Nadie es soberano ante el tiempo. Aunque pretendamos ser siempre jóvenes, permanecer idénticos por fuera y por dentro, los años que van sumándose a nuestra experiencia nos van puliendo, convirtiéndonos en otras personas que nunca pudiéramos haber imaginado que pudiéramos llegar a ser. En lo esencial seguimos siendo los mismos —ya que las personas no cambian, evolucionan; de una semilla de manzano no puede germinar un abedul, por más que podamos podarlo para convertirlo en un bonsái — , pero ya no somos la misma persona. El tiempo no perdona, sepulta, y acompañado de las experiencias nos descubre nuevas formas de ser nosotros mismos, incluso algunas que nunca hubiéramos deseado conocer como posibles: el tiempo es letal no sólo porque nos conduzca hacia la nada, sino también porque nos desplaza de aquellos lugares donde nos sentimos cómodos.
El tiempo también trabaja sobre las heridas del corazón. Brian Molko afirma no saber para quién escribió Every You Every Me, algo muy apropiado dado lo universal de su subtexto: ser un imbécil que elige relacionarse afectivamente con personas de mierda (Sucker love, a box I choose) siendo conscientes de esa elección (No circumstances could excuse), excusándose en que él pone todo en juego y no le devuelven nada a cambio (I serve my head up on a plate) cuando sabe que lo hace sólo por su propio interés (It’s only comfort, calling late). Veleta emocional, buitre de la autoindulgencia, carroñero que juega inflando las expectativas de lo que cree que le aportarán los demás para nunca tener que implicarse de verdad, ya que así le decepcionarán siempre. He ahí que no sea sólo every me and every you, sino que concluya con un he: siempre hay un tercero, la posibilidad de saltar a otra relación tóxica más sencilla que con la que nos hemos quedado. Toxicidad emocional pura en forma de una tonalidad pop efectiva.