta­ba. Que en el pa­sa­do era no­ble. Tenía por­te. Que no ha si­do siem­pre, de uno u otro mo­do, al­gu­na cla­se de anor­ma­li­dad fíl­mi­ca. Una personalidad.

    Partamos, en­ton­ces, de ese su­pues­to: Burton no es­tá de ca­pa caí­da, por­que nun­ca ha si­do par­te de la no­ble ci­né­fi­la. Siempre ha si­do un ar­tis­ta ab­so­lu­ta­men­te pop. Y por ex­ten­sión, no ne­ce­si­ta­do de in­je­ren­cias tan des­agra­da­bles co­mo «téc­ni­ca», «va­lor» o «ar­ti­ci­dad». Necesita per­so­na­li­dad. Y de eso, so­bra de­cir, siem­pre ha ido más bien sobrado. 

    The End of Evangelion, de Hideaki Anno y Kazuya Tsurumaki | Letterboxd

    Neon Genesis Evangelion aca­ba de un mo­do per­fec­to. Insoslayable. E in­clu­so su au­tor, Hideaki Anno, opi­na de esa ma­ne­ra. Entonces, ¿por qué ra­zón hi­zo una pe­lí­cu­la reha­cien­do sus dos úl­ti­mos ca­pí­tu­los? Para con­ten­tar al es­pec­ta­dor me­dio. Al ota­ku (o fri­ki, o aman­te de la edad de oro de la te­le­vi­sión, o el es­pec­ta­dor me­dio: to­dos son lo mis­mo) in­ca­paz de com­pren­der que la na­rra­ti­va no tra­ta so­bre ofre­cer res­pues­tas. Que los agu­je­ros de guión no exis­ten cuan­do la in­ten­ción es no dar­lo to­do masticado. 

    En ese sen­ti­do, The End of Evangelion es su pro­pia con­tra­dic­ción. Explica el fi­nal ori­gi­nal, pe­ro lo re­tuer­ce de tal mo­do que só­lo aña­de aún más ca­pas de significado. 

    Ryuzo and the Seven Henchmen, de Takeshi Kitano | Letterboxd

    Todo en­ve­je­ce. Las per­so­nas, las ins­ti­tu­cio­nes, el len­gua­je. Nada per­ma­ne­ce in­có­lu­me. Pero par­tien­do de ahí, ten­dría­mos que de­cir que no es que en­ve­jez­can: evo­lu­cio­nan. Toman otras for­mas. Se es­tan­can con la se­re­ni­dad del que sa­be que su tiem­po ha pa­sa­do, asu­men otras for­mas o, en al­gu­nos po­cos ca­sos, aque­llo que ayer pa­re­cía vie­jo hoy se nos an­to­ja ab­so­lu­ta­men­te mo­derno. Algo na­tu­ral en un tiem­po en que la nos­tal­gia no se di­fe­ren­cia en na­da del absoluto.

    Raiders of the Lost Ark, de Steven Spielberg | Letterboxd

    Hacer buen ci­ne de aven­tu­ras es di­fí­cil. Eso es evi­den­te. Sólo ha­ce fal­ta ver la can­ti­dad de rip-offs de clá­si­cos o los bru­ta­les des­en­ga­ños que su­po­nen ver mu­chos con­si­de­ra­dos clá­si­cos del gé­ne­ro pa­ra com­pro­bar que, man­te­ner el in­te­rés en una his­to­ria don­de lo que pri­ma es el via­je del hé­roe, es me­nos in­tui­ti­vo de lo que pa­re­ce. Porque si bien el con­flic­to es bien sim­ple (el hé­roe quie­re con­se­guir al­go, pe­ro su ri­val tam­bién), eso no sig­ni­fi­ca que bas­te con ir del pun­to A al pun­to B sin preo­cu­par­se de nin­gu­na otra cosa.

    Para de­mos­trar­lo, te­ne­mos al maes­tro Steven Spielberg.

    Jobs, de Joshua Michael Stern | Letterboxd

    Hablar mal de los muer­tos es­tá feo. Pero no más que ha­cer­lo de los vi­vos. A fin de cuen­tas, sal­vo san­ti­fi­ca­ción, no exis­te na­da que con­fie­ra la muer­te a la dig­ni­dad hu­ma­na; peor aún: al que ya no es­tá, ni si­quie­ra le im­por­ta ya lo que di­gan en su nombre. 

    Sin em­bar­go, se sue­le re­pe­tir aque­llo de «hay que res­pe­tar a los muer­tos». Como si tu­vie­ran de­re­chos ve­da­dos a los vi­vos. ¿Y por qué es eso? Porque es un buen mo­do pa­ra si­len­ciar cual­quier cri­ti­cis­mo que re­sul­te in­con­ve­nien­te pa­ra el po­der. Para aque­llos que se sos­tie­nen, pre­ci­sa­men­te, so­bre los mé­ri­tos u ocu­rren­cias de aque­llos ya no es­tán en­tre nosotros. 

    En otras pa­la­bras, Jobs no es un bio­pic: es una co­mi­da de polla. 

    Death Note, de Shusuke Kaneko | Letterboxd

    Adaptar es in­ven­tar. A fin de cuen­tas, to­do jue­ga en con­tra de la adap­ta­ción. Nuestra me­mo­ria no es con­fia­ble. Diferentes me­dios re­quie­ren di­fe­ren­tes len­gua­jes na­rra­ti­vos. E in­clu­so la his­to­ria, aque­llo que pue­de per­ma­ne­cer de for­ma más o me­nos in­tac­ta, sue­le re­que­rir de ajus­tes pa­ra que el sen­ti­do per­ma­nez­ca tras to­dos los cam­bios na­rra­ti­vos. Entonces, ¿por qué adap­tar? ¿Por qué no me­jor in­ven­tar­se al­go nue­vo? Porque siem­pre es más fá­cil ju­gar con unos ju­gue­tes ya fa­bri­ca­dos que te­ner que in­ven­tar­te unos de cero. 

    Y lo que se está haciendo

    Así se ocultó la relación homosexual de Ben-Hur | Icon

    «Dos hom­bres se re­en­cuen­tran tras va­rios años se­pa­ra­dos. Judá Ben-Hur y Messala no pue­den con­te­ner su ale­gría: se aga­rran el bra­zo, se mi­ran fi­ja­men­te y de arri­ba aba­jo con me­dia son­ri­sa, se ro­zan las ma­nos al com­par­tir una co­pa y no pue­den evi­tar reír con ner­vio­sis­mo. «Después de tan­tos años, to­da­vía cer­ca», «sí, en to­dos los sen­ti­dos», «te di­je que vol­ve­ría», «no creí que lo hi­cie­ras, es­toy tan feliz»…»

    [History] From Eroica with Love is the 1970s gay thief caper you never knew you needed | Anime Feminist

    «The year is 1976. Dashing and ro­man­tic art thief Dorian Red Gloria, co­de­na­me Eroica, res­cues the young su­per­ge­nius psy­chic Caesar Gabriel (who is des­pe­ra­tely in lo­ve with him, of cour­se) from NATO. He’s pur­sued by the dog­ged agent Major Klaus Heinz von dem Eberbach to the fro­zen ed­ges of the earth, whe­re the new­found ri­vals find them­sel­ves stran­ded and at a sta­le­ma­te. Forced to bun­ker down to­gether whi­le wai­ting for res­cue, Dorian reali­zes that he has far bet­ter che­mistry with the prickly Major than his uns­pea­kably bland lo­ve in­ter­est. And thus 40 years of un­re­sol­ved se­xual ten­sion be­gins in earnest».

    Mobile Suit Gundam: Where to Start and What’s Worth Watching | Anime News Network

    «You do­n’t ha­ve to be a Gundam fan to get the most out of the la­test Gundam se­ries. Iron Blooded Orphans, the la­test ins­tall­ment in the fran­chi­se, is en­ti­rely stan­da­lo­ne, ta­king pla­ce in its own set­ting apart from the lar­ger Gundam multiverse.
    If Iron Blooded Orphans gets you on a Gundam kick, ho­we­ver, tha­t’s when things be­gin to get tricky. In 36 years, the Gundam fran­chi­se has had plenty of ti­me to craft a tan­gled ti­me­li­ne of his­tory and mythos. Delve in­to the wrong show, and you might miss half the context».

    Let’s Admire Sailor Moon Anime Backgrounds | Kotaku

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