El extraño talento de Luther Strode, de Justin Jordan
Una de las problemáticas más profundas sostenidas en nuestra sociedad a partir del razonamiento de la auto-ayuda, de la filosofía líquida, del pensamiento débil, es la sensación constante de que no hay razón alguna para que tengamos que esforzarnos para conseguir algo ya que, de facto, nuestros deseos hacen que las cosas ya nos pertenezcan. Este sentimiento basado en la flexibilidad espuria del deseo, construido a través de la inoculación de víricas formas del deseo ajenos a nosotros mismos, nos conduce necesariamente hacia la infelicidad que supone el que nunca podamos conseguir nuestros deseos en tanto siempre están más allá de lo que hacemos; el auténtico deseo, el que se esconde en lo más profundo de nuestro ser, nace sólo en tanto eliminamos de nosotros mismos todo lo que existe de accesorio en nuestro interior. La pretensión del hombre contemporáneo es que el deseo se cumpla ajeno a sí mismo, sin que tenga que trabajar para conseguirlo, haciendo así que éste llegue de forma natural como sí de hecho él no hubiera estado jamás involucrado en su consecución; no queremos cumplir deseos, queremos que nos concedan deseos.
Todo esto nos conduce hacia la problemática perspectiva de como se nos ha representado el super-héroe a lo largo de toda su historia, siendo (casi) siempre éste un personaje que o bien es innatamente poderoso o bien el destino le ha conducido hasta su capacitación para aquello que está encomendado; la problemática singular de los cómics es que, de hecho, en estos siempre nos encontramos una serie de héroes construidos como paradigmas del poder concedido, jamás obtenido. Sin embargo, el papel que sostiene Luther Strode en su cómic es antitético de lo que se nos ha vendido como algo natural hasta el momento en la cultura de masas, en tanto inversión perfecta de los valores de la sociedad: no es que Strode un día tenga una capacidad natural o le concedan una serie de poderes a posteriori, sino que de hecho él trabaja para conseguirlos.
La más radical sintetización de este hecho, que en cualquier caso se va perfilando de forma constante a lo largo de todo el cómic —la negación del poder de su padre, el metódico avance en sus capacidades y, especialmente, el hecho de que cualquier individuo pueda conseguir manifestar tales poderes — , se da en un acto nominativo: en ningún momento los llama poderes, e incluso censura a su amigo Pete cuando lo hace, porque en todo momento los denomina talentos. La idea de que no es un poder implica que no es un acontecimiento emanado de fuera de sí mismo sino que, de hecho, es un acontecimiento que sólo acontece en tanto él lo ha provocado por sí mismo; a diferencia de otros héroes como Thor que sostienen sus capacidades por daemon (genio δαίμων), un talento natural que les dotan de capacidades preternaturales, el caso de Strode es un caso de téchne (técnica τέχνη), un talento adquirido por la consecución de una serie de formas regladas a través de las cuales alcanzar un objetivo último deseado en su manifiestación real —en éste caso, su físico en primer lugar y su materialidad en sí misma hacia el final — . Es por ello que mientras el imbuido por el daemon es aquel que simplemente explota aquello que ya tiene de forma natural y, por extensión, se mueve en el orden del status quo de lo real, el que sigue la senda de la téchne hace de su acto imaginado una realidad fáctica, produciendo que se manifieste como real lo que hasta entonces sólo era posibilidad.
Ahora bien, la peculiaridad de la téchne sobre la daemon —el hecho de que el primero se circunscribe a la esfera de lo posible manifestándose en lo real y lo segundo ya es real en sí— también propicia el hecho de que esta primera permita construir un cambio dentro de la forma de la téchne misma. Si un héroe imbuido de daemon como Thor tuviera la pretensión de convertirse en malvado no podría porque, de hecho, su poder ya implica la bondad en la cual éste se conduce: su poder está construido a priori y es inmodificable por extensión; si un héroe como Strode pretende convertirse en bueno aun cuando su poder se define a través de una filosofía del mal podrá hacerlo porque la misma técnica que usó para hacer de su materia un todo armónico también sirve para modificar la técnica en sí misma: su talento es dependiente de como decida moldearlo. Es por ello que éste se enfrenta de forma más o menos acuciante ante la perspectiva de asesinar de forma brutal a sus enemigos, o el matón que pretende agredirle en el colegio, no con la violencia que sería connatural al nuevo estado de su cuerpo —pues la técnica llevaba consigo implícita una glorificación de la violencia en tanto dota de una superioridad sobre los demás cuerpos— sino con un pacifismo impreso a partir de su propio carácter —la técnica tiene una tendencia, pero no una necesidad: las pistolas se crearon para matar, pero no es su único uso — .
Lo interesante de la ultra-violencia impresa en éste emulo de instituto de El puño de la estrella del Norte es la capacidad para abrir conscientemente esa brecha ante la idea de genio natural que se desata en nuestra sociedad: aun cuando pueda existir gente con un genio natural, sólo en la técnica se descubren y modifican los límites de lo real. Es por ello que el materialismo extremo que desarrolla Strode, acercándose hasta la magick precisamente en tanto su voluntad es lo único que necesita para tornar en real lo deseado —aunque sea una voluntad técnica, una hiperstición (superstición que se manifiesta como real) del acto — , destruye cualquier convención de lo natural o lo trascendental dejándonos en la posición de que la única posibilidad real de enfrentarse al mundo es a través de la materialidad en sí misma. El talento natural no puede evitar una bala, pero la técnica sí. Es por ello que sólo en la materialidad, bien sea del físico (como en el caso de Strode) o del pensamiento (como en nuestro caso), podemos alcanzar la capacidad de modificar lo real a partir de nuestros deseos mediados por la aplicación de la técnica.
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