Dream lover, until then
I’ll go to sleep and dream again
That’s the only thing to do
Till all my lover’s dreams come true
Bobby Darin
¿Nos es posible dilucidar de forma certera donde empieza y donde acaba lo erógeno de nuestra propia carne? Si aceptamos ya de entrada que más allá de los genitales hay de hecho fuertes posibilidades de erotismo, no nos costará comprender que toda carne está ya preparada de facto para ser parte esencial del erotismo. Ahora, parafraseando a Woody Allen de forma intencionalmente equívoca, si decimos que lo importante es follarse a las mentes estaremos en medio de otra verdad que todos conocemos: nuestra mente, nuestra capacidad de erotizar donde no se supone zona erógena alguna, nos abre las posibilidades infinitas del gozo; el cuerpo que no vemos y el que no existe casan con el que se cubre de cuero, de vinilo o de seda, o se encuentran con aquel que tiene medias de satén o calcetines altos, quizás tacones o botas, es posible que minifaldas, faldas de tubo, pantalones bajos, shorts o cualquier cosa que cubra unas piernas que no suponemos erógenas a priori —eso evitando entrar en cualquier forma obvia de fetichismo correspondido como dogma común, porque entonces podríamos eternizarnos — . El hecho de que no te follarías unas piernas, no significa que unas piernas no puedan excitarte.
¿Y si en vez de parar en aquel lugar que aun nos resulta aun presumible, en un cierto fetichismo soft siguiéramos explorando hasta encontrarnos con las más profundas lógicas de la erogenización del mundo? Entonces descubriríamos que no existe límite para el erotismo: el metal, el plástico y el vidrio de los coches estallando o los trozos de cemento volando sobre los cuerpos, son un ejemplo práctico de una sexualidad erigida alrededor del accidente; lo brillante y suave de una habitación de pelo, o de una segunda piel de furry si el brillo del deseo vira hacia la fantasía atropomórfica; la oxidada furia de la rabia penetrante inducida por una esclavitud requerida en juego. Todo son formas que adquieren la sexualidad en nuestro tiempo. Eso es la nueva carne: la comprensión de que todo cuanto nos enfundamos no es más que una prótesis de nuestro cuerpo, una nueva carne, la posibilidad de conseguir efectos sobre el mundo que van más allá de nuestras capacidades naturales.
Sólo a partir de esta lógica subyacente al ser humano desde el mismo instante que siente la necesidad de crear una nueva herramienta para poder hacer algo que por sus dotes naturales le es vedado, se puede comprender de qué trata Kustom Kar Kommandos. La pretensión de Kenneth Anger es demostrarnos como la fascinación de los jóvenes por los automóviles no es sólo una cuestión de diletantismo o fanatismo, sino que se encuentra en el punto cero del erotismo adolescente: esos jóvenes obsesionados con la mecánica y la conducción, desean a sus coches como extensiones erógenas de sí mismos.
Durante tres minutos vemos como Sandy Trent manipula íntimamente las vergüenzas de un hot rod: toca su motor, lo acaricia con suavidad con un paño, manipula con firmeza sus sólidos miembros, roza con dulzura sus botones. Un intenso erotismo se apodera de él. He ahí que el efecto que consigue el corto en nosotros es el de estar asistiendo ya no a una alegoría más o menos explícita de lo que supondría un polvo homosexual, sino que de hecho estamos asistiendo a algo que vemos fascinados —u horrorizados, según estemos dispuestos a aceptar ciertas pulsiones con naturalidad— como lo que es de hecho: un tierno pero salvaje polvo con una máquina. Una máquina curvilínea, de preciosos colores cálidos, que parece pedirnos que derramemos nuestro amor sobre él. A su vez, Anger se recrea en la misma medida en un Trent que se muestra demasiado absorto en el erotismo propio de sus acciones como para poder ser nada más que una parte esencial de esa extraña sensualidad que emana de su interacción con esa aquí tímida bestia de acero.
Lo interesante es como de hecho esto nos sitúa en medio del concepto de la nueva carne, como nuestras prótesis han moldeado nuestra forma de interactuar con los cuerpos. No hay ninguna diferencia estricta entre la atracción por unos genitales, unas piernas en medias de satén y el cromado poderío de un coche: en todos los casos su función erógena es algo que se adquiere a posteriori, una función inútil para los cuales no estaban pensados a priori —los genitales están para perpetuar la especie, las piernas para andar y las medias para protegerlas del frío, los coches para transportarnos del punto A al punto B en el menor tiempo posible — . He ahí su erogenización, su ser «carne del mundo»: sólo los seres humanos tenemos el concepto del erotismo, de la inutilidad —que no implica sólo el sexo, pues cualquier clase de diversión o función que vaya más allá de la mera supervivencia es algo inútil— creadora que articula sus propias funciones particulares. Que crea funciones humanas, demasiado humanas.
El hecho de que no te follarías un coche, no significa que un coche no puedan excitarte. Uno puede excitarse con un coche del mismo modo que puede hacerlo con cualquier representación de un hombre o una mujer independientemente de cual sea el ámbito particular de su interés sexual; uno puede ser un hombre perfectamente heterosexual y excitarse viendo o manipulando coches —o, como de hecho denota poco subrepticiamente Anger, con otros hombre— sin dejar de ser heterosexual. Por supuesto un macho, un auténtico macho, jamás se excitaría con nada que fueron unos pechos lo más grandes y desnudos posibles, pero un macho sólo es alguien que ha reducido sus posibilidades de comprender al mundo y a sí mismo al mínimo común denominador de su sexualidad; el erotismo no va necesariamente ligado a la sexualidad, como el género no determina tampoco los dos anteriores. Nuestro género (biológico), nuestra sexualidad (psicológico-social) y lo que nos excita (erótico-mental) interactúan entre sí, conforman extraños compañeros de cama, pero en ningún caso se determinan de forma absoluta.
Algo tan simple en su complejidad abstracta, que llevamos experimentado milenios pero aun no hemos sabido ver a pesar de que es obvio que existe una carne más allá de nuestra propia carne biológica, es algo que pocos más a parte de Kenneth Anger han sabido ver. Y hasta que no aceptemos que nuestra realidad corporal, que no sólo sexual, es más compleja que la simple reducción a compra-venta de gustos sexuales polarizados que se nos impone, no podremos comprender que más allá de nuestro cuerpo el mundo no es más que extensión de ese mismo cuerpo nuestro. Porque el mundo es el campo de juego del hombre atravesado por su nueva carne.
Deja una respuesta