Señor Blandito, de David Foster Wallace
La diferencia entre un escritor mediocre y un gran escritor no se puede medir exclusivamente a través de la capacidad para encontrar una voz narrativa personal, un estilo tan propio que cualquier imitación siempre pase por una burda copia innecesaria —y no lo es porque en la absurda lucha entre la narrativa y el estilo los defensores del primero jamás permitirían semejante consideración — , sino que se debe medir por otro aspecto mucho más abstruso: la capacidad para retratar un zeitgeist particular que no sólo se quede en su tiempo, sino que sea una auténtica llamada de aquello que está por venir. Si hacemos caso a Deleuze cuando afirma que no hay obra de arte que no haga un llamamiento a un pueblo que no existe todavía lo anteriormente dicho es cierto, pero quizás en una doble dimensión que no sería aparente en primera instancia: tan necesario es que la obra de arte nos hable sobre algo pro venir como, de hecho, nos hable de la visión del presente desde aquella sociedad por venir. Es ahí donde se distingue el genio del mediocre sobredimensionado, a través de su capacidad para proyectarse hacia y desde el futuro.
Recientemente podíamos asistir al lamentable espectáculo de Bret Easton Ellis criticando a David Foster Wallace al definirlo en términos tales como el más aburrido, sobrevalorado, torturado y pretencioso escritor de mi generación. Partiendo del hecho de que el mérito estilístico de Ellis no pasa de algunos afortunados tropos que no sostienen una obra basada en la constante reformulación de su primer trabajo, Less Than Zero, y que esta no deja de ser exclusivamente un retrato de los yuppys de los 80’s-90’s americanos podríamos dilucidar sin mucho problema la problemática que tiene éste al respecto de Wallace. El problema radical es que donde Easton Ellis sólo supo describir su experiencia personal, el medirse el ego a través de retratar su entorno en una suerte de antropología de la fortuna laboral en los EEUU de su tiempo, su finado criticado supo retratar en El señor blandito no sólo toda la dinámica empresarial desde el yuppismo más abyecto hasta el último escalafón del asalariamiento más ingrato, sino que también retrato como la realidad se moldeaba a estos —además de hacerlo en una cantidad mucho más escasa de páginas, lo cual resulta particularmente irónico en un autor siempre acusado de ser dado al exceso de uso de árboles muerto.
El señor blandito, como empresa, relato y mascota corporativa, es la representación del nuevo capitalismo moderno, mal llamado neo-liberal por aquellos más deseosos de epatar ante el uso de un conocimiento espurio que realmente retratar los cambios paradigmáticos del capital, que renuncia a la construcción de cualquier clase de valor o sentido a su producto sino que, exclusivamente, se dedica a moldear la realidad para que se ajuste a lo que las empresas deciden vender; todo cuanto ocurre en el grupo de discusión está conducido por los empleados de la empresa, creando así una realidad a medida de la necesidad del propio Señor Blandito. La pretensión de verdad, de satisfacer un deseo genuino del consumidor y hacer beneficio de ello, se ha perdido completamente en un capitalismo sólo preocupado de construir la realidad a la medida de sus pretensiones.
La construcción monolítica pero plagada de líneas de fuga, como pretendiendo escapar de esa creación espuria del deseo a través de la plasmación de las consecuencias de esos deseos creados de idealidad que se imprimen sobre las personas aun cuando son conscientemente imposibles de llegar a ser alcanzados, adelantaría de una forma preclara las formas más radicales que el capitalismo hoy iría alcanzado como metas deseables; el gran logro del relato no es sólo que esté escrito con una virtuosidad envidiable, es que ese mismo estilo genial que posee sirve para hacer una distinción radical entre los efectos y las consecuencias de un capitalismo que hoy nos afecta ya plenamente pero entonces aun no era más que la quimera de una posibilidad. Es esa la construcción radical, en el plano narrativo y en el plano estilístico —ambos a su vez parte de un plano supraideológico que construyen entre sí — , que Easton Ellis es incapaz de alcanzar mientras Wallace va subrayando de una forma tajante de forma constante en prácticamente cada escrito que firmo con su nombre, la radical diferencia que separa al listillo que ha sabido adaptarse a los epatantes deseos creados de su tiempo y el chico torturado que ha sabido ver más allá y precognizar la evolución lógica de todo lo que está pasando. He ahí el absurdo de la crítica de Easton Ellis en tanto no es sólo que no corresponda a él criticar el estilo de otro autor mucho mejor que él, sino que también es un autor que demostró como funcionaban los mecanismos de aquello por lo cual estaba él mediado y sólo atinó a retratar sin explicar.
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