Etiqueta: misterio

  • Cucu-trás. Un texto de Jaime Delgado

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    Hace un par de se­ma­nas, en un cum­plea­ños fa­mi­liar, la hi­ja (de sie­te años) de mi pri­ma es­ta­ba vien­do la te­le­vi­sión en el sa­lón mien­tras los adul­tos pre­ten­día­mos man­te­ner con­ver­sa­cio­nes in­tere­san­te en la te­rra­za. En uno de los via­jes a la co­ci­na apro­ve­ché pa­ra co­lar­me de­trás del si­llón y sor­pren­der­la con uno de esos «uh» que se su­po­nen sir­ven pa­ra asus­tar, acom­pa­ña­do del aga­rre de hom­bros si­mul­tá­neo pa­ra po­ten­ciar el efec­to y to­da la ru­ti­na que to­dos co­no­ce­mos. Podría ha­ber en­tra­do al sa­lón y sim­ple­men­te de­cir «Hola» o «¿Qué es­tás vien­do?» (co­mo de he­cho lue­go pre­gun­té), pe­ro ele­gí co­mu­ni­car­me, pri­me­ro de to­do, dan­do un sus­to. Ella ape­nas se agi­tó (y da­da la nu­la ela­bo­ra­ción del sus­to no fue de ex­tra­ñar), me lla­mó «ton­to» ca­ri­ño­sa­men­te y se rió.

    ¿Por qué nos gus­ta dar sus­tos? ¿Qué tie­ne de gra­cio­so? La iro­nía no es ac­ci­den­tal: dar un sus­to coin­ci­de en no po­cos as­pec­tos con gas­tar una bro­ma, so­bre to­do en la in­ten­cio­na­li­dad úl­ti­ma. No se pe­ga un sus­to (si es con bue­nas in­ten­cio­nes) tra­tan­do de pro­du­cir en el otro una sen­sa­ción de te­rror que le pa­ra­li­ce, o al me­nos no co­mo ob­je­ti­vo fi­nal, lo que se bus­ca es la reac­ción pos­te­rior, la ri­sa tras el epi­so­dio in­có­mo­do, la bre­ve com­pli­ci­dad, la anéc­do­ta com­par­ti­da, la ex­tra­ña sen­sa­ción po­si­ti­va que sa­be­mos genera.

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