Aunque en ocasiones funcione, intentar ligar lo absolutamente contemporaneo con lo clásico no termina de funcionar. Aun cuando podemos encontrar directrices, detalles, en la antigüedad que justifiquen nuestras convenciones a pesar de su aparente rupturismo lo más habitual es chocar con la realidad de que pasado y presente no siempre se encuentran. De esto se han percatado bien Mono al tocar con una orquesta en su último disco en directo Holy Ground.
El sonido definido de Mono, lleno de sutilezas y pequeños detalles, parece una elección perfecta para ser acompañada por una orquesta que le de un punto de aun mayor viveza. El problema es que la mayor baza de Mono se esconde en su contundencia. Los sonidos graves, profundos, acompañados de las abruptas rupturas que se producen entre los muros de ruido blanco son el auténtico motor de la orgía de epicidad que son. Además, quienes los hayan visto en directo, saben que el juego de contrastes entre sus momentos más calmados, sutiles, y los momentos de extrema virulencia son lo que hace de su sonido una auténtica cúpula de placentera destrucción. Y he aquí el problema de la inclusión de la orquesta, donde todo deberían ser extremos sonoros la orquesta tiende a moverse por unos medios que Mono ni debe ni quiere tocar en momento alguno. Así que el cuerpo central del disco son unos temas preciosistas, absolutamente magistrales, que no suenan en absoluto a Mono para poder adaptarse al rango de sonido propio de una orquesta. Sin embargo, en cuanto fuerzan los límites de la orquesta, cuando los muros de ruido blanco con auténticas olas de distorsión se enfrentan a pianos que luchan por sobrevivir mientras violines acelerados escapan de esta tormenta demencial es cuando este disco alcanza la genialidad. Sólo en tanto la orquesta asume un rol rupturista, de sonidos grandilocuentes y consternados entre las mareas de oscuridad que desprenden Mono es cuando se torna tan épico, tan hermoso, que las lagrimas derramadas se pierden entre sus notas.
En la aceptación de la absoluta contemporaneidad se encuentra el gran triunfo del salvaje como que forman Mono con una orquesta. En tanto los segundos adaptan su rol al sonido de los primeros, y no al revés, todo se torna una experiencia catártica ante la cual sólo queda abandonarse y dejarse arrastrar hasta las ignotas tierras que tengan a bien transportarnos. Después del viaje sólo podremos mirar atrás e intentar recapitular que había tras ese huracán, tras esa tormenta perfecta, que nos arrebató algún que otro miembro y, además, nos robó el corazón.
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