Cuando la realidad se cae a pedazos ante nosotros es el momento de alargar la mano para intentar aferrarnos a los restos de aquello que nos ha constituido. Ahora bien, también puede ser el momento perfecto para avanza y dar forma a un nuevo paradigma a través del cual originar una nueva verdad. Y de esto segundo es de lo que habla ambiguamente Passive Aggressive de Placebo.
Con una base rítmica repetitiva hasta la nausea nos pide taxativamente Molko que nos concentremos ante la muerte de un dios; todo transita con una calma impropia. Así el estribillo se convierte en una vertiginosa escalada de violencia donde la batería adquiere un particular protagonismo acompañando un aumento de intensidad en el tono vocal. Después de la meditación nos levantamos en un vacío absoluto suplicando en el corazón roto, destrozado, de un dios a la deriva que nos permita anidar en su interior; todo se derrumba en exclusiva bajo nuestra mirada. Caemos en un extrañamiento de sí intentándonos aferrar a los vestigios de aquello que fue pero que ya nunca será. Si Dios ha muerto con él cae cualquier formulación todopoderosa en cualquiera de sus múltiples formas; en la muerte de Dios se codifica toda posible muerte de la realidad. ¿Y qué es posible hacer ante esto? Pararse a pensar y aceptar lo sucedido. Aunque intentemos aferrarnos a los vestigios de lo que fue irremediablemente nos veremos arrastrados a la desaparición si insistimos en ello; la única posibilidad de continuar es aceptar lo irremediable y comenzar a edificar un nuevo presente.
Toda caída es traumática por definición y en ese abandono, bien sea Dios, las drogas o el estado, todos ellos formas de ese poder condicionante, nos vemos sometidos al extrañamiento de lo que fue y nunca será. Cuando dejamos de someter nuestras vidas ante poderes ajenos, aceptando sólo nuestra exclusiva soberanía, el único sentimiento lógico es el aturdimiento que deja paso a la reflexión y con ello, su aceptación. No trata sobre Dios, se trata de los deseos.
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