La dictadura del espacio interior es la represión constante de las emociones, emociones que sólo pueden encorsetarse buscando un método para aliviar la presión a la cual se las somete. Comida, sexo o coleccionismo; cuando se dan como exceso, mera forma de sustitución: ante la imposibilidad de aceptar los sentimientos propios, o los de algún otro, se comienza una fuga hacia la nada, atiborrándose sin disfrutar aquello utilizado como moneda de cambio. Deseos estancados por vacíos de satisfacción. Carece de sentido práctico utilizar el deseo, por desviado que esté, como compensación: cuando se practica una sustitución, por mucho que se pretenda llenar el hueco a través de la ingesta masiva del objeto de satisfacción edulcorada, siempre se acaba en el mismo punto equidistante al auténtico deseo: la angustia.
¿Qué es lo primero que llama la atención en Escarabajo Hitler? El como trabaja su narración en dos niveles consecutivos, donde desde el presente se investiga aquello que se nos presenta del pasado de forma fehaciente —ahondado no sólo en las peculiaridades históricas del tiempo, sino también en las connotaciones personales que se nos escaparían, o deberían ser sobre-explicadas, por los personajes del presente — , no sólo nos interpela en primera instancia, sino que es también piedra base de sus mecanismos profundos. No sólo porque dote al conjunto de mayor complejidad, sino porque a través de esta estructura crea base para paralelismos que dotan de rica significación a la obra; por eso, cualquier análisis debe partir entonces de la relación que existe entre el presente y el pasado, entre el nazismo y el coleccionismo de memoralia nazi, entre los personajes protagonistas de cada época: Kevin Broom y Erskine.
La historia nos lleva de la mano de Kevin Broom, coleccionista de memoralia nacionalsocialista en general y de las obras completas de Goethe en la edición de Gottafchen que Hitler regaló a Goebbels en particular. Coleccionismo que sirve como método para guardar distancia con los otros: de lejanía, porque le permite comunicarse con otros coleccionistas sólo por Internet; de proximidad, porque puede comunicarse con esos otros. He ahí que el coleccionismo, una forma de aislar el presente del pasado, funcione como metáfora: sólo se colecciona aquello limitado, que ya no se produce; aquello que ha quedado relegado al pasado; al coleccionar, exhibimos en vitrinas o libros, exigiendo su inmutabilidad perpetua, haciendo que cualquier contacto quede completamente censurado en el presente. Por su proximidad toda proximidad es negada —toda proximidad es entonces distancia, ya que el coleccionismo consiste en crearla: el pasado como único presente posible — . Del mismo modo, la elección de la entomología de Erskine es la proyección de su trato con las personas, o del deseo de trato que querría dar: objetos de estudio que pueden coleccionarse y controlar según mejor se le antoje. Puede pincharlos, mantenerlos petrificados para su goce. Ese petrificar nos lleva hacia su defensa enconada de la eugenesia, que se proyecta en su pasión por los insectos; en tanto cree —o no cree: consigue— poder crear über-escarabajos no le cabe duda de que la selección científica de individuos tendrá el mismo efecto: podrá replicar en la humanidad su selección entomológica. La diferencia entre un ser humano y un escarabajo es nimia si se les despersonaliza, si se les mide desde el rasero biologicista. Por eso su fascismo acaba siendo nada más que una proyección coyuntural: le interesa por herencia paterna, pero también porque es el único método a través del cual podría llevar acabo sus planes de investigación.
La proximidad entre ambos personajes se hace evidente, si es que no transparente: el nazismo es para ambos una coyuntura, una quimera, una conveniencia. Lo que buscan es algo donde volcar unas obsesiones que permiten mantener a los otros a una distancia prudencial de sí mismos, ¿por qué? En el caso de cada uno, por un aspecto diferente con un fondo común; en el caso de ambos, por la razón más simple: como sustitución de aquello que querrían, relacionarse con normalidad con los demás, pero no pueden tener.
La trimetilaminuria de Kevin Broom, su olor constante a pescado podrido por la acumulación de trimetilamina, no sólo es un rasgo característico, sino también un arsenal de efectos narrativos: vale tanto para hacer una taza de amoniaco o para espantar una bandada de über-escarabajos; pero define al personaje: es un coleccionista menor de memoralia nazi, que es como acumular trimetilamina: si se acumula demasiado, los demás comienzan a sentir insoportable el olor desprendido. Se puede rastrear la misma distancia simbólica en la obsesión entomológica de Erskine, aunque por otro motivo bien diferente: Seth Roach; lo requiere para investigar, aunque su pulsión es claramente homosexual; solapa en sus investigaciones un cariz personal, una necesidad sexual. La búsqueda de esa perfección eugénica parece una proyección también de su deseo: busca una perfección deseada para sí mismo, también para un posible amante que se niega a reconocer. La eugenesia, como entomología de hombres, le sirve como excusa y escudo; no necesita confesar una homosexualidad que no puede reconocer ante sí mismo, ya que puede estudiar los cuerpos como si su interés no fuera más erótico que científico; o lo que es lo mismo, el acercamiento hacia lo masculino debe darse a partir de una coartada que justifica su interés.
Kevin Broom es una proyección de aquello que es Erskine, salvo por lo común de la homosexualidad en comparación con la trimetilaminuria. Su única diferencia seria es de cualidad, no de grado: mientras Erskine se refugia en el coleccionismo (entomológico) por la imposibilidad de aceptar su homosexualidad, Broom se refugia en el coleccionismo (nazi) por la imposibilidad de aceptar su trimetilamiuria; sus «enfermedades» —aunque sabemos que la homosexualidad no es una enfermedad, debe entenderse en su contexto: la opinión era otra en 1936— constituyen su propia imposibilidad de comunicarse con el mundo: el asesino galés deja vivir a Broom porque le es útil; no así Ned Beauman, que lo mantiene vivo por ser espejo de Erskine. Pero no sólo: las pulsiones sexuales son lo único que parecen conocer sus personajes: todo cuanto ocurre se hace desde la represión o la liberación de una sexualidad que se considera punto central de la existencia, implicando en ambos casos auto-destrucción; bien sea por la homosexualidad, por el aprendizaje en tener secretos ante el marido o por el sexo por el sexo, todos sus encuentros se reducen a la fuga sexual: no tienen motivaciones más allá y, cuando las tienen, es para huir del sexo; o en el caso de Roach, el sexo como la violencia son las pulsiones utilizadas para escapar de aquello que realmente desea.
Todos coleccionan algo. Amantes, insectos, objetos nazis o motivos para la auto-destrucción, pero en ningún caso se plantean que su coleccionismo es reflejo de aquello que ocultan: la profunda imposibilidad de aproximarse a los demás.
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