Skim, de Mariko y Jillian Tamaki
La adolescencia es ese rito iniciático donde debemos acotar nuestra propia (auto)consciencia para sobrevivir en la jungla que suponen las relaciones interpersonales con los demás. Los que lo consiguen se integrarán en la sociedad mientras, los que así no lo hagan, sea fruto de la inoperancia o de la pura desidia, serán relegados sistemáticamente al papel de ciudadanos de segunda cuando no, directamente, de tener una conducta patológica; sólo a partir de la adolescencia es cuando comienza la represión de la normatividad de lo mismo, la normalidad como forma de represión. ¿Pero cual es el juez de estas disposiciones?¿Quizás una represión interna, como diría Freud, que hace que el adolescente se juzgue según los cánones que no puede alcanzar? Aunque la moral cristiano-freudiana siga bien afincada en nuestras mentes en el caso de los adolescentes la culpa no surge por una causa de auto-inculpación, sino que toda normalización se da externa a uno mismo.
Skim, que vive en Canadá, es muchas cosas que, según la sociedad, devienen necesariamente en una conducta tendente hacia una patología ulterior: gótica, wiccana, japonesa y no-delgada. Como de todos es sabidos los góticos son más tendentes hacia la depresión, ya que escuchan música oscura y se visten de negro. Los wiccanos creen en un panpsiquismo naturalista radical, lo cual no dejan de ser tonterías de críos y gente mal adaptada a la sociedad. ¿Ser japonesa en Canadá? Algo muy duro, lejos de su sociedad sin duda debe sentirse desubicaba y desarraigada aun cuando ya nación allí, como si los genes determinaran de alguna forma radical quienes somos con respecto de la tierra de donde vinieron en el pasado. No estar delgada, aunque tampoco gorda, es un gusto demasiado excesivo por los bollos, ¡con lo guapa que estarías si dejaras de comer tanta porquería!; toda naturalización de como deben ser los demás parte de esa necesidad de normalizar cuanto existe en el mundo para que se ajuste a los cánones específicos de ese algo que es lo normal. ¿Qué es lo normal? Nadie lo sabe, pero todos opinan de los demás.
Sonríe y no digas lo que piensas, ¿es que no quieres ser popular? Así se sintetiza la vida de instituto, ese pequeño ecosistema que no es más que la mímesis en putrefacción de la sociedad; Lisa Soor, la mejor amiga de Skim, suscribiría estas palabras de forma radical. Sigue adelante, no mires atrás, lanza fango sobre los demás, se divina y deja en ridículo al débil, ¿no te das cuenta que esta es la ley de la jungla? No soy yo, eres tú: la depredadora social más terrible es aquella que no es consciente de su condición de monstruo; el lobo con piel de cordero no es menos lobo, sino más. Quizás no sepamos lo que es normal pero si sabemos lo que es raro, y si eres raro es tu culpa.
¿Qué debemos aprender de todo esto entonces? Quizás que el amor existe, que está ahí fuera y que siempre asume las formas más imprevisibles: hay amores frustrados, amores más profundos que la muerte y amores que son diferentes formas de amar a los otros. También que siempre hay dos posibles vías en esta vida, dos maneras de conducir nuestra vida de forma absoluta en las condiciones normales con las que nos enfrentamos: la forma de Skin y la forma de Lisa. La forma de Skin pasa por la auto-consciencia, por aceptar la rareza como algo natural porque de hecho no hay normalidad, es imposible asumir que exista una realidad trascendental conocida como El Hombre Normal que cree y delimite las conformaciones lógicas de la sociedad; la forma de Lisa es buscar permanentemente la consciencia externa, el aceptar que no somos nosotros sino los demás los culpables de la situación actual, lo que es raro, lo que se sitúa como diferente, es lo malo porque son las impurezas que desdibujan la perfección de la raza humana. Todo el mundo se cree normal o raro cuando es como Lisa, cuando cree que hay una vara absoluta para medirse, pero nada se creen cuando se ven con la mirada de Skin, cuando no existe nada salvo una pluralidad cuasi infinita de voces.
Nada en el hombre es trascendental porque de hecho nada en el mundo es trascendental. Creer en una normalidad presupone aceptar que podríamos definir un ser humano que, efectivamente, reuna una serie de rasgos objetivos que podríamos definir de forma absoluta como normales, como absolutamente anódinos y normales. Pero lo que en el mundo destaca es siempre lo raro, lo diferente, porque lo normal es el aburrimiento suicida que penetra entre las finas grietas de la realidad, pues lo que define el mundo son sus propias contradicciones. Lo normal es sólo el espacio en blanco bordeando las lineas de tinta que Jillian Tamaki define como realidad.
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