The Idea, de Frans Masereel
Explicar qué es una idea, aun cuando parezca de esa clase de preguntas que tiene una contestación sencilla y directa, implica una serie de problemáticas afines al hecho mismo de que el concepto de idea ya es una idea en sí misma. Acudir al diccionario no hará más que complicar nuestra búsqueda de una definición exacta, especialmente por lo que tiene de filosófico el acto: 1. f. Primero y más obvio de los actos del entendimiento, que se limita al simple conocimiento de algo, implica un psicologismo cartesiano; 2. f. Imagen o representación que del objeto percibido queda en la mente, es una definición de corte fenomenológico con reminiscencias platónicas; 3. f. Conocimiento puro, racional, debido a las naturales condiciones de nuestro entendimiento, aludiría a un posicionamiento próximo a la razón pura kantiana. Las tres principales de la definición de idea que nos propone la RAE ya incurre en tres sistemas filosóficos excluyentes entre sí que, además, impugnan no sólo la posibilidad de definir lo humano de las otras sino su propia capacidad para describir la existencia humana y su percepción del mundo. Hablar de la definición de idea es hablar, necesariamente, de un problema ontológico.
La idea para Frans Masereel, sin embargo, sería algo profundamente más abstracto, hasta el punto de que su auténtica concreción sólo nos puede ser dada a través de una novela sin palabras —la que podríamos considerar a su vez como un antecedente primero de la actual novela gráfica, o una forma más pura de ésta antes de existir siquiera — . El prescindir de palabras no sería entonces un mero capricho que nada aporta al desarrollo de una historia que encuentra su origen a través de grabados mudos, aun cuando de hecho ya era extravagante en sí misma la idea de una novela xilográfica, sino que tendría la función de verbalizar aquello que no puede ser expresado de forma certera con palabras en tanto se escapa de forma efectiva de todo aquello que puede ser dicho; una idea es, a priori, aquello que no puede ser dicho, aprehendido, objetivado, y, por extensión, siempre fluye más allá de todo aquello que puede ser dicho de forma efectiva a través de las palabras de forma inequívoca. Una idea es siempre un proceso, la posibilidad de una ejecución que no es aun la ejecución y no cobra sentido hasta ser la ejecución en sí.
La explicación desarrollado a lo largo de esta novela es la de un creador —entendiendo por creador todo aquel que piensa, que da origen a algo— que conforma una idea para inmediatamente después arrojarla en el mundo. A partir de ahí la historia se vuelca en la idea, la cual encuentra amantes y enemigos, violadores y asesinos, ideólogos y zopencos; todo el viaje que suscita tras de sí la idea es la historia de una posibilidad siempre interrumpida: cuando lo que los hombres desean hacer de la idea se cumple, ésta huye de nuevo al mundo — 4. f. Plan y disposición que se ordena en la fantasía para la formación de una obra. Por eso no hay una única forma unívoca y absoluta de la idea, de alguna idea, porque para haberlo necesitaríamos que las ideas fueran un hecho fijo y objetivo que no estuvieran en un perpetuo devenir propiciada por su idealidad; cada idea inspira en cada hombre un proyecto, una obra si se prefiere, que siempre difiere en forma del de los demás.
La idea siempre se da como el retrato exacto de la idea como forma polimórfica: sólo puede ser el simple conocimiento de algo (1. f) que queda fijado en la mente (2. f) y a su vez es un conocimiento puro (3. f), aun sin procesar de forma racional más allá de la comprensión. Pero lo es en todas sus formas al tiempo, lo es siempre las tres a la vez y no en secuencia, porque no dejan de ser el momento previo al plan y la disposición para la formación de un proyecto u obra (4. f).
Después lo que haga cada hombre con la idea, lo que instaure cada cual como su proyecto a través de ella, es otro asunto bien distinto. Habrá quienes con las ideas quieran refutarlas, quienes quieran amarlas y quienes quieras usarlas, pero todas son formas legítimas siempre que inspiren la creación de proyectos u obras que se muestren coherentes con aquello que transmite la idea en sí; no hay proyecto equívoco que nazca de una sabia interpretación de una idea, pero sí proyectos fatales que nacen de la equivocada interpretación de una misma idea. Es por ello que las ideas verdaderas nunca mueren, sólo se transforman y van transitando de forma más o menos agraciada en el tiempo, buscando en cada ocasión su lugar en el mundo. Y si algún día vuelven al creador, al filósofo, al pensador, éste no podrá más que aceptarlas tal y como han venido mientras sigue haciendo su trabajo: traer al mundo nuevas ideas. Porque desde que uno hace de comadrona de las ideas, desde que las ha ayudado a ser arrojadas en el mundo, no tiene más responsabilidad o favor ante ellas que el resto: las ideas son de todos, expectantes de encontrar en cada tiempo aquel que mejor sepa comprenderlas.
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