¿Tenemos la televisión que merecemos? Con esta pregunta tan sencilla como contundente comienza el último debate de El debate de La 2, un programa periódico de debates de diferente índole con invitados nuevos para cada ocasión. En esta ocasión, como ya he sentenciando anteriormente, el debate se circunscribe hacia la reflexión de si tenemos una tele digna de ser vista por nuestra sociedad. El problema es que nosotros no elegimos la televisión ya que, en realidad, la televisión configura como somos.
La televisión miente; cuando miramos la imagen viene, por pura necesidad, modificada y edulcorada, necesariamente se ha elegido lo que se debe ver y lo que no a la hora de grabarse. Aun pretendiendo que efectivamente la sociedad en su conjunto escogemos los contenidos que se dan en la televisión serán aun con todo edulcorados y siempre adoptados desde una óptica que no podemos decidir. El problema es que, como muy bien nos presenta el documental ¿Quien está ahí?, los que ven la televisión no son los que deciden los contenidos que consumen. Si hay 4.500 audiómetros en España, todos en casa de clase baja o media-baja, es estadísticamente imposible juzgar los gustos y criterios más que de un pequeñísimo fragmento de la población; además, ni siquiera de un fragmento de la población representativo, sino de los estamentos más bajos donde los indices de incultura son más altos. En términos para los anunciantes las cosas no son mucho mejores, ya que al fin y al cabo acaban vendiendo sus productos a personas que no pueden ni quieren consumir lo que se les está vendiendo. La televisión no sólo no la hacen los que la consume, tampoco son las que la financian, la televisión sólo la hace quien la produce para aquel que no la consume, sólo está presente ante ella; somos cuerpos descarnados.
Susana Alosete, la nunca suficientemente vilipendiada Chica de la tele, afirmaba con una seguridad impropia que «No hay televisión buena o mala, sino tele que se ve y que no se ve». La televisión es buena o mala desde su misma noción de nacimiento, desde el mismo momento que todo contenido nace con las directrices y pensamiento de alguien que, específicamente, busca transmitir unas formas discursivas a través de la elección de imágenes. Y la televisión ya nunca se ve ni se consume, ya sólo se está ante el proceso de la imagen catódica.
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