Los rayos de luz solar se filtran entre la desidía de la mañana, como el desperezar caprichoso de una tierra que no se le pegan las sábanas, sino que disfruta de su enroscamiento entre ellas; la noche y las estrellas tililaban como un canto, ahora sólo se arropa por el pálido cielo diurno como un pequeño capricho concedido. Más allá de la pereza, los colores vibran con un color que trasluce la magia de la mañana. Es 14 de Abril y todos bailamos en la borda.
Entre la niebla se trasluce la delicada calidez del sol poniéndose, haciéndonos olvidar los excesos de la noche, empujándonos hacia la ternura familiar de los juegos infantiles: corre, salta, juega; baila, come, ama; respira, anda, toca. La delicadeza infinita de la mañana susurra caprichosos momentos concedidos por la palidez de su instante. ¿Cómo no entender la ciclónica disposición por el mañana? Es 14 de Abril y todos bailamos en la borda; cantamos y gritamos, nos movemos estáticos en nuestros corazones, agarraremos con fuerza los cabos que nos atan a los otros: como si hubiera aun algo que entender, como si hubiera aun algo que aprehender, como si hubiera aun algo que retener.
Los rayos de sol rompen la niebla de la mañana del Kali Yuga. La nocturna época de la violencia, cuando matamos vacas porque descubrimos que los diamantes lustraban pero no se podían comer, dio paso a la diurna época de la publicidad: los vibrantes colores del plástico, el vidrio, el cinc: las sábanas de los tilitantes sueños industriales hechos por encargo. La felicidad del encuentro entre los destellos, las luces, los pianos: es 14 de Abril y todos bailamos en la borda.
Como un iceberg, el mundo siempre se nos muestra como el pálido capricho oculto bajo las procelosas aguas de aquello que sólo puede intuírse desde la superficie. Enrocados en nuestras posiciones, disfrutando del aseroso discurrir del tiempo sobre la carne, nos descubrimos nadando en dirección hacia el intenso azul que lo cubre todo; ¿cómo no entender ahora el tiempo? Es 14 de Abril y todos bailábamos en la borda; cantábamos y gritábamos, nos movíamos estáticos en nuestros corazones, agarramos con fuerza los cabos que nos atan a los otros: el aseroso discurrir del tiempo sobre la carne ha llegado, en un movimiento, el abrir descarnado, de un fluír que creíamos no se derramaría de nuestro interior.
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