La guerra biológica es el futuro. O al menos eso parece visto la rápida progresión que se ha dado en el hecho de que toda guerra se ha ido determinando cada vez en mayor medida por las acciones de individuos particulares como armas en sí mismos. ¿Qué separa al hombre bomba del hombre virus? Lo mismo que separa a los perros bomba usados por el ejercito soviético del perro cyborg que nos presenta el siempre inquieto Grant Morrison en su cómic W3.
La historia trata sobre el We3, un comando experimental de animales cyborg entrenados para el combate, compuesto por Bandit, Tinder y Pirate; un perro, un gato y un conejo. Después de una misión rutinaria donde acabar con la vida de un dictador del tercer mundo se encontrarán los protagonistas con que su trabajo ha acabado; el futuro son los ratones hiper-inteligentes que trabajan en equipo. Ante esta situación se escapan de la base donde están confinados en la búsqueda de aquello que todo ser vivo anhela encontrar: su hogar. Todo esto ocurre representado por la precisión de los trazos de Frank Quitely, rozando el estilo manga, para unos dibujos tan preciosistas como entrañables. Pero el auténtico valor espectacular es ver como todo en el cómic parece estar diez años por delante de realidad. Las armaduras de los animales y las espectaculares splash pages que celebran las salvajes masacres que se van produciendo se sitúan varios pasos por delante de lo que la realidad y el medio produce actualmente; es una génesis del futuro. Pero no la historia que, tras toda la violencia desmedida y los diálogos parcos, se basa en la premisa más antigua del mundo: el retorno al hogar como modo de encontrarse a sí mismo.
Del mismo modo que son tres animales la misma historia podría haber sido contada con tres seres humanos sin ningún cambio sustancial; todo lo que nos es narrado nos habla de las inquietudes propias de todo aquel que está vivo. Y con su magia, una vez más, Morrison consigue llegar hasta el fondo de la problemática del ser humano, del como todos necesitamos volver siempre a casa aun cuando nos convertimos en armas. O profesionales. El cyborg no es un arma, es una persona.
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