Batman Arkham Asylum, de Grant Morrison
Que el mundo está loco, si entendemos loco en el más puro sentido foucoltiano de que la locura es una convención social de la desviación de lo que se considera normativo dentro de la misma, es un hecho tan fácilmente constatable como mirar alrededor de nuestra propia vida. La sin razón culmina de forma imprecisa en cada hecho de la existencia, sin ningún orden y concierto aparente, e incluso cuando nos enfrentamos contra realidades que suponemos objetivas, vaciadas de toda posible incógnita, descubrimos que incluso estas parten del hecho de que su conocimiento absoluto siempre parte de que aun no han sido demostradas falsas; en palabras de Graham Harman la filosofía debe ser rara porque la realidad es rara.
En éste sentido podríamos entender el binomio Batman-Joker un paso más allá de sus propia representación de las condiciones apolineas-dionisiacas respectivamente, ya que no sólo representan aquello que son en sí sino las condiciones de facticidad del mundo en sí mismo. Si la realidad es rara eso significa que no existe un orden de lo real, una objetividad absoluta a la cual aferrarnos, y por tanto la vida no sólo no tiene un sentido ulterior último sino que además el mundo está vaciado de significado en tanto existe en su más pura indeterminación constante de sí mismo ‑si no hay esencialidad del mundo éste no es más que un cascarón vacío de infinitas posibilidades desconocidas, por tanto el Joker sería una representación pura de un caos de infinitas posibilidades aceptadas como tal. Sin embargo la humanidad establece sus sociedades a través de la premisa de un ordenamiento objetivo, a través de la posible ponderación de gran parte de las condiciones existentes de humanidad, por lo cual que la realidad se nos presente ya no sólo como algo inaprensible sino como algo completamente extraño va, precisamente, no tanto contra la humanidad en sí como para la idea del humanismo. No hay correlacionismo, el hombre y el mundo son dos posibilidades que podrían no existir sin que por ello no pudiera no existir la realidad en sí -no future, no humanism.
Esto cristalizaría en lo que podríamos denominar como la obra seminal en formato cómic de un proto-realismo especulativo en ciernes: Batman Arkaham Asylum. En éste Grant Morrison nos presenta una fuga multitudinaria en el que el Joker establece el famoso psiquiátrico como su base de operaciones obligando a Batman a adentrarse en un mundo de locura donde todo está preparado para acabar con sus ya frágiles lazos con la normatividad humana para conducirlo hasta su propia condición de realidad inaprensible, lo dionisiaco pretende perturbar la condición existencial misma de lo apolineo. El asilo Arkham se convierte aquí en una casa de los horrores donde es posible que pueda ocurrir cualquier cosa, por improbable o absurda que esta parezca, en todos los sentidos y maneras inimaginables. Un ejemplo sería como los furtivos ataques de Croc ‑representación de lo ctónico, de lo húmedo y oscuro que deviene de las profundidades - se acompañan de un monólogo interior que narra los hechos en un doble nivel de lo que sucede (lo real) y lo que reflexiona al respecto a través de lo que acontece (lo metafórico), pero también en lo formal asumiría estas posiciones al hacer que imagen y texto se fusionen en una combinación fluctuante y desquiciada donde todo nivel siempre se hace desde la lectura literal y simbólica de todo cuanto ocurre. La excepcionalidad del cómic es la imposibilidad de leerlo literalmente, como cualquier otro cómic, como lo apolineo, hay que entenderlo como algo que escapa de la misma idea de cristalizar su propio ser en una proposición específica. Lo mismo que hace la realidad.
¿Es posible una normatividad lógica en un mundo caótico, sin un sentido ulterior que lo arrope? Sí, pero bajo la condición de mostrarse como la ordenación continua y extrema de ese mundo. Aunque Batman tiene una serie de reglas con respecto de su propia actividad, reglas que mimetizan lo que se considera más adecuado en la sociedad ‑lo cual es lógico, Batman es la representación última de El Orden, de Lo Apolineo‑, verá como se ve obligado a incumplirlas de un modo incesante mientras se sitúa en su estancia en este mimético espacio de realidad subsidiaria. Por eso no dudará en partirle la pierna izquierda a un lamentable Clayface que tan apenas puede mantenerse en pie como tampoco dudará en lanzar escaleras bajo a un paralítico o hará que Croc sea ensartado por la lanza de una descomunal estatua; su código es inoperante para mantener la lógica de la realidad pretendida, por ello se representa a través de una violencia extrema a través de la cual puede mantener aquello que establece como la auténtica (y única) realidad posible: ( ≠ )su normatividad.
Si como afirmaba Michael Foucault la criminalidad es un normativamente necesario para que sea aceptada la represión violenta sobre El Otro, El Diferente, El , entonces Batman sería la representación última del Estado violento y en la mutilación de un enfermo no habría algo normativamente malo, sino que sería aceptado como algo positivo por aquellos que defienden que eso es necesario para mantener la normalidad en la sociedad y el mundo. Una normalidad que no existe. Pero el problema es que, efectivamente, podemos comprobar como el lector medio de cómics se vanagloria de los triunfos de Batman ‑pírricas victorias en las que pone en entredicho su propia autoridad- porque de hecho los sitúa como actos de completa justicia: ellos son Los Diferentes, Los Malos, ¿por qué no iba a hacer Lo Normal, Los Buenos, todo lo que sea necesario para acabar con ellos? Eso es el loco, el criminal y el terrorista: el que no acepta las condiciones de normatividad impuesta por la sociedad, porque no encaja con lo que han decidido unos poderes de control y exclusión social que es normativamente lógico. Batman, en éste caso, sería sólo un brazo ejecutor que puede ir un poco más allá que el Estado en la ejecución de esa normalidad de la realidad.
¿Qué pretende con todo esto el Joker? Sumergir tan profundo a Batman en la noche que sólo pueda surgir de ella completamente destruido e infectado de la locura que está más allá de los sólidos muros construidos por una humanidad incapaz de no ponerse en el centro de la realidad misma. ¿Por qué fracasa en éste intento? Porque a pesar de que la destrucción psicológica es metódica y constante, el problema es que la violencia no puede aplacar el espíritu dionisiaco. Dionisios era el dios de la belleza y el orden, pero también de la violencia y la adivinación; aun cuando Batman puede ser aquello que impone el orden y preserva que todo sea bello y lampiño, también es un actor de violencia que se ve sumergido de forma constante dentro de la profecía, de la verdad mistérica que está más allá de una comprensión directamente real del mundo; no existe diferencia entre lo apolineo y lo dionisiaco, ambos son lo mismo y el uno sin el otro no podrían existir. Al final no queda más que un asilo completamente aplacado, un Batman destruido y un Joker recordándole que siempre habrá un sitio para el en la noche cuando se canse de jugar en la Historia. Y eso está bien. Son dos fuerzas binarias compitiendo entre sí, dos completos dementes que han llevados sus figuras hasta los extremos tan lejanos entre sí que no pueden hacer más que darse la vuelta para tocarse y compartir sus parabienes entre sí. Batman el apolíneo, la fuerza positiva que crea un orden en el mundo que permite que los hombres no sean consumidos por la imposibilidad de vivir en la noche perpetuamente; Joker el dionisiaco, la fuerza negativa que funda imperios en la noche que permiten poder destruir todo cuanto existe en el mundo para que así pueda seguir cambiando éste. La locura de Batman es la misma que la del Joker, la locura de estar sumergidos en un combate en el que ninguno puede ganar ‑como de hecho el mismo Batman afirmaría en La Broma Asesina- pero que sin embargo siempre está danzando en el presente.
= Quizás no podríamos vivir en el mundo sin lo apolineo, sin lo normativo, pero éste no sería más que una violenta cadena al cuello sino fuera porque lo dionisiaco, la locura, quiebra sus propias condiciones para permitir su reconstrucción en una nueva conformación futura; Batman no acaba siendo un fascista peligroso completamente alucinado porque el Joker le obliga a estar siempre en guardia, lo transforma y cambia de forma constante por la destrucción que origina en su vida obligándole a construir constantemente nuevos procesos y normatividades en ella. Eso está bien, porque la realidad es rara y sólo podemos comprenderla si aceptamos que es natural que anule nuestras premisas para que podamos construir constantemente otras nuevas.
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