Black Summer, de Warren Ellis
Quizás lo más irreal de los super-héroes que nos presentan los cómics de forma constante, lo cual incluye los nuevos personajes que se van creando en el tiempo o incluso los indolentes psicópatas de la edad de hierro del cómic, es que tienen sino un código moral sí al menos un código de honor tan estricto e inalterable que resulta impensable en un ser humano común, por idealista que este fuera. La premisa casi sobrenatural del pensamiento heróico, la idea de que toda persona al cual se le concede un poder sobrehumano debe regirse necesariamente por un código inaleanable sea éste cual fuere ‑lo cual nos lleva a que el papel del super-villano también se circunscribe aquí, pues necesariamente éste se rige por su pulsión obsesiva al respecto de un código específico‑, se rige sólo en tanto aceptamos que la existencia de estos no es una proyección de la condición humana en sí misma sino seres autónomos más perfectos (e ingenuos) que los humanos reales. Cuando Stan Lee creó sus héroes no creo arquetipos de seres humanos, sino que creo optimistas retratos de como debería regirse la humanidad.
La idea de Warren Ellis es precisamente subvertir este orden natural de la idealidad heroica, no tornándolos hacia el lado oscuro que repercute en un idealismo equivalente sólo que de un tono más cargadamente oscuro ‑como sería, por ejemplo, el caso de Mark Millar-, haciendo que estos super-héroes sean esencialmente humanos. Esto es algo que nos queda claro de forma tajante desde el minuto uno en Black Scummer, esencialmente, por las dos ideas primeras vehiculadoras de la narración que se nos acaban presentando como una sola y la misma: el asesinato del presidente de los Estados Unidos por crímenes contra la humanidad y la grotesca decadencia de un superhéroe.
En el primero de los casos, que además abre consigo el cómic y todo el desarrollo posterior de los acontecimientos, nos encontraremos con una rueda de prensa en la que el super-héroe John Horus declara que ha asesinado al presidente de los EEUU y declara automáticamente elecciones para el día siguiente por la constante violación de las libertades humanas que éste produjo en el mundo. Lo interesante del desarrollo de esto es, precisamente, como va más allá de lo que se supone que es un héroe. En un sentido de la lógica habermasiana de la ética, podríamos decir que Horus ha seguido un sentido puramente comunicativo de la ética en el cual comete un mal necesario para así poder impedir una caterva de mayores males que hubieran acontecido de no haber actuado a su vez mal; el mal de Horus no es un acto malvado en sí, sino que es un acto malvado que se justifica por el hecho mismo de su necesidad para así poder interrumpir el mal. En este sentido el personaje de Horus no dejaría de ser un personaje idealista en cierto sentido, aplicando una ética propia de Habermas, pero es precisamente en tanto el acto es la pretensión de liberación donde va más allá de un término de ideales: no pretende imponerse unos límites morales per sé inviolables, sino que todo límite es dependiente de sus consecuencias.
Es por ello que este acto no se hace con una pretensión de cambiar las cosas de una forma radical, sino de impedir que las cosas se sigan haciendo mal. Un ejemplo claro se da cuando un oficial del ejército pregunta a Horus si no había planeado que era probable que su acción acabara en una brutal masacre, ante la cual hace un silencio significativo al respecto de su pensamiento: él no pensó en nada de lo que ocurriría después, ya que su acción comunicativa era en sí misma construir un espacio donde el mal ha sido erradicado (el presidente corrupto ha sido destruido) y el bien como acción comunicativa puede florecer de nuevo (la democracia puede volver a reconstruir el vacío de poder). En éste sentido no hay un ideal de alguna clase en sí porque, de hecho, la idea no es conducir todo hacia un bien de alguna clase o hacer prevalecer un estatus que se considera más beneficio que el quo, sino que éste se toma desde la perspectiva de destruir el estatus pernicioso sin proponer nada nuevo. Esta es la concesión absoluta de libertad sin plantearse que pueden hacer a quienes se le confiere tal libertad, es la imposición por fuerza bruta ‑bien intencionada y profundamente humana- de una idea de bien que no necesariamente conlleva el bien en sí mismo.
La problemática que nos suscita lo que acontece en paralelo con la historia del habermasiano Horus es igualmente digno de análsis. El ex-super-héroe Tom Noir es un deshecho alcohólico que se mata lentamente alejado de cualquier sentido al respecto del mundo, dejándose desvencijar de forma inalterable por un constante vivir en la inmundicia mientras el mundo se viene abajo. Esto, que es la antítesis de lo heroico, se nos presenta como aun más antitético cuando descubrimos que su estado deplorable se debe precisamente por la muerte de su novia por una explosión en la cual él perdió una pierna; donde cualquier individuo encuentra la excusa para establecer un rígido código de valores ‑por ejemplo, Spiderman y la muerte del tío Ben- él sólo encuentra un martirio que ahogar de forma eterna en su propia crapulencia. El héroe ya no es tal, ya no es un ente ajeno a cualquier idea de lo humano, sino que es vomitivamente humano.
Donde Horus creaba una presunción más humana precisamente por su incapacidad patológica para tener en cuenta ninguna posibilidad más allá de su propia acción inmediata liberalizadora, Noir se define como la perspectiva de la imposibilidad del hombre común para actuar en una situación límite. Pero sí este segundo se nos presenta como la antítesis perfecta del primero ‑en un baile de máscaras muy eficaz de Ellis, produciendo que sean ambos la antítesis de un ser divino para luego crear dos focos polarizados de lo humano- es por el hecho mismo de lo que él no presenta: la duda. Donde Horus tiene claro que todo es iluminar al hombre, hacer que vaya hacia la luz absoluta de la razón última aun cuando sea por la fuerza, Noir elige hacer un elaborado plan en las sombras consistente en abrir los ojos a la población para que descubran por sí mismos por qué es corrupto el mundo en el que viven; mientras Horus es el ojo, el sol que todo lo ve y todo lo impone, Noir es la noche, la sombra que todo lo susurra y todo lo suscita. No es sólo que uno sea la fuerza humana contrapuesta del otro, ambos polos opuestos en su fin ético último, es que también son la radical oposición de ideas arquetípicas no morales de la confrontación connotativa entre la luz y la oscuridad, la razón y la sinrazón, el espíritu y la noche.
Lo fascinante de estos dos héroes es que se contraponen en todos sus niveles y sentidos, pues si como humanos son diferentes también lo son como ideas en sí mismas. Son fuerzas radicales libres, objetos que interactuan entre sí como fuerzas elusivas que se complementan en sus destinos, dando sentido a las acciones del otro aun cuando sean revulsivo de sus propias acciones: sin el asesinato de Horus jamás se hubiera puesto en marcha Noir, pero sin el desvelamiento de Noir el plan de Horus jamás hubiera dado resultado. Es por ello que, en último término, no deja de ser un cómic clásico en el sentido más estricto de la palabra, en el sentido de ser la lucha en oposición de dos fuerzas radicales entre sí que sólo en su unión catártica pueden producir un auténtico sentido radical del mundo. Pues la verdad está más allá de la acción y la comunicación, ya que se oculta tras el delicado equilibrio entre el revulsivo del actuar y el desvelamiento del comunicar.
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