¿Existe la verdad objetiva en el mundo? Esta discusión ha atenazado la mente de cuantos hombres se han parado en reflexionar sobre el mundo dando siempre unas respuestas tan enconadas como ciegas. Los defensores de la existencia de la verdad objetiva aluden a una necesidad de un imperante orden sucinto del universo y el hombre; los defensores de lo inoperante de la verdad objetiva declaran que, en tanto humanos, es imposible que conozcamos La Verdad. Y en medio, entre estos dos bandos, Schopenhauer. ¿Por qué Schopenhauer entonces se define como límite y solapamiento de ambos argumentos que son, por definición, mutuamente excluyentes? Porque su respuesta para con respecto de esta problemática es que La Verdad, o siquiera la verdad, es indiferente pues lo importante en una discusión siempre es tener razón. De ahí la importancia de su alocado opúsculo “El arte de tener siempre razón”.
A través de 38 estratagemas y 2 indices, el siempre irreverente Schopenhauer, nos lleva de la mano a través de las belicosidades de la verdad, el hombre y la dialéctica. Sin apartar la vista jamás de su objetivo, tener razón a toda costa, nos va instruyendo una por una en todas las trampas dialécticas, intelectuales y, ¿por qué no?, emocionales necesarias para ganar cualquier batalla que implique la indisoluble actitud marcial del diálogo. Pero todas sus tácticas implican mucho más que la dialéctica: implican siempre un sutil tono empático y en dominar bien el contexto. Por ello Schopenhauer, siempre de forma velada, nos instará a buscar el terreno más favorable, hacer un público fiel (y sordo) de nuestras tácticas para siempre estar en la mejor de las disposiciones pasibles para batir al rival; para destruir la verdad en favor de mi opinión. Pero no sólo nos enseñará como atacar a través de toda clase de falacias o insultos directos, sino que también nos instará a desmontar las argumentaciones falaces de nuestro rival a través del uso inmisericorde de nuestras propias herramientas.
Pero no seamos cínicos, la fuerza del opúsculo schopenhaueriano es el hecho mismo de ser ex contradictione con respecto de sí mismo; no hay argumentación en Schopenhauer que no sea ambivalente en sí misma. Al emplazarnos en la posición de la necesidad de asumir la opinión (nuestra) como absoluta pero, a su vez, negar la opinión (ajena) como absoluta se acaba en la posibilidad de alcanzar la verdad. Si enajenamos nuestra voluntad de razón por encima de una cierta verdad, enigmática y no absoluta, podríamos usar las herramientas que el propio Schopenhauer nos ha dado para desmontar todo intento de eludir la crítica desde la opinión hasta la verdad. De éste modo el trabajo se torna didáctico no sólo para enconarse siempre en una razón rayana ‑sino ampliamente superando- la pura egolatría, sino también para destruir esas impresiones personales en honor de la búsqueda de una verdad que, no por imposible, deja de ser un objetivo noble. El último reducto de la verdad es la destrucción inmisericorde de la opinión que intenta instituirse en Verdad.
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