Aunque pueda parecer lo contrario, el mundo no es un lugar inhóspito carente de cualquier sentido a posteriori. El problema viene dado en que, aun aceptando que existe un cierto orden cósmico que no podemos negar —ya que el mundo no es una construcción caótica, sino que guarda una lógica interna que sólo es comprensible como la suma de todos los elementos que lo configuran a cada instante — , también tenemos que aceptar nuestra incapacidad física para conocerlo todo; incluso si la realidad es inteligible, ordenada y, en cierta medida, racional, nuestras capacidades son insuficientes como para poder conocer la totalidad de las cosas que nos permitirían poder formarnos un juicio si no objetivo, al menos sí completo. Estamos atados por los límites de nuestro conocimiento. Actuamos teniendo una cantidad limitada de información, pretendiendo saber qué estamos haciendo cuando ni siquiera podemos estar seguros de lo que piensa la persona que tenemos enfrente. O, en la mayoría de casos, siquiera lo que pensamos nosotros realmente.
A veces hay que fijar la mirada en los cambios más nimios para ser capaces de apreciar sus efectos sobre el cuadro completo. Lo que no pasaría de ser una anécdota en las manos de cualquier otro, apenas sí un incidente carente de cualquier clase de interés —la pérdida de una perla en una fiesta de cumpleaños, con las acusaciones cruzadas posteriores — , con Yukio Mishima se convierte en un ejercicio de literatura pura. Los antecedentes del acontecimiento no resultan importantes. La anfitriona de una fiesta pierde una perla y las otras cuatro invitadas, separadas en dos grupos de dos personas cada uno (Azuma y Kasuga por un lado, que tienen «una vieja y sólida amistad»; Yamamoto y Matsumara por otro, que tienen «tirantes relaciones»), juzgan que alguna de ellas ha debido o bien robarla o bien habérsela comido por accidente confundiéndola con una bolita de anís. Eso tendrá consecuencias inesperadas. Todas querrán reparar el daño provocado, no ser juzgadas por las otras y, en el caso de que ya haya ocurrido, al menos reparar su honor por las ofensas recibidas. Todo ello sin que ninguna sepa lo que ninguna de las otras ha hecho o está pensando al respecto.
Si desde el principio seguimos los pasos de la señora Sasaki, anfitriona de su fiesta de cumpleaños y dueña de la perla desaparecida, no es porque ella sea la protagonista, sino porque es el punto de confluencia de los acontecimientos ocurridos: independientemente de lo que pase, todo desemboca necesariamente en ella. El protagonista de la historia es el devenir mismo de los acontecimientos. No existe desarrollo de personajes, ya que no evolucionan (en todo caso, se nos desvelan) a lo largo del relato, sino desarrollo de los acontecimientos, de la situación última del mundo; el protagonista es la maraña de relaciones que configuran el mundo, la realidad en sí misma.
La importancia de los acontecimientos aquí es dependiente de la situación general que crean. Que la señora Azuma tenga un concepto paternalista de la señora Kasuga, que el desprecio de la señora Yamamoto hacia la señora Matsumara parta del orgullo de no ser capaz de admitirlo o que la señora Sasaki reciba dos perlas de tamaños distintos a los del anillo, significan por sí mismo sólo cosas al respecto del propio carácter revelado (al lector, que no entre ellas) de los personajes — sabemos quién es egoísta, quien impulsiva, quien estratégica. Ninguna es virtuosa o malvada, porque sus actos están medidos en otra escala; no importa su condición ético-moral, ya que todo juicio de esa clase dependerá del propio contexto ontológico en el cual lo realicemos. Ahora bien, si sumamos las consecuencias de sus actos, vemos aquello que piensa la señora Sasaki al respecto:
Cuando la señora Sasaki se enteró de que las tirantes relaciones entre la señora Yamamoto y la señora Matsumura habían mejorado notablemente y de que la señora Azuma y la señora Kasuga habían enfriado su vieja y sólida amistad, no pudo explicarse las cosas y se limitó a pensar que todo era posible en este mundo.
Fuera como fuera, siendo una mujer sin demasiados escrúpulos, la señora Sasaki pidió a un joyero que remodelara su anillo en un formato en el cual se pudieran engarzar dos nuevas perlas, una grande y una chica, y lo usó sin complejos, sin ulteriores incidentes.
Todo es posible en este mundo, pero nosotros conocemos los «por qué» de lo ocurrido. El protagonista es la verdad y la imposibilidad de que las implicadas en su consecución puedan conocerla en todas sus consecuencias, en tanto lo que presenciamos en última instancia es el desarrollo nimio, absurdo y caótico del mundo amoldando aquello que es a los acontecimientos ocurridos por una broma ejecutada a destiempo. Ni siquiera podemos decir que las implicadas hayan descubierto el auténtico carácter de aquellas que las rodean. Si bien es cierto que ahora la señora Kasuga conoce más profundamente a la señora Azuma, con respecto de la señora Yamamoto y la señora Matsumura ocurre lo contrario; las circunstancias han cambiado el escenario, pero no necesariamente han revelado una verdad más profunda a las implicadas. En tanto existen intereses particulares, pensamientos que las otras no pueden conocer, todo cambia para que todo siga igual. No es la revelación del auténtico carácter de los personajes, sino la demostración de por qué es imposible conocer de forma absoluta las consecuencias de cualquier acontecimiento.
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