Etiqueta: ficción

  • Horror vacui

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    Como ca­da año Jaime Delgado, tam­bién co­no­ci­do co­mo Jim Thin, al cual pue­den leer en Justhat, se de­ja caer pa­ra traer­nos al­gu­na cla­se de re­fle­xión al res­pec­to de lo que sig­ni­fi­ca el te­rror en al­guno de sus ám­bi­tos. Este año no es una ex­cep­ción y ya le te­ne­mos aquí ha­blán­do­nos de co­mo bai­lan es­que­le­tos an­te la duda.

    Recibí el co­rreo de Álvaro co­mo ca­da año, co­mo ya es cos­tum­bre, y, co­mo ha­bi­tual­men­te, me aga­rró con la guar­dia ba­ja. No por no sa­ber con se­gu­ri­dad, pues por al­go lo lla­mo cos­tum­bre, que ese co­rreo iba a apa­re­cer tar­de o tem­prano, sino por co­lo­car­me su lle­ga­da fren­te a fren­te con una ver­dad que no es­ta­ba pre­pa­ra­do pa­ra asu­mir: no sa­ber qué te­ma tra­tar. Normalmente los tex­tos sur­gen en mí de una idea, de un pe­que­ño des­te­llo que si­go has­ta que­dar ago­ta­do y me­dia­na­men­te sa­tis­fe­cho, pe­ro Halloween co­mo tal y el te­rror en ge­ne­ral se pre­sen­tan co­mo te­mas tan am­plios, co­mo un fo­co de luz tan po­ten­te, que tra­tar de dis­tin­guir un des­te­llo sin que­dar ce­ga­do no pue­de me­nos que su­mir­me en un pe­que­ño es­ta­do de ansiedad.

    La pri­me­ra op­ción que se pre­sen­tó en mi ca­be­za de ma­ne­ra ami­ga­ble fue la de ha­cer un re­la­to, uno de te­rror pu­ro, si aca­so eso exis­te, un po­co pa­ra des­in­to­xi­car­me de los ar­tícu­los crí­ti­cos en los que me es­ta­ba aco­mo­dan­do y vol­ver a ca­li­brar el pul­so li­te­ra­rio, otro mu­cho por­que una par­te de mí me re­pe­tía que la úni­ca co­la­bo­ra­ción ho­nes­ta pa­ra Halloween se­ría un re­la­to de es­te ti­po. Pero esa sen­sa­ción agra­da­ble du­ró ape­nas un par de se­gun­dos, un par de le­ves ca­vi­la­cio­nes an­tes de que se aba­lan­za­ra so­bre mí la in­se­gu­ri­dad, pe­ne­tra­ra el mie­do a lo des­co­no­ci­do y me re­co­rrie­ra el cuer­po la fal­ta de cos­tum­bre. Hasta ex­plo­tar en mí el to­tal re­cha­zo. La idea de apro­xi­mar­me a los re­la­tos de te­rror de la for­ma en la que me pro­po­nía ha­cer­lo, a tra­vés de pan­ta­nos fa­rra­go­sos, an­ti­guos ce­men­te­rios en­re­ja­dos y no­ches os­cu­ras ilu­mi­na­das te­nue­men­te por hi­le­ras de can­di­les pen­dien­do del ai­re co­mo fan­tas­mas que bai­lan es­pe­ran­do el ama­ne­cer, me pa­re­ció im­po­si­ble. Me pa­re­ció in­creí­ble lo­grar alu­dir a to­do ese ima­gi­na­rio ne­ce­sa­rio pa­ra crear la ver­da­de­ra at­mós­fe­ra de te­rror que pre­ten­día. Me pa­re­ció in­abar­ca­ble es­cri­bir al­go de esa mag­ni­tud con lo que que­dar sa­tis­fe­cho en tan po­cos días. Y en­ton­ces me su­pe in­ca­paz. Y la an­sie­dad se vol­vió frustración.

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  • Pensar los surcos de la existencia. Un alunizaje sobre «Azul y Pálido» de Pablo Ríos

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    Antes de sa­ber si hay vi­da ahí fue­ra, de­be­ría­mos sa­ber si hay vi­da aquí den­tro. Si bien de­be­mos dar por he­cho que la hay —que co­me­mos, ca­gamos y jo­de­mos; que tam­bién lo ha­cen otros fue­ra de no­so­tros mis­mos — , tam­po­co se­ría in­co­rrec­to pre­gun­tar­se por si es po­si­ble que ha­ya vi­da más allá de nues­tra men­te. O si no­so­tros es­ta­mos vi­vos. Si de­ja­mos de la­do el em­pi­ris­mo, su­po­nien­do que de he­cho exis­ti­mos aun­que sea adu­cien­do que nos es lo más con­ve­nien­te pen­sar­lo, aún nos que­da­ría la du­da de si exis­te un sen­ti­do pa­ra la vi­da en la tie­rra; por qué exis­te al­go —la vi­da, el uni­ver­so y to­do lo de­más— y no más bien na­da es una de las pre­gun­tas más le­gí­ti­mas, e in­con­tes­ta­bles, de la hu­ma­ni­dad. ¿Por qué pen­sa­mos de for­ma cons­tan­te en la po­si­bi­li­dad de otras vi­das, de otras exis­ten­cias, que es­tán más allá de nues­tro co­no­ci­mien­to? Porque es­pe­ra­mos que «esos otros» sean ca­pa­ces de dar­nos una res­pues­ta pa­ra aque­llo que no te­ne­mos respuesta.

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  • La relación se da en el encuentro de dos puntos distantes. Encontrando «V», de Thomas Pynchon

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    ¿Qué re­la­ción exis­te en­tre aque­llas co­sas que no tie­nen re­la­ción? Lo más sen­ci­llo se­ría adu­cir que de he­cho no exis­te nin­gu­na re­la­ción, pe­ro si hi­la­mos más fino nos da­re­mos cuen­ta de al­go esen­cial: las re­la­cio­nes son siem­pre al­go que se da so­te­rra­do al res­pec­to de su pro­pia exis­ten­cia; no im­por­ta que yo ha­ya una re­la­ción a prio­ri en­tre dos co­sas, en cual­quier ca­so siem­pre se pue­de es­ta­ble­cer una re­la­ción en­tre ellos que siem­pre es­tu­vo ahí de fac­to. No exis­te una re­la­ción en­tre el 11‑S y el 11‑M pe­ro, en tan­to los pe­rio­dis­tas asis­tie­ron an­te la po­si­bi­li­dad de una re­la­ción, am­bos even­tos se en­con­tra­ron uni­dos co­mo equi­va­len­cias de un mis­mo ac­to pa­ra sus res­pec­ti­vas na­cio­nes, por dis­si­mi­les que en for­ma y fon­do és­tos fue­ran. Las re­la­cio­nes no tra­tan so­bre la reali­dad, sino so­bre nues­tra ca­pa­ci­dad pa­ra hi­lar­las en una na­rra­ción coherente.

    V no es más que la plas­ma­ción prác­ti­ca más cohe­ren­te de és­te prin­ci­pio bá­si­co de la his­to­ria. La le­tra «V» es de he­cho, por sí mis­ma, un ejem­plo de co­mo se co­nec­tan dos pun­tos dis­tan­tes pa­ra for­mar un to­do co­rre­la­cio­na­do: dos pun­tos dis­pa­res se coen­ctan en li­neas des­cen­dien­tes que les unen en un pun­to que les era tan ajeno a am­bos co­mo aho­ra les es co­mún; los con­cep­tos se re­la­cio­nan no por aque­llo que tie­nen de co­mún, sino por aque­llo que se les pue­de adu­cir co­mo co­mún. Por eso la no­ve­la va al­ter­nan­do ca­pí­tu­los, la bús­que­da de Herbert Stencil de una in­cóg­ni­ta en for­ma de mu­jer lla­ma­da V y las pe­cu­lia­res his­to­rias que és­te ha con­se­gui­do ir re­co­pi­lan­do al res­pec­to de la exis­ten­cia de la mis­ma, has­ta eclo­sio­nar en un fi­nal don­de ad­quie­re un sen­ti­do al en­tre­la­zar am­bas par­tes, has­ta aho­ra, só­lo co­nec­ta­dos por al­go hi­po­té­ti­ca­men­te co­mún en am­bas. Pasado y pre­sen­te, fic­ción in­cohe­ren­te y fic­ción plau­si­ble, V y Stencil: 「V」.

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  • Fenomenología del espacio sonoro #2: Avril 14th, de Aphex Twin

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    Los ra­yos de luz so­lar se fil­tran en­tre la desidía de la ma­ña­na, co­mo el des­pe­re­zar ca­pri­cho­so de una tie­rra que no se le pe­gan las sá­ba­nas, sino que dis­fru­ta de su en­ros­ca­mien­to en­tre ellas; la no­che y las es­tre­llas ti­li­la­ban co­mo un can­to, aho­ra só­lo se arro­pa por el pá­li­do cie­lo diurno co­mo un pe­que­ño ca­pri­cho con­ce­di­do. Más allá de la pe­re­za, los co­lo­res vi­bran con un co­lor que tras­lu­ce la ma­gia de la ma­ña­na. Es 14 de Abril y to­dos bai­la­mos en la borda. 

    Entre la nie­bla se tras­lu­ce la de­li­ca­da ca­li­dez del sol po­nién­do­se, ha­cién­do­nos ol­vi­dar los ex­ce­sos de la no­che, em­pu­ján­do­nos ha­cia la ter­nu­ra fa­mi­liar de los jue­gos in­fan­ti­les: co­rre, sal­ta, jue­ga; bai­la, co­me, ama; res­pi­ra, an­da, to­ca. La de­li­ca­de­za in­fi­ni­ta de la ma­ña­na su­su­rra ca­pri­cho­sos mo­men­tos con­ce­di­dos por la pa­li­dez de su ins­tan­te. ¿Cómo no en­ten­der la ci­cló­ni­ca dis­po­si­ción por el ma­ña­na? Es 14 de Abril y to­dos bai­la­mos en la bor­da; can­ta­mos y gri­ta­mos, nos mo­ve­mos es­tá­ti­cos en nues­tros co­ra­zo­nes, aga­rra­re­mos con fuer­za los ca­bos que nos atan a los otros: co­mo si hu­bie­ra aun al­go que en­ten­der, co­mo si hu­bie­ra aun al­go que aprehen­der, co­mo si hu­bie­ra aun al­go que retener.

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  • Un cierto momento del tiempo. Análisis de la objetividad y la subjetividad a través del plano secuencia

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    Cuando ha­bla­mos al res­pec­to del ci­ne, uno de los ele­men­tos que atrae­rán de for­ma sis­te­má­ti­ca la mi­ra­da de Gilles Deleuze es el de plano se­cuen­cia Ahora bien, ¿qué es el plano se­cuen­cia? Para sa­ber­lo lo me­jor se­rá acu­dir a las pa­la­bras del maes­tro del plano se­cuen­cia, a la sa­zón uno de nues­tros ob­je­tos de es­tu­dio a tra­vés del cual vis­lum­brar al­gu­na cla­se de con­clu­sión con res­pec­to de la obra de Deleuze, Pier Paolo Pasolini:

    Observemos el film de 16 mm. que un es­pec­ta­dor, en­tre la mul­ti­tud, ro­dó so­bre la muer­te de Kennedy. Se tra­ta de un plano-secuencia; y es el más ca­rac­te­rís­ti­co plano-secuencia.

    El espectador-operador, en efec­to, no eli­gió án­gu­los vi­sua­les: fil­mó sim­ple­men­te des­de don­de se en­con­tra­ba, en­cua­dran­do lo que su ojo —me­jor su ob­je­ti­vo— veía.

    El plano – se­cuen­cia ca­rac­te­rís­ti­co es, por lo tan­to, una to­ma «sub­je­ti­va»PASOLINI, P.P., Discurso so­bre el plano-secuencia o el ci­ne co­mo se­mio­lo­gía de la reali­dad, Problemas del Nuevo ci­ne, Alianza, Madrid, 1971, p. 61, En li­nea: http://estafeta-gabrielpulecio.blogspot.com.es/2009/11/pier-paolo-Pasolini-discurso-sobre-el.html.

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