Mao II, de Don Delillo
La historia tiene algo particularmente fascinante para cualquiera que esté más cerca de intereses contemporizadores que de cábalas trascendentalistas, y es así porque la historia siempre corre en, como mínimo, dos niveles: el literal y el metafórico; lo cual se pone en presencia poniendo en dislate las figuras de Mao Tse~Tung y Andy Warhol. En un sentido literal la historia nos diría que entre ambos personajes existe una relación de ser personajes determinantes ‑en mayor o menor medida; en sus campos respectivamente- del siglo XX sin un mayor paralelismo entre sí que el ser objetos estudiables por la historia. Todo esto sin contar las similitudes de género, espacio temporal y otras mínimas minucias corelacionales que no tienen un mayor valor histórico. En un sentido metafórico, el que nos interesa realmente aquí, nos diría que ambos personajes son esencialmente lo mismo: ambos son figuras que definen un discurso artístico-político ‑en el sentido de que no se puede crear arte que no tenga un efecto político- con el que renovar el pensamiento en el mundo. Y es metafórico porque juega a dos niveles, el literal (Mao Tse~Tung es artista como Andy Warhol) y el metafórico (Andy Warhol crea una realidad política como Mao Tse~Tung).
¿Tendría sentido decir algo más sobre obra alguna de Don Delillo y más aun en particular de Mao II? Seguramente no. Y no porque el americano no hace más que recrear una historiografía metafórica de las relaciones instrumentales de diferentes objetos que acontecen contingentemente en el mundo. Considerar que en Mao II asistimos incesantemente a la colisión de objetos cuyos usos instrumentales son opuestos (el terrorista y las fuerzas del estado) o comunes (el terrorista y el escritor) es la única manera de poder hacer una lectura más allá de la superficialidad de “el escritor contra la, contra su, literatura”.
Y es una superficialidad porque para que eso fuera así deberíamos considerar que a Don Delillo le importa lo más mínimo sus personajes, o la humanidad como entidades particulares sublimadas con un rango ontológico privilegiado, cosa que no es así. Él sistematiza, ordena y pone en funcionamiento las acciones ‑antagónicas, comunes y paralelas- de sus personajes para que ellos construyan el mundo; construye el mundo a través de todo cuanto existe en el mundo. Es por ello que los personajes nos dejan fríos, siempre hay una distancia imposible de sortear, porque en realidad el desciframiento de cada uno de ellos sólo sirve para configurar los pequeños mecanismos de una forma mínima y recóndita del mundo. O, para ser más exactos, nos pueden interesar los vaivenes existenciales de los humanos aquí presentes pero la entidad con una identidad ontológica privilegiada no son ellos, es el mundo.
Por ello las relaciones literales de los objetos de Mao II no nos importan en absoluto o, al menos, no son lo realmente importante; nos debe importar la relación metafórica entre los mismos. ¿Por qué los escritores son como los terroristas? Porque ambos crean el caos, un cierto caos político, a través de sus herramientas connaturales. Y nada más. No hay absolutamente nada más allá de esa relación óntica primaria que algunas escenas particularmente vividas, los fulgurantes destellos de la vida de unos hombres-objeto que metaforizan su relación con respecto de su conformación en el mundo.
¿Qué importancia tiene el ser humano entonces? La misma de siempre: la del agente capaz de ver, explicitar y teorizar las metáforas de un mundo que es en sí un caos perpetuo.
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