Si existe una reflexión inherente al cyberpunk esa es la del límite de lo que significa ser humano. En un mundo donde las personas sólo conocen la alienación de verse controlados por grandes corporaciones, donde la única salida es devenir un ser flexible que puede cambiar cualquier aspecto de sí mismo a capricho de intereses espurios —hasta puntos literales, ya que las prótesis son la norma: desde las gafas hasta el teléfono móvil, pasando por el bastón o el reloj— y acepta la imposibilidad de cualquier clase de ociosidad, los límites de lo humano se difuminan. Cada vez más maquínicos, siempre conectados a gadgets que nos hacen más vulnerables al control, la diferencia entre sujeto y objeto deviene, cada vez más, entelequia; no debemos preocuparnos por la posible condición futura de los robots como esclavos, porque nosotros ya somos esclavos de un destino programado.
En Metal Gear Rising: Revengeance, donde seguimos las desventuras de un Raiden ya más cyborg que humano en todos los ámbitos, nos encontramos un mundo al borde del colapso: después de que el presidente de un país africano sea asesinado por cyborgs ninjas, ante la incapacidad de Raiden para pararlos, descubriremos una conspiración a nivel mundial que pretende iniciar una segunda guerra contra el terror por parte de EEUU para lograr volver a iniciar la economía de guerra, ya durante varios años en dique seco. Compañías militares privadas, empresas de investigación militar y políticos están detrás de ello. Todo intento de parar la conspiración desde cualquier medio oficial, ya sea político, legal o periodístico, se muestra infructuoso ante la intrincada red de relaciones creadas alrededor; a nadie le importa que niños sean secuestrados y utilizados como mercenarios, que miles o millones de inocentes sean asesinados por ser «potenciales terroristas». Todo vale en la economía y en la guerra. La única opción es, como de costumbre, que el héroe destruya con sus propias manos esa red de relaciones del único modo posible: matando a todos los involucrados.
Raiden saja, corta y destripa; pregunta después, nunca antes, de arrancar de sus enemigos sus órganos vitales y, cuando escucha, es porque no puede actuar o porque necesita tiempo para poder cogerlos por sorpresa. Es un héroe de acción, no cree en el poder transformador de la palabra. O sólo en el poder de una palabra, zandatsu: cortar y coger, la habilidad de pasar a cámara lenta para descuartizar a sus enemigos y arrancar sus células de energía en su propio beneficio. Para poder permanecer activo, porque necesita ejecutar otros cyborgs para robar sus células; su existencia es una perfecta carrera contra el tiempo, siempre al borde de convertirse en aquello que combate. O mata o muere, no tiene otra posibilidad.
La industria de la guerra, con filiales en la industria del heroísmo —todo héroe lo es, al tiempo, de acción; nadie logra sus objetivos sin mancharse las manos y dejar algunos cadáveres por el camino, ya que el que nada hace (héroe pasivo) o el que se niega a pisar algunos cuellos por el camino (héroe pacífico) nunca logra sus objetivos — , es como cualquier otra emanación del capitalismo tardío: una carrera de ratas donde es imposible ganar.Como bien saben sus promotores. Alrededor de la mitad del juego, después de haber asesinado a cientos de enemigos, uno de nuestros enemigos nos permite escuchar los pensamientos de los mercenarios que pretenden darnos caza; sus lamentos, aludiendo a su falta de recursos y la imposibilidad de reintegrarse en la sociedad después de algún conflicto militar, nos impiden seguir matándolos. Pero no podemos parar. Sólo al aceptar que es necesario pasar por encima de las víctimas actuando como verdugos, cuando Raiden acepta la fatalidad de su destino convirtiéndose de nuevo en Jack the Ripper, un asesino despiadado, podemos seguir avanzando. Para liberarnos de los grilletes debemos utilizar los grilletes mismos como ganzúa; ningún héroe tiene las manos limpias ni es un ejemplo de virtud, porque para lograr un fin específico (impedir una segunda guerra del terror y liberar a niños esclavos) debe utilizar medios cuestionables (asesinar a cientos o miles de mercenarios víctimas de sus circunstancias).
La esencia del cyberpunk, lo que logró observar en el corazón del capitalismo tardío, es que la victoria desde fuera es imposible. Todo puede ser fagocitado por el sistema, incluso las propias acciones heroicas contra él —al atacar una de las bases militares de EEUU en Afganistán, Raiden justifica medidas más severas contra el terrorismo en oriente medio — , si no se reconfigura su núcleo; es imposible que Raiden consiga parar la guerra mientras la economía de guerra siga generando golosos dividendos y la gente siga apoyándola al creer en la manipulación mediática. O en otras palabras, sigan teniendo asimilados sus memes: seguridad, libertad, terror.
En nombre de la seguridad nacional, de la libertad de los pueblos, de la guerra contra el terror, los ciudadanos de todas las naciones del mundo se arrogan ante leyes que coartan sus derechos sociales y perpetúan intervenciones militares de dudosa justicia. Son espiados todos los días, son vigilados cada minuto de sus vidas en nombre de la seguridad nacional; ellos somos nosotros, no lo olvidemos. La lucha de Raiden es infructuosa porque no puede matar los memes con el zandatsu, incluso cuando este mismo lo es, sino que necesita infectar las bases del sistema para poder controlarlo desde dentro; puede destruir cuantas compañías militares y políticos desee, pero el único modo de revertir la situación es conseguir inclinar la balanza en favor de aquellos que buscan hacer la diferencia. Los cyborgs pueden ser usados con fines militares por no ser considerados bajas humanas, pero también pueden ser usados como mano de obra especializada por sus habilidades físico-mentales aumentadas; se puede asesinar a los senadores corruptos de aires randianos para impedir que traigan al mundo una distopía neocon, pero también se puede defender a los políticos honrados que buscan acabar con la miseria. Los memes no se pueden destruir, pero pueden ser sustituidos por otros más convenientes.
Nadie puede permanecer fuera de la carrera de ratas que es el capitalismo, la existencia, la vida. Pretender operar desde fuera, generar discursos o pensamientos que operen bajo la premisa de actuar en un terreno virgen ajeno al campo de lo real, están condenados al fracaso desde el mismo instante que actúan sobre un espacio que o bien no existe o al existir será automáticamente fagocitado. Luchar desde fuera es infructuoso, porque es imposible destruir de golpe la lógica detrás de aquello llamado vida. Toda lucha debe ser un intento de reconfigurar el núcleo, de introducir cambios en su lógica subyacente, de introducir nuevos memes que sustituyan las lógicas espurias que se han ido imponiendo con el tiempo; es necesario rescatar a los niños soldado que ya existen, pero también es importante crear las condiciones materiales a través de las cuales es posible que existan niños soldados en el futuro. Raiden sólo corta y coge porque es un niño de guerra, otra víctima más, alguien que puede hacer la diferencia momentánea sin poder llegar a cambiar nada, porque sus actos sirven para reforzar los memes de aquellos que mejor saben aprovecharse de ellos.
Eso es cyberpunk. El héroe que se enfrenta contra la realidad de su propia imposibilidad de cambiar nada, de hacer la diferencia, porque él es víctima de unas circunstancias que son suyas; luchar es infructuoso, porque estamos controlados por nosotros mismos según las reglas de aquello que desde niños hemos conocido. Si queremos cambiar las reglas del juego, debemos cambiar la comprensión de las mismas para aquellos que vendrán después de nosotros. Aquellos que puedan aprender dinámicas sanas, memes no perjudiciales. Porque nosotros, hijos del cyberpunk, somos los cyborg ninja que sólo entienden de cortar y coger: podemos reconfigurar nuestros memes, pero nunca podemos (ni debemos) olvidar que también somos Jack the Ripper.
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