Nadie es soberano ante el tiempo. Aunque pretendamos ser siempre jóvenes, permanecer idénticos por fuera y por dentro, los años que van sumándose a nuestra experiencia nos van puliendo, convirtiéndonos en otras personas que nunca pudiéramos haber imaginado que pudiéramos llegar a ser. En lo esencial seguimos siendo los mismos —ya que las personas no cambian, evolucionan; de una semilla de manzano no puede germinar un abedul, por más que podamos podarlo para convertirlo en un bonsái — , pero ya no somos la misma persona. El tiempo no perdona, sepulta, y acompañado de las experiencias nos descubre nuevas formas de ser nosotros mismos, incluso algunas que nunca hubiéramos deseado conocer como posibles: el tiempo es letal no sólo porque nos conduzca hacia la nada, sino también porque nos desplaza de aquellos lugares donde nos sentimos cómodos.
El tiempo también trabaja sobre las heridas del corazón. Brian Molko afirma no saber para quién escribió Every You Every Me, algo muy apropiado dado lo universal de su subtexto: ser un imbécil que elige relacionarse afectivamente con personas de mierda (Sucker love, a box I choose) siendo conscientes de esa elección (No circumstances could excuse), excusándose en que él pone todo en juego y no le devuelven nada a cambio (I serve my head up on a plate) cuando sabe que lo hace sólo por su propio interés (It’s only comfort, calling late). Veleta emocional, buitre de la autoindulgencia, carroñero que juega inflando las expectativas de lo que cree que le aportarán los demás para nunca tener que implicarse de verdad, ya que así le decepcionarán siempre. He ahí que no sea sólo every me and every you, sino que concluya con un he: siempre hay un tercero, la posibilidad de saltar a otra relación tóxica más sencilla que con la que nos hemos quedado. Toxicidad emocional pura en forma de una tonalidad pop efectiva.
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Placebo con Every You Every Me parodian —ejerciendo, al menos parcialmente, la autocrítica en el proceso— las dinámicas emocionalmente perniciosas de muchas personas. Tal vez también las del propio Molko, según ha dejado caer en alguna ocasión. Para hacerlo utilizan una linea de guitarra sencilla, una escalada constante, una batería con predominancia de platillos y una estructura circular obsesiva que nos da la dimensión real de su contenido: es la metódica repetición de patrones conocidos, una inquietante declaración de estar haciendo algo mal y repetirlo una y otra vez. El eterno retorno de lo mismo aplicado a la ética promiscua más autodestructiva. Ahora bien, la canción no se queda ahí. Detrás de la aparente sencillez pop hay un cuidadoso trabajo de percusión y un desarrollo progresivo que nos lleva hacia la catarsis, el cierre de la canción como culminación lógica. Salvo por un último gesto irónico: la canción es tan pegadiza, tan efectiva en términos populares, que dan ganas de volver a escucharla, volviendo así al eterno bucle de relaciones obsesivas.
La forma es el contenido. Hacer de la estructura del pop, por definición cíclica, repetitiva y pegajosa, una simulación del sentimentalismo como ofuscación de cualquier racionalización de la necesidad propia, es un ejercicio brillante, pero la canción no se queda en eso. En directo revela otros aspectos de sí misma.
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El viento huracanado del bajo, formando un muro impenetrable, la tormenta perfecta de la batería, arrojándonos fuera a puñetazos, la fluctuante voz de Molko, añadiendo diferentes matices en el directo. Espíritu punk aplicado a una estructura pop. La introducción se dilata de forma artificial, extendiéndose más allá de lo coherente en primera instancia, para después darse en bucles dentro de los bucles en una versión que precipita los acontecimientos en una forma acelerada de los mismos. Más larga, pero más breve. El final se convierte en pura catarsis, una progresión adrenalítica de virtuosismo musical donde la voz desaparece para articularse en un torbellino que va construyéndose en forma de espiral, para acabar en un destello más próximo al sonido de 36 Degrees o Come Home, de su primer trabajo en general, que al de la canción en su versión de estudio. Punk, en resumen, por su actitud irónica y brutal, que no respeta nada.
He ahí el paso del tiempo. El tiempo que implica pasar del estudio al directo, de la relación masiva con lo desconocido a la relación íntima con los fans —ya que, por grande que sea el concierto, siempre será ante un público que se reconoce próximo al grupo — , crea la distancia necesaria para articular un discurso más cercano: la forma se recrudece, se hace más intensa, gana en fuerza. Ya no es necesario vestir ropajes sutiles, susurrar al oído ironías disfrazadas de verdades. La estructura se quiebra, se agudiza y se convierte en una espiral sin final, sin límites, a través de la cual autoexplorarse en una conversación íntima, si es que no salvaje. Cada frase tiene su énfasis particular, cada cambio otorga una nueva dimensión al conjunto, lo cual nos revela, al mismo tiempo, nuevas formas de interpretar su contenido.
Tiempo y perdón nunca van de la mano. Si la versión de estudio de Every You Every Me puede pecar en algún momento de autoindulgente, en la versión en directo se convierte en un esputo (pasivo)agresivo que va dirigido, en primera instancia, contra sí mismo. Porque todo arte se escribe desde el corazón, pero ningún corazón tiene más que decir que aquel que sangra eternamente.
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