Quizás porque evitamos de forma constante pensar en nuestra propia mortandad, en que no somos seres ni inmortales ni invencibles, tenemos propensión hacia ignorar los temas más crudos de la existencia: la muerte, pero también cualquier forma de fracaso de lo que damos por hecho —entendiendo por cosas que damos por hecho la vida, la razón o las normas sociales, por eso nos hacen gracia el humor negro, el humor absurdo y el humor costumbrista — , de lo que suponemos infalible. No hay nada divertido en ello, no son cosa de risa. O al menos sería así sino fuera por el hecho de que esos mismos temas los abordamos de forma sistemática al respecto del humor, el cual acaba nutriéndose siempre de aquellos aspectos más oscuros de la vida: la muerte, que es el fracaso de la vida; la estupidez, que es el fracaso de la inteligencia; o la enfermedad, que es el fracaso de la salud. Todo humor es cruel y, aquel que se pretende blanco, desprovisto de toda maldad, sólo está desestimando su propia perspectiva al respecto —¿qué tiene de cruel un chiste donde la razón queda impelida? Que la razón queda impelida; aquellos irracionales, o directamente estúpidos, son objetos de la crueldad del humor en tal caso — . ¿Qué es la comedia si no buscar la comicidad en aquellos eventos que poco tienen de graciosos? Nadie se ríe de las cosas inofensivas, del triunfo de la lógica, porque lo único gracioso es aquello que de facto no lo es. Tenemos tremendos chistes sobre el Holocausto porque no es gracioso, porque es aterrador e insoportable. Por eso más vale reírse ante lo incómodo de su existencia.
Jonathan Lynn asume esta posición para, a través de un rodeo tan efectivo como absurdo, poner en funcionamiento los mecanismos del humor: coge las premisas del Cluedo, el juego de mesa parodia de la literatura y el cine detectivesco, para convertirlo en una comedia. ¿Por qué desde el juego de mesa y no desde las premisas de la novela negra, que son tanto o más familiares para el espectador que el juego? Porque éste se nos presenta como una reducción al absurdo de los elementos clave del género; Lynn no necesita descontextualizar en tono paródico guiños al espectador de género, cosa que ocurre igualmente, sino que juega con el absurdo de la recreación metatextual del mismo. Es un juego, nosotros sabemos que es un juego, es proclive a ser comprendido como tal y, en tanto humorístico, se comprende en su particular dimensión de la comedia: el juego humorístico.
¿Qué hay de gracioso en un crimen y su posterior investigación? A priori, nada. En Clue el humor se encuentra entonces en, por lo menos, dos niveles: lo metatextual, las referencias que hacen al juego original de forma explícita —que muera el anfitrión de una fiesta donde a los invitados se les entrega un arma específica con la cual cometerán el crimen— o no —el hecho de que existan dos posibles finales y un final auténtico, del mismo modo que en el juego pueden darse teorías coherentes pero equívocas antes de dar con la cierta — ; y lo humorístico en sí, todas las derivaciones del humor que van desde lo físico hasta lo social pasando por el propio fracaso de la razón o de las costumbres. Nada hay más gracioso que ver el injustificado asesinato de una telégrama de jingles; si ya es absurdo que alguien vaya cantando telegramas en forma de jingle de puerta en puerta, el coherente disparo que desearíamos pegarle a quien viniera así a nuestra casa alude a esa dimensión del humor que nace tanto del fracaso del deber, entregar el telegrama, como de nuestros valores morales, por desear su muerte. La película nos presenta unos eventos que nos resultan familiares, aunque desnaturalizados de tal forma que nuestra única reacción posible sea la risa. Risa motivada por lo absurdo e hiperbólico, por lo imposible de unas reacciones llevadas hasta el extremo del ridículo.
Por eso comprende la dimensión del juego humorístico. Todo aquello por lo cual nos hace reír, es por como juega no sólo con nuestras expectativas, sino con la forma de presentarlas: es absurdo y enajenado, pero de tal manera que nos hace sentir como cómplices de la misma. ¿Y qué es un cómplice? Aquel que no sufre, aunque ejecute, las consecuencias de los actos.
Para entenderlo, cabría hacerse cierta pregunta: ¿por qué Auschwitz es un gran chiste? Porque se define como el absoluto fracaso de lo humano, de todo aquello que creíamos como nuestro. Desde la modernidad pensamos que la razón nos haría libre, que si algo jamás fallaría sería la razón como virtud: la religión, con la moral en el proceso, se volvieron verdades subsidiarias, o directamente falsas, en tanto la razón podía darnos una ética a través con la cual actuar de forma más virtuosa que cualquier religión. Hasta que dejo de poder hacerlo. Los judíos encerrados en los campos de concentración hacían chistes sobre judíos en campos de concentración porque se sabían en una situación injusta, aterradora y carente de todo sentido, por lo cual sólo les quedaba la risa. Jugar con sus propias expectativas de lo real. ¿Por qué nos reímos con cualquiera de los infinitos chistes sobre judíos en campos de concentración? Porque sabemos que el que lo cuenta no es nazi —hagan la prueba: un chiste sobre campos de concentración deja de ser gracioso desde el mismo instante que lo cuenta un negacionista— y porque comprobamos hasta que punto es fracasada nuestra racionalidad. Existe una consciencia propia en el acto de la risa.
En Clue, donde sólo la teoría más absurda es la acertada y cualquier acto deriva siempre en trompazos y el fracaso de las expectativas, nuestra risa nace de conocer el fracaso de una serie encadenada de expectativas cuya efectividad damos por sabida: la física, la razón, el género negro e, incluso, el humor mismo. Porque en muchos sentidos su sentido meta es post-humorístico. Fracasa el humor cuando la lámpara en vez de caer sobre un hombre cae detrás de él, haciendo del fracaso de las expectativas un chiste: es gracioso porque no se ha cumplido la clausula humorística. Es gracioso sólo en tanto asumimos que incluso el humor mismo está en juego. Todo lo que era sólido fracasó y, con tal fracaso, con nuestra consciencia del mismo, lo único que nos queda es la risa que llena el agujero negro que deja tras de sí.
No nos queda nada salvo jugar con nuestras expectativas, asumirlas como si en vez de víctimas de aquellas circunstancias fuéramos los verdugos de las mismas. Porque el caos reina el mundo en tanto la comedia se corona dios en nuestras tripas
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