No es que la realidad sea rara, es que no existe. Maticemos: si bien existen unas mínimas convenciones que nos permiten conocer una existencia fáctica externa a nuestra mente —de no ser así ya estaríamos muertos— no existen convenciones ideales inviolables en términos mundanos; si bien no puede llover hacia arriba, porque violaría las leyes de la física, sí puede un hombre mentir durante más de diez años sobre su vida entera sin que nadie sospeche, aunque viole las leyes de la lógica. Aunque el sentido común es útil, aunque el conocimiento casuístico arroja probabilidades interesantes, no hay legislación científica que valga en los actos humanos. La realidad como entorno físico existe, pero la realidad como conjunto de normas inviolables fruto de la consciencia de su hipotética irrealidad, no.
El adversario es enigma por desvelar desde su título: siendo la historia de un hombre cuya vida se ha cimentado en mentiras, mentiras que explotaron en un asesinato múltiple donde sesgó la vida de todos sus familiares directos, mentiras que aún hoy le atosigan y aprisionan, es difícil saber a qué refiere Emmanuel Carrére con «adversario»; o peor aún, es difícil dilucidar entre todas las posibles opciones que ciernen al respecto: puede hablarnos del adversario que supone para sí mismo o para la sociedad, para su familia o para el sistema judicial, para la prensa o para Emmanuel Carrere. Adversario indómito e irresistible, enemigo al que daría gusto poder odiar, al cual no se puede ignorar ni pasar por alto porque ni es ficción ni real: es tan extremo su relato, tan inverosimil en sus actos, que sólo lo aceptamos en tanto hay indicios fácticos de su veracidad. Es tan real que sobrepasa los límites de lo real: no se sostiene bajo análisis riguroso alguno.